El número doble 101-102 de la revista Turia llega, como siempre, cargado de razones... literarias. Lo abren, o casi, un par de relatos autobiográficos (con perdón): "La casona", de Álvaro Pombo (más pombísimo, si cabe, que nunca), y "Monólogo del resentido", de Marcos Giralt Torrente (que parece haber encontrado un filón a partir de su celebrada novela Tiempo de vida, aunque esta vez se ponga en el papel de padre).
Sigue la poesía, a tope. Con excelentes poemas de la norteamericana Ann Sexton (de la edición de su poesía completa que prepara para Linteo Reina Palazón), Sánchez Rosillo, mis paisanos Pureza Canelo (muy intensa, como suele) y Basilio Sánchez, José Luis Rey, los siltolianos Sánchez Menéndez y Olga Bernad, Bagué Quílez y, por cerrar la lista, los santanderinos Alcorta, Fombellida, Oliván y Sopeña, otro grupo que, como el de Zaragoza y aledaños, da que hablar. Ya que aludo a la ciudad norteña (omnipresente en el relato de Pombo), digamos pronto que el número incluye un dossier dedicado a otro santanderino de pro, Gerardo Diego, que amó, sobre todo, a su ciudad natal, aunque a ratos, como explica muy bien Julio Neira en su colaboración, la odiase (por culpa, entre otras cosas, del incendio del 41 y del "pirulí"). Los artículos de Siles, Bernal, Morelli, Bonet ("Una biblioteca siempre es un retrato"), Moga, su hija Elena y otros habituales de la obra dieguina hacen imprescindible, de cara a futuros estudios, el mencionado dossier. Hay que felicitar, en fin, a quienes lo proyectaron (a veces las fundaciones sirven para algo, lo mismo que los directores de revistas) porque vuelve a poner en el mapa una poesía (y más) que se resiste, es lógico, a permanecer latente en el limbo de los departamentos universitarios.
Dos largas y provechosas conversaciones con Muñoz Molina y Navarro Baldeweg (ya lo dije: ¡cómo me gustan las entrevistas con arquitectos!), nuevas, jugosas páginas del diario de Maícas y un montón de reseñas (entre ellas, ejem, una que firmo sobre Conversación de GHB) cierran otro espléndido Turia que, como los versos de Diego, va camino de lo interminable.
(En la fotografía, la estatua de G. D. que se encuentra a las puertas de la Fundación que lleva el nombre del poeta cántabro)
Sigue la poesía, a tope. Con excelentes poemas de la norteamericana Ann Sexton (de la edición de su poesía completa que prepara para Linteo Reina Palazón), Sánchez Rosillo, mis paisanos Pureza Canelo (muy intensa, como suele) y Basilio Sánchez, José Luis Rey, los siltolianos Sánchez Menéndez y Olga Bernad, Bagué Quílez y, por cerrar la lista, los santanderinos Alcorta, Fombellida, Oliván y Sopeña, otro grupo que, como el de Zaragoza y aledaños, da que hablar. Ya que aludo a la ciudad norteña (omnipresente en el relato de Pombo), digamos pronto que el número incluye un dossier dedicado a otro santanderino de pro, Gerardo Diego, que amó, sobre todo, a su ciudad natal, aunque a ratos, como explica muy bien Julio Neira en su colaboración, la odiase (por culpa, entre otras cosas, del incendio del 41 y del "pirulí"). Los artículos de Siles, Bernal, Morelli, Bonet ("Una biblioteca siempre es un retrato"), Moga, su hija Elena y otros habituales de la obra dieguina hacen imprescindible, de cara a futuros estudios, el mencionado dossier. Hay que felicitar, en fin, a quienes lo proyectaron (a veces las fundaciones sirven para algo, lo mismo que los directores de revistas) porque vuelve a poner en el mapa una poesía (y más) que se resiste, es lógico, a permanecer latente en el limbo de los departamentos universitarios.
Dos largas y provechosas conversaciones con Muñoz Molina y Navarro Baldeweg (ya lo dije: ¡cómo me gustan las entrevistas con arquitectos!), nuevas, jugosas páginas del diario de Maícas y un montón de reseñas (entre ellas, ejem, una que firmo sobre Conversación de GHB) cierran otro espléndido Turia que, como los versos de Diego, va camino de lo interminable.
(En la fotografía, la estatua de G. D. que se encuentra a las puertas de la Fundación que lleva el nombre del poeta cántabro)