6.7.11

El almanaque de Pavón

El cacereño de Cañaveral Tomás Pavón es del 59, como uno. Por eso y porque llevo años leyendo lo que escribe, me ha resultado muy sencillo dar buena cuenta de su último libro, Almanaque (Editora Regional de Extremadura. Colección Vincapervinca), que reúne un puñado de artículos que fueron publicados en su día por el diario Hoy, donde se le echa en falta. Pavón lleva tiempo alejado, no sé bien la causa, del periodismo literario. Sí, porque lo suyo es la columna con voluntad de estilo, que es la única que permanece y dura.
En la prensa regional, esa tradición ha sido fuerte. No hace falta recordar eso de que la literatura se escribe en los periódicos. Da igual dónde se impriman, Zaragoza o Vigo. En lo nacional, donde se sigue dando a duras penas (en El País, sobre todo), se echa en falta en una de sus mejores tribunas:  la de ABC. Ojalá esos cambios que se anuncian en la vieja casa de los Luca de Tena devuelvan a ese periódico centenario su genuina condición de "literario".
El título de Pavón, volvamos al principio, lo dice todo. Se suceden los textos a lo largo del año, lo que da una deliberada impronta de diario al recorrido.
Desde el primer momento, ya se dijo, se ve a las claras que a Pavón le importa más el cómo que el qué, sin que eso signifique, como en la falacia didáctica de la forma y el fondo, que las dos cosas no cuenten.
Sus lectores habituales, quienes hayan leído su obra más reciente, El desván de la memoria, encontarán aquí ese aire familiar que se respira dentro de su reconocible mundo literario y vital. De ahí que mencionara nada más empezar lo del 59. En los setenta, en su infancia, en los recuerdos de entonces -veranos, siestas, juguetes, atlas, piratas, cómics, etc.-, en ese viaje circular al pasado que no es sino un rodeo por el presente, se asienta no poco de lo escrito. Luego están las lecturas y los libros, cómplices necesarios de su aventura alrededor de la vida. Todo con elevadas dosis de "pura subjetividad", como cabe al caso.
Cita Pavón los paraísos: los artificiales de Baudelaire, los perdidos de Proust y "los fiscales, mucho más prosaicos". Nos lleva a una estática oficina en agosto. Nos cuenta cómo inventaba sus viajes en las interminables siestas de la infancia. Y nos habla de la alegría y de la depresión, de la felicidad y del aburrimiento, del pesimismo y la suerte. Al modo borgeano, en un año cabe una vida. De él y de los otros, condensada en poco más de 100 páginas que gracias al libro ya no perecerán por culpa de la fugacidad de los queridos periódicos.