1.5.11

Sábato y Extremadura

Acaba de salir a la calle España en los diarios de mi vejez, el último libro del escritor Ernesto Sábato. El título no da lugar a dudas. Por si acaso, dice él mismo en el prólogo: “Creo haber expresado algo de lo que siente un hombre al inminente borde de la muerte”. No hay un ápice de retórica en la frase: él sobrepasa la edad de noventa años y a esas alturas de la vida la inminencia, que pende, sí, encima de todos siempre cual espada de Damocles, me temo que lo es más a secas. Por eso, para huir de la muerte, escribe el autor de El túnel, “para asirme a algo”. “Escribir como lo último que me va quedando”, añade.
En el año 2002 realiza dos viajes desde su Argentina natal acompañado de Elvira, su inseparable Elvirita. La situación allí es desesperada. Le duele esa herida abierta. En España, lejana patria idealizada de su juventud, va a encontrar alivio y, por unos meses, las fuerzas y la salud, siquiera sean precarias, que ya le faltan en su senectud desconsolada y achacosa.
A través de las páginas del libro encontramos a un Sábato que pasea por “los espacios de la memoria”, por más que nos recuerde que “la vejez no es el tiempo de la memoria, sino la constatación del olvido, de la finitud, lo que ya no vuelve, lo que ya fue”.
Desde esa edad rememora su niñez, la de un niño tímido, introvertido y solitario que padecía de sonambulismo y al que hostigaban terribles pesadillas, pero que encontraba en los libros un refugio. Nos habla del milagro de la nieve, de la cueva de Altamira, del miedo al mar, de su amor por los vascos, de la pintura callada de Morandi. Son constantes sus referencias a María Zambrano (“poeta filósofa” la llama) y a sus amigos españoles, como Félix Grande. “Siempre que llego a España –dice- lo primero es llamar a Félix. Si escribo sobre la amistad, es en él en quien pienso”.
Desde Madrid, Sábato recorre en esos pocos meses unas cuantas ciudades, ya sea dictando conferencias, siendo investido doctor honoris causa por alguna universidad o, en fin, recibiendo premios. Por ejemplo, el “Extremadura a la Creación” que viene a recoger a Badajoz. Dos entradas del diario dan cuenta de ese viaje. En la primera, sin datar, titulada “Por la tarde” (después de la visita a Toledo) nos informa de que ha terminado “el discurso de Badajoz” y reproduce un párrafo del mismo. Allí dice: “Quiero terminar evocando con ustedes al caballero andrajoso de La Mancha y su lucha contra los molinos de viento, porque revelan una dimensión del alma humana que pueda quizá ayudar a no resignar cuanto de humanidad hemos perdido”. Dos páginas más adelante dedica la entrada “6 de septiembre” al viaje en sí. Empezó mal: “El viaje a Badajoz fue un infierno”, expresa con contundencia. Explica que venía mareado y que quiso retroceder; que al llegar (más que nada por terquedad del chófer) se acostó y que sólo después de varias horas pudo recuperarse. Quienes estuvimos presentes en aquella emocionante ceremonia recordamos sus mermadas facultades, tanto que hasta pusimos en duda que don Ernesto sobreviviera a los discursos. Antes de mencionar “un acto muy cálido”, alude a su encuentro con Saramago, al que califica en otra parte del libro de “hermano”. Su abrazo posterior, en la entrega del premio, fue memorable. No olvida tampoco la gratísima impresión que le causó la exposición que Antonio Franco y su equipo ofrecían en el MEIAC en torno a la revista Sur, la más universal de las argentinas, donde había primeras ediciones de Borges, Girondo o Arlt. “Me hubiera quedado horas”, confiesa, y luego: “Pero también qué tristeza. Me fui para no llorar como dice con trágica verdad uno de nuestros tangos”.
Termina su remembranza diciendo: “Había cantidad de gente que me escuchó en pavoroso silencio y me aplaudió largamente. Gratitud, algo innegable. Lo más hermoso de la vida es la gratitud”.
El viaje a Extremadura de Sábato no fue recogido por la prensa nacional, como casi todos los que emprendió a diferentes puntos de España. Porque lo relata en sus diarios, permanecerá en la memoria de los lectores futuros. También está en las hemerotecas gracias a lo publicado en su día por periódicos como éste.

Nota: publiqué este artículo en el Diario Hoy en el año 2004, fecha de aparición de su libro España en los diarios de mi vejez (Seix Barral). Lo rescato ahora que ha muerto. A los 99, por cierto. "La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, hay que morirse", dijo una vez.