Para celebrar de la mejor manera posible el Día Mundial de la Poesía, me llega de la mano de su traductor, Rafael-José Díaz, El paseo bajo los árboles, de Philippe Jaccottet (Moudon, 1925). Lo ha publicado, conviene decirlo cuanto antes, cuatro, ediciones y la presentación de la obra es tan limpia como su interior. Un interior luminoso pues de la luz se habla sobre todo en esta obra llamada, a pesar de su delgadez, a permanecer en el tiempo como sólo lo mejor y más hondo perdura. No debería extrañarme viniendo de Jaccottet, uno de los mejores, con quien me encontré por suerte pronto, en las páginas de la antología de poesía francesa de Álvarez Ortega.
Resulta imposible condensar la intensidad acumulada en ese puñado de páginas donde lo principal acaso sea dar cuenta de una indagación sobre la escritura que Jaccottet resuelve con algo más que un arte poética al uso. En su retiro de Grignan, el poeta busca, a la luz de la propia experiencia, el camino que le lleve de nuevo a la poesía. "Sólo una cosa me preocupa de verdad: lo real". Allí, "desde por la mañana la luz habla, y yo la escucho". Viene, por ejemplo, de los árboles, "sus primeros servidores".
Jaccottet merodea por los alrededores de su casa, pasea, para volver al "centro", para lograr la consecución de "un poema absolutamente transparente". Va a la busca del despojamiento, de lo elemental. Para conseguirlo se hace acompañar de otros viajeros: Dante, Leopardi, Hölderlin... Llega a ese punto donde se entiende la poesía como "cierta forma de oración". "Hay que consagrarse a las palabras", escribe.
Da cuenta de un encuentro capital: con Haiku, la obra de cuatro tomos de R. H. Blyth. De ahí a los poemas de Aires (que ha traducido también R-J. Díaz para la Fundación Ortega Muñoz) hay sólo un paso. O pocos más. "Experimenté la felicidad de un renacimiento", confiesa Jaccottet.
La parte más interesante de El paseo bajo los árboles puede que sea "Observaciones sin fin", pero antes ha debido escribir "Ejemplos", donde está el verdadero meollo de esta obra singular: su justificación, el riesgo. Sin olvidar otro capítulo decisivo de este libro por muchas razones ejemplar: la conversación del poeta con Jean Roudaut que va al final, junto a una exhaustiva cronología de Jaccottet.
Quien quiera seguir este paseo, que no deja de ser un camino iniciático o de redescubrimiento, tendrá que dejar fuera de sí "esa poesía más profusa que rica, más centelleante que luminosa, más ruidosa que musical que está al alcance de todo espíritu inventivo y temerario y que, al fin y al cabo, no vale más que las otras riquezas que nos ciegan hoy en día en cualquier esquina". El paseo de Jaccottet lleva a otra luz. Porque "la poesía es ese canto que no se percibe, ese espacio en que no se puede establecer la morada, esa llave que siempre hay que volver a perder".
Resulta imposible condensar la intensidad acumulada en ese puñado de páginas donde lo principal acaso sea dar cuenta de una indagación sobre la escritura que Jaccottet resuelve con algo más que un arte poética al uso. En su retiro de Grignan, el poeta busca, a la luz de la propia experiencia, el camino que le lleve de nuevo a la poesía. "Sólo una cosa me preocupa de verdad: lo real". Allí, "desde por la mañana la luz habla, y yo la escucho". Viene, por ejemplo, de los árboles, "sus primeros servidores".
Jaccottet merodea por los alrededores de su casa, pasea, para volver al "centro", para lograr la consecución de "un poema absolutamente transparente". Va a la busca del despojamiento, de lo elemental. Para conseguirlo se hace acompañar de otros viajeros: Dante, Leopardi, Hölderlin... Llega a ese punto donde se entiende la poesía como "cierta forma de oración". "Hay que consagrarse a las palabras", escribe.
Da cuenta de un encuentro capital: con Haiku, la obra de cuatro tomos de R. H. Blyth. De ahí a los poemas de Aires (que ha traducido también R-J. Díaz para la Fundación Ortega Muñoz) hay sólo un paso. O pocos más. "Experimenté la felicidad de un renacimiento", confiesa Jaccottet.
La parte más interesante de El paseo bajo los árboles puede que sea "Observaciones sin fin", pero antes ha debido escribir "Ejemplos", donde está el verdadero meollo de esta obra singular: su justificación, el riesgo. Sin olvidar otro capítulo decisivo de este libro por muchas razones ejemplar: la conversación del poeta con Jean Roudaut que va al final, junto a una exhaustiva cronología de Jaccottet.
Quien quiera seguir este paseo, que no deja de ser un camino iniciático o de redescubrimiento, tendrá que dejar fuera de sí "esa poesía más profusa que rica, más centelleante que luminosa, más ruidosa que musical que está al alcance de todo espíritu inventivo y temerario y que, al fin y al cabo, no vale más que las otras riquezas que nos ciegan hoy en día en cualquier esquina". El paseo de Jaccottet lleva a otra luz. Porque "la poesía es ese canto que no se percibe, ese espacio en que no se puede establecer la morada, esa llave que siempre hay que volver a perder".