Cuenta Juan Ramón Santos en la contracubierta de su nuevo libro, Palabras menores (De la luna libros), que una vez le preguntaron: "¿Qué andas escribiendo?" y él contesto: "Una novela". "Ah, eso son palabras mayores", fue el espontáneo comentario de su interlocutor, "entonces pensé que, de ser así, sensu contrario, aquellas miniaturas, aquellas brevedades, aquellos cortometrajes en los que yo seguía enredado entre capítulo y capítulo, dándole de nuevo vueltas al peliagudo asunto de la Trinidad, o al fatal paso del tiempo, o al simple discurrir del sol por la órbita celeste, aquellas pequeñas historias sobre libros, lectores y escritores, sobre ferias, congresos o cumpleaños con las que me dedicaba a apurar la gramática, a afilar el léxico, a cincelar la prosa, en fin, con el cuidado de un orfebre, no podían ser sino palabras menores, entrañables, benditas Palabras menores".
Antes de llegar hasta ellas, el lector se topará con la pessoana cubierta, obra del propio autor de Plasencia ("la ciudad de Extremadura con más y mejores escritores por metro cuadrado", según nuestro crítico por antonomasia) y con un retrato de JRS en la solapa firmado por su hija Mafalda (alumna de Infantil del colegio "Alfonso VIII"). De la "cotidiana agudeza de mi mujer", el tercer miembro de la familia, se da cuenta en los "Títulos de crédito", al final del volumen. No es casual que los denomine así: el subtítulo del libro, Cortometrajes, remite a su ópera prima, publicada en la Editora Regional allá por 2004 (casi una tradición para los escritores extremeños que la desidia del PP amenaza con liquidar). Como aquéllos, estos cuentos cortos (o muy cortos: microrrelatos), tienen una gracia particular, marca de la casa, que no es sólo humorística, y planean sobre lo habitual y lo corriente con la sana intención de darle la vuelta a esa realidad que suponemos conocida y previsible pero que al cabo nos desconcierta. A diferencia de aquéllos, en estos se aprecia una madurez y un dominio que sólo la paciencia y la persistencia conceden al escritor, más después de haber acometido, con éxito, las "palabras mayores" de una novela tan compleja y completa como Biblia apócrifa de Aracia.
Hay cuentos desternillantes ("Polinización" y "Promiscuidad", "fruto de largos paseos por los parques (1) de Plasencia empujando un carrito de bebé"), sutiles ("Stricto sensu", muy apreciado por GHB, otra presencia no menos sutil), sarcásticos ("Dostoievskana doméstica"), tiernos ("Mi Buenos Aires querido" o "Regalo de cumpleaños"), etc. Entre mis preferidos, "Oto(rrino)" y "Cábalas". Entre líneas, referencias en forma de homenaje a los heterónimos, algo tan portugués como Santos y Cía., y unos benéficos "susurros" que alguien ofrece, cada poco, a un personaje melancólico con el que no resulta nada difícil identificarse. No faltan, en fin, los juegos de palabras y otras derivadas lingüísticas, sutilezas que comparte con su otrora maestro de taller literario.
Uno, que no lee para divertirse, se lo ha pasado estupendamente bien con Palabras menores. Por la ironía y el humor de sus historias, por su agudeza, sí, pero también, lo que más me importa, por lo que el libro tiene de literatura. Mucho. Vamos, todo.
Hay cuentos desternillantes ("Polinización" y "Promiscuidad", "fruto de largos paseos por los parques (1) de Plasencia empujando un carrito de bebé"), sutiles ("Stricto sensu", muy apreciado por GHB, otra presencia no menos sutil), sarcásticos ("Dostoievskana doméstica"), tiernos ("Mi Buenos Aires querido" o "Regalo de cumpleaños"), etc. Entre mis preferidos, "Oto(rrino)" y "Cábalas". Entre líneas, referencias en forma de homenaje a los heterónimos, algo tan portugués como Santos y Cía., y unos benéficos "susurros" que alguien ofrece, cada poco, a un personaje melancólico con el que no resulta nada difícil identificarse. No faltan, en fin, los juegos de palabras y otras derivadas lingüísticas, sutilezas que comparte con su otrora maestro de taller literario.
Uno, que no lee para divertirse, se lo ha pasado estupendamente bien con Palabras menores. Por la ironía y el humor de sus historias, por su agudeza, sí, pero también, lo que más me importa, por lo que el libro tiene de literatura. Mucho. Vamos, todo.
(1) El parque llano y el parque del poeta.