O De la naturaleza de las cosas, como reza el lucreciano subtítulo (Seix Barral, Los Tres Mundos, Poesía). Me ha sorprendido el último libro (por ahora) de Caballero Bonald. No debería. Al fin y al cabo son muchos años ya frecuentando su poesía, a la que siempre he tenido aprecio, como a la de buena parte de sus compañeros de viaje generacional, del núcleo duro (el famoso) o no, que eso al lector poco le importa, al menos a éste.
Que era un poeta barroco, en el mejor y más completo sentido del término, era cosa sabida. Que la vejez (con perdón) no le ha mermado sus condiciones poéticas, también. ¿Entonces? Hombre, supongo que no es fácil a los ochentaitantos escribir un libro así: tan torrencial, tan inspirado, tan poderoso en lo verbal y tan complejo en lo que atiende a su estructura (de ahí, sobre todo, lo barroco), tan lleno de memorias y de olvidos, tan juvenil incluso de aspecto (escrito con minúsculas y sin signos de puntuación) y tan rompedor en lo formal con esos versículos (salmódicos a su manera) que tanto se prestan a la lectura en voz alta, más si se tiene en cuenta la peculiar forma de decir sus propios versos que posee el poeta jerezano.
No faltan en esta autobiografía poética (igual pero distinta de la otra: La novela de la memoria) los lugares donde ha vivido (sus sucesivas patrias, que diría Borges); el ancho mundo por el que ha viajado; su confesa pasión por el lenguaje; el odio por la triste grisura de la posguerra y el franquismo; sus naufragios y navegaciones; las noches de alcohol y pesadilla (y las de alegría y alcoholes); las enfermedades (morales más que nada) y las esperanzas; los odios y los amores; los amigos y los enemigos, y, por poner coto, ese sinfín de obsesiones y realidades que, entre brumas y veras, ficción mediante, dan fe de una vida: la de un hombre.
Y todo envuelto en un clima de extrañeza, de duda, de incertidumbre y de perplejidad que acentúa la originalidad (perdón de nuevo) de su apuesta. Ya quisieran muchos jóvenes que vienen a comerse el mundo lírico (y, de paso, y cuanto antes, el otro) atreverse con lo que CB se ha aventurado. ¿Y el mito de Rimbaud?
Sí, más allá de los errores y excesos que conlleva un ejercicio de estas características, me ha sorprendido la fuerza literaria y vital de este superviviente al que tanto pasado le queda todavía por delante. Venga lo que venga, después de escribir algo así, cualquiera debería estar tranquilo. Y más.
Que era un poeta barroco, en el mejor y más completo sentido del término, era cosa sabida. Que la vejez (con perdón) no le ha mermado sus condiciones poéticas, también. ¿Entonces? Hombre, supongo que no es fácil a los ochentaitantos escribir un libro así: tan torrencial, tan inspirado, tan poderoso en lo verbal y tan complejo en lo que atiende a su estructura (de ahí, sobre todo, lo barroco), tan lleno de memorias y de olvidos, tan juvenil incluso de aspecto (escrito con minúsculas y sin signos de puntuación) y tan rompedor en lo formal con esos versículos (salmódicos a su manera) que tanto se prestan a la lectura en voz alta, más si se tiene en cuenta la peculiar forma de decir sus propios versos que posee el poeta jerezano.
No faltan en esta autobiografía poética (igual pero distinta de la otra: La novela de la memoria) los lugares donde ha vivido (sus sucesivas patrias, que diría Borges); el ancho mundo por el que ha viajado; su confesa pasión por el lenguaje; el odio por la triste grisura de la posguerra y el franquismo; sus naufragios y navegaciones; las noches de alcohol y pesadilla (y las de alegría y alcoholes); las enfermedades (morales más que nada) y las esperanzas; los odios y los amores; los amigos y los enemigos, y, por poner coto, ese sinfín de obsesiones y realidades que, entre brumas y veras, ficción mediante, dan fe de una vida: la de un hombre.
Y todo envuelto en un clima de extrañeza, de duda, de incertidumbre y de perplejidad que acentúa la originalidad (perdón de nuevo) de su apuesta. Ya quisieran muchos jóvenes que vienen a comerse el mundo lírico (y, de paso, y cuanto antes, el otro) atreverse con lo que CB se ha aventurado. ¿Y el mito de Rimbaud?
Sí, más allá de los errores y excesos que conlleva un ejercicio de estas características, me ha sorprendido la fuerza literaria y vital de este superviviente al que tanto pasado le queda todavía por delante. Venga lo que venga, después de escribir algo así, cualquiera debería estar tranquilo. Y más.