Con el mismo título que ahora tiene su blog, El aprendiz, Isidro Hernández Gutiérrez, poeta y crítico de arte, publicó en 2008 (La Caja Literaria) un libro donde, como él mismo aclara al final, "se entremezclan notas, pensamientos, sobresaltos de la mirada, citas y evocaciones de experiencias personales"; "fragmentos", en suma, de lo que sucede y pasa.
Lo primero que el lector comprueba es que la novedad, tratándose de libros, es algo sin mucho sentido. Que poco importa, quiero decir, que lleve publicado años, siglos o apenas unos días, por más que algunos escriban al dictado de la moda y, en consecuencia, a favor de lo efímero.
Lo segundo, que no estamos ante un diario al uso, que es algo que, por suerte, puede afirmarse de la inmensa mayoría de los diarios que se publican de un tiempo a esta parte en España.
Cuaderno de viaje, entre paréntesis, añadió IH al título. Hizo bien: de eso se trata. Toda vida, según la gastada metáfora, lo es. Y ya que menciono la palabra "vida", bueno será destacar que, según confiesa IH, "mi escritura siempre ha pretendido tender un puente necesario entre el arte y la vida". Si ambas cosas se pueden separar en la existencia de cualquiera, se podría añadir.
Viajes por Bretaña, ante todo (donde el autor estuvo trabajando), pero también por Canarias, su tierra (que, por cierto, tantos escritores y artistas ha dado y da), París, Barcelona, Galicia, Provenza, Suiza...
Por el perfil personal y profesional de IH, abundan las referencias a tres disciplinas que conoce bien: la poesía, el teatro y la pintura. Referencias en forma de aforismos, citas (muy bien traídas), anotaciones, lecturas (de textos, de paisajes), etc.
El personaje que pulula por las páginas de El aprendiz es un ser solitario y un punto melancólico, como suelen serlo los diaristas (al uso o no), reflexivo, culto y sereno (salvo en una ocasión: para despotricar de las antologías poéticas). Y ya que hablo de poesía, asunto central del libro, coincido con él en dos afirmaciones básicas: "entiendo la poesía como palabra dicha en voz alta" y "en poesía, la oralidad -la voz- es la madre del cordero". Por eso tengo tanto interés en conocer la suya: para oír esa voz.
En las últimas páginas, IH comenta que le dan ganas de "arrojar por la borda este cuaderno de anotaciones, divagaciones y sandeces varias". Porque de lo tercero no hay nada, hubiera sido un lamentable error. O eso cree, después de leerlo con el debido aprovechamiento, este afortunado lector.
Lo primero que el lector comprueba es que la novedad, tratándose de libros, es algo sin mucho sentido. Que poco importa, quiero decir, que lleve publicado años, siglos o apenas unos días, por más que algunos escriban al dictado de la moda y, en consecuencia, a favor de lo efímero.
Lo segundo, que no estamos ante un diario al uso, que es algo que, por suerte, puede afirmarse de la inmensa mayoría de los diarios que se publican de un tiempo a esta parte en España.
Cuaderno de viaje, entre paréntesis, añadió IH al título. Hizo bien: de eso se trata. Toda vida, según la gastada metáfora, lo es. Y ya que menciono la palabra "vida", bueno será destacar que, según confiesa IH, "mi escritura siempre ha pretendido tender un puente necesario entre el arte y la vida". Si ambas cosas se pueden separar en la existencia de cualquiera, se podría añadir.
Viajes por Bretaña, ante todo (donde el autor estuvo trabajando), pero también por Canarias, su tierra (que, por cierto, tantos escritores y artistas ha dado y da), París, Barcelona, Galicia, Provenza, Suiza...
Por el perfil personal y profesional de IH, abundan las referencias a tres disciplinas que conoce bien: la poesía, el teatro y la pintura. Referencias en forma de aforismos, citas (muy bien traídas), anotaciones, lecturas (de textos, de paisajes), etc.
El personaje que pulula por las páginas de El aprendiz es un ser solitario y un punto melancólico, como suelen serlo los diaristas (al uso o no), reflexivo, culto y sereno (salvo en una ocasión: para despotricar de las antologías poéticas). Y ya que hablo de poesía, asunto central del libro, coincido con él en dos afirmaciones básicas: "entiendo la poesía como palabra dicha en voz alta" y "en poesía, la oralidad -la voz- es la madre del cordero". Por eso tengo tanto interés en conocer la suya: para oír esa voz.
En las últimas páginas, IH comenta que le dan ganas de "arrojar por la borda este cuaderno de anotaciones, divagaciones y sandeces varias". Porque de lo tercero no hay nada, hubiera sido un lamentable error. O eso cree, después de leerlo con el debido aprovechamiento, este afortunado lector.