Ya traje aquí hace unos meses los diarios de Miguel Sánchez-Ostiz, una lectura recurrente en mi vida. Poco después de aquello salió un nuevo tomo que, deliberadamente, dejé para el verano. Para Conil, en concreto. Allí, entre levante y poniente, entre nieblas y veras, entre playa y piscina, he dado buena cuenta de Vivir de buena gana (Alberdania), un título, ya se ve, que no engaña, como MS-O. Dentro, un poco lo de siempre. La religión y la política (qué oportunas reflexiones para estos días, para estos años) que, según él, andan a la par en una derecha, la española, incapaz de llevar a cabo una ideología propia (o europea) desligada del catolicismo y de la Iglesia; la interminable Guerra Civil y sus tristes secuelas, tan de actualidad también, mal que nos pese; ETA y lo vasco, otro problema por resolver; la ciudad natal, Pamplona, odi et amo, y, al fondo, la cita de Hemingway (que a su modo la puso en el mapamundi), aquello de que las ciudades no cambian, somos nosotros los que envejecemos. Pamplona, vale decir, o cualquier ciudad (ay, ese viejo tema), ya sea Bayona (tan amada) o Bilbao. Ya sea suya o del lector, que también cuenta, que puede poner el nombre de la suya, de cualquiera. El del viaje sigue siendo un asunto central en la vida y en obra, tanto monta, de S-O. Viajes reales que son, al mismo tiempo, merodeos alrededor del cuarto, "viajes librescos", sin salir de casa, dondequiera que ésta esté. O no. S-O se considera un hombre sin raíces y, por tanto, de ningún sitio. "El viajero -escribe- no es más que uno que está de paso y se va". Perfecto. Por eso aparecen en las páginas del diario Darwin, Cendrars, Morand y tantos otros culos de mal asiento como él. Y ya que cito a viajeros doblados de escritores, no faltan "lecturas furtivas" en Vivir de buena gana: Céline, Mac Orlan, Modiano, Baroja, etc. Viejos conocidos.Tampoco faltan artistas como Grosz, Sudek, Bacon u Oteiza (éste sí personaje habitual).
Acaso lo más interesante de la obra sea precisamente un viaje concreto: a Bolivia. Sí, se puede decir que dentro del libro hay un nuevo Cuaderno boliviano como el que publicó exento en su día. Por lo demás, quienes seguimos su blog le hemos acompañado hace poco a otro periplo por ese país que tan encandilado le tiene. A él y a quienes, de su mano (o a través de sus ojos), lo visitamos. Su belleza y su pobreza, cabe decir. Su exotismo (S-O repite que sabe bien que no pertenece a ese mundo) y su literatura, tan necesaria siempre para conocer el país "de verdad". Lo hace de la mano de dos escritores malditos. Uno, me parece, más interesante que el otro. Aquél, Jaime Sáenz. Éste, Víctor Hugo Viscarra. Con ellos, con sus libros, a través de su leyenda, viajamos al corazón de La Paz, no en vano al primero se le atribuye la invención de la novela urbana boliviana. Antros oscuros, alcohol a raudales, calles perdidas, soledad y silencio, vistieron sus vidas precarias transformadas, con el paso del tiempo, en mitos literarios para quienes saben y para los que no. De estudiosos, quiero decir, y de simples aprovechados con pose de poeta.
Me han encantado las líneas que dedica a describir sus tediosas estancias en las salas inhóspitas de los aeropuertos provinciales, las largas esperas entre vuelo y vuelo. Por su aire, nunca mejor dicho, me han recordado viejos poemas de otro diarista, José Carlos Llop.
Es curioso. He echado de menos a Miguel en este libro. Habla menos de sí mismo (y de sus, a veces, truculentas circunstancias). O lo tal vez lo hace de otra manera. Acaso por eso lo he encontrado más tierno y cercano. De nuevo el título y su lección primera: la buena gana. Con los amigos, por ejemplo. Con los vivos, como Juan Manuel Bonet, al que cita con frecuencia, y al que, como a todos, tantas cosas ha enseñado, y con los muertos (del 2008 y 2009, los años que comprende el diario). Así, Castilla del Pino, Ullán, Conte y Porcel, de los que traza cordiales perfiles.
Quizá esta nueva entrega de MS-O se pueda resumir con una frase: "No hay vida ni viaje que no sea al presente". Al presente perpetuo que él ha sabido crear gracias a estos descarnados y francos diarios.
Acaso lo más interesante de la obra sea precisamente un viaje concreto: a Bolivia. Sí, se puede decir que dentro del libro hay un nuevo Cuaderno boliviano como el que publicó exento en su día. Por lo demás, quienes seguimos su blog le hemos acompañado hace poco a otro periplo por ese país que tan encandilado le tiene. A él y a quienes, de su mano (o a través de sus ojos), lo visitamos. Su belleza y su pobreza, cabe decir. Su exotismo (S-O repite que sabe bien que no pertenece a ese mundo) y su literatura, tan necesaria siempre para conocer el país "de verdad". Lo hace de la mano de dos escritores malditos. Uno, me parece, más interesante que el otro. Aquél, Jaime Sáenz. Éste, Víctor Hugo Viscarra. Con ellos, con sus libros, a través de su leyenda, viajamos al corazón de La Paz, no en vano al primero se le atribuye la invención de la novela urbana boliviana. Antros oscuros, alcohol a raudales, calles perdidas, soledad y silencio, vistieron sus vidas precarias transformadas, con el paso del tiempo, en mitos literarios para quienes saben y para los que no. De estudiosos, quiero decir, y de simples aprovechados con pose de poeta.
Me han encantado las líneas que dedica a describir sus tediosas estancias en las salas inhóspitas de los aeropuertos provinciales, las largas esperas entre vuelo y vuelo. Por su aire, nunca mejor dicho, me han recordado viejos poemas de otro diarista, José Carlos Llop.
Es curioso. He echado de menos a Miguel en este libro. Habla menos de sí mismo (y de sus, a veces, truculentas circunstancias). O lo tal vez lo hace de otra manera. Acaso por eso lo he encontrado más tierno y cercano. De nuevo el título y su lección primera: la buena gana. Con los amigos, por ejemplo. Con los vivos, como Juan Manuel Bonet, al que cita con frecuencia, y al que, como a todos, tantas cosas ha enseñado, y con los muertos (del 2008 y 2009, los años que comprende el diario). Así, Castilla del Pino, Ullán, Conte y Porcel, de los que traza cordiales perfiles.
Quizá esta nueva entrega de MS-O se pueda resumir con una frase: "No hay vida ni viaje que no sea al presente". Al presente perpetuo que él ha sabido crear gracias a estos descarnados y francos diarios.