He aprovechado las vacaciones para leer algunos libros que se me habían ido quedando atrás. Así, El tiempo entre los labios (Antología, 1984-2008), de Víctor Jiménez, que publicó, tan bien como siempre, Renacimiento en su distinguida colección Calle del Aire. Después de Al pie de la letra (un libro que no dejo de prestar), me quedé con ganas de conocer la poesía anterior de Jiménez. Entre mis muchas carencias lectoras, una menos y para bien. Aunque, como vengo repitiendo cada poco, solemos señalar como el libro más importante de un autor el primero de los suyos que leímos, no defrauda la poesía del poeta andaluz y me parece el complemento ideal, por su carácter selectivo y antológico, para hacerse una cabal idea de lo que ésta representa en el rico panorama patrio. Serena, melancólica, con un regusto clásico, de marcado tono elegíaco, escrita al hilo de la experiencia personal, cercana a una forma de decir que predominó en los ochenta, no deja de recordar la vieja definición de Machado: "La poesía es palabra esencial en el tiempo".
De Sevilla me llegó también La herrumbre herida (Devenir), del profesor y poeta Carlos Peinado Elliot, un libro áspero, esencial, sin concesiones y desgarrado que viene de otra órbita lírica, no en vano su autor es un especialista en la obra de Valente, a la que dedicó un interesante ensayo publicado en la revista Cauce bajo el título "La alteridad en Eliot y Valente: en torno a "Little Gidding" y El fulgor".
Dejo para el final, por aquello del orden alfabético, Arrojar piedras, de Javier Pérez Walias, que publica la sevillana Isla de Siltolá en su colección Vela de Gavia. De su libro anterior dimos cuenta aquí hace un par de años exactos. Aunque éste sigue la estela de aquél, para explicar el caso de JPW conviene aclarar antes que hay, entre otras muchas divisiones posibles, dos tipos de poetas. Los que se mantienen firmes en una determinada poética apenas logran alcanzar, más pronto o más tarde, lo que consideran su verdadera, señera voz; esto es, a los que se podría aplicar eso de que escriben "el mismo libro", y los que van cambiando a medida que pasan los años y las obras. Pérez Walias pertenece a la segunda fracción, por más que algunos gestos permanezcan en su poesía desde el principio. El Walias de Arrojar piedras es un poeta suelto, que gusta del verso libre, nada comprimido, expansivo, surrealizante, metafórico, imaginativo, en una línea cada vez más seguida (con Mestre a la cabeza), lo que no obsta para que se muestre dueño y señor de sus versos. Arrojar piedras da buena cuenta del talento poético del placentino, que, a tenor de lo leído, va a más. Y hablando de ir, precisamente a Sevilla me voy ahora.