Constataba Iñaki Uriarte en sus diarios cómo algunos de sus amigos volvían a ir a misa y lo achacaba a la edad. Me he acordado de la anotación mientras leía el último libro del poeta barcelonés Carlos Pujol que, a pesar de lo avanzado de la suya (nació en el 36), no parece nuevo en la plaza, esto es, en la creencia religiosa. Publicado en la limpia y hermosa colección Cálamo Poesía (nunca mejor imbricados fondo y forma, por seguir la tópica distinción) que, desde Palencia, dirige con pulso atinado César Augusto Ayuso, El corazón de Dios no deja de ser una conversación de su autor con Él, lo que me ha llevado a recordar, a su vez, que así tituló Pujol uno de sus libros.
No es frecuente encontrar en estos tiempos libros así. Si acaso algún exabrupto en forma de artículo que más que a favor de la religión católica, en este caso, se vuelve contra ella sin paliativos. Nada más lejos del fanatismo militante que este diálogo sutil, en voz baja, de un hombre que envejece, con su Dios. Qué sabia sencillez, qué honda claridad. Qué bocanada, además, de aire puro, con independencia de que se comulgue o no con esa fe.
Cuarenta y ocho poemas sin título componen esta obra sustancial dentro de la amplia bibliografía de Pujol. Poemas breves que rondan el complicado asunto de la muerte y en los que se hace "arqueo" de lo ya vivido. Poemas que brillan por su humildad y que uno entiende como verdaderos. Poesía despojada que consuela. Poesía que uno identifica, sin innecesarios aditamentos, como tal.
Libros así hacen un bien inmenso a la pobre poesía, sin duda, y, más allá, a ese misterio, Iglesias al margen, que algunos conservan en su corazón y que a Pujol le ha llevado a escribir: "De la fe no sabemos más que existe".
José Luis García Martín decía aquí atrás: "Dios no existe, pero a veces –junto al Muro de las Lamentaciones, en la mezquita de Plovdiv, en el Panteón, en el silencio de Silos— su ausencia se hace tan presente que se convierte en la más consoladora verdad". Añadiría a esa lista: "después de leer El corazón de Dios".
No es frecuente encontrar en estos tiempos libros así. Si acaso algún exabrupto en forma de artículo que más que a favor de la religión católica, en este caso, se vuelve contra ella sin paliativos. Nada más lejos del fanatismo militante que este diálogo sutil, en voz baja, de un hombre que envejece, con su Dios. Qué sabia sencillez, qué honda claridad. Qué bocanada, además, de aire puro, con independencia de que se comulgue o no con esa fe.
Cuarenta y ocho poemas sin título componen esta obra sustancial dentro de la amplia bibliografía de Pujol. Poemas breves que rondan el complicado asunto de la muerte y en los que se hace "arqueo" de lo ya vivido. Poemas que brillan por su humildad y que uno entiende como verdaderos. Poesía despojada que consuela. Poesía que uno identifica, sin innecesarios aditamentos, como tal.
Libros así hacen un bien inmenso a la pobre poesía, sin duda, y, más allá, a ese misterio, Iglesias al margen, que algunos conservan en su corazón y que a Pujol le ha llevado a escribir: "De la fe no sabemos más que existe".
José Luis García Martín decía aquí atrás: "Dios no existe, pero a veces –junto al Muro de las Lamentaciones, en la mezquita de Plovdiv, en el Panteón, en el silencio de Silos— su ausencia se hace tan presente que se convierte en la más consoladora verdad". Añadiría a esa lista: "después de leer El corazón de Dios".