11.9.12

El centro fugitivo en Clarín

En el número 100 de la revista literaria Clarín se publica una reseña de El centro fugitivo firmada por Rafael Morales Barba, crítico y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

Desde el territorio al extravío

Las poéticas de los últimos años del siglo XX extrañaban una antología sobre Álvaro Valverde (1959). Lo merecía su poesía y atención  a un cruce de caminos  tras la nueva sentimentalidad, el realismo de varia mirada y la evolución de la poesía esencial hacia el sincretismo de los lenguajes. La peculiaridad dentro de un orden entre promociones, desde Claudio Rodríguez y José Ángel Valente hasta Andrés Trapiello, Sánchez Rosillo, Antonio Moreno o García Martín y los siguientes  en el tiempo, Felipe Benítez Reyes, García Montero o Juan Lamillar, por ejemplo. Y desde los clásicos como modelo: Antonio Machado, Jorge Luis Borges, o poetas ingleses como Tomlinson,  entre otras  miradas. Se propone desde este ángulo su poética del mundo íntimo y clasicista, atenta al paso del tiempo, la fidelidad a un lugar real, la contemplación y la memoria desde la claridad elocutiva, que no es sinónimo de la línea clara. La poesía de Álvaro Valverde se hace así un espacio entre promociones, un tránsito, con ciertas novedades como la reaparición de una circunspecta naturaleza (Antonio Moreno) vinculada a la sensación, junto a otros espacios más habituales, la intimidad pensativa, la infancia desde el contrapunto necesario con la poesía urbana. Todo tras el telón de la  melancolía ensimismada, especular, retraída y delicada. El placentino se muestra desde esos terraplenes como un cruce de caminos de la modernidad española en la  fusión de trayectorias e influencias del 80 y 90 desde el mundo de los años 50. Desde el territorio al extravío. Desde la propiedad de un lugar innominado (Aquí, en el huerto sombrío/ donde las horas son luz tamizada/ y del limón aroma./ Hagamos de este lugar un territorio.) a la incertidumbre existencial, pensativa. Ensimismada en el decir reflejado en el espejo de los hiperestésicos.
Del territorio al extravío, del reconocimiento de un ámbito físico y su memoria,  a la meditación sobre el paso del tiempo. La poética de los libros iniciales, desde Territorio (1985) hasta Ensayando círculos (1995), tan explícitamente descritos en el título, ha ido trocando paulatinamente la intranquilidad existencial, a duras penas amansada por una naturaleza y un lugar de la memoria, Plasencia, por la agónica presencia del viaje hacia la nada. El camino poético del desasosiego, cada vez más angustiosamente explícito, se ha deslizado o construido imperceptiblemente de la mano de una diosa pagana: la melancolía. Jordi Doce ha sabido escoger y hacer perceptible este viaje a través de los ocho libros de Valverde. No estamos por tanto ante una antojolía, sino ante una antología, que ha sabido describir las correspondencias con esas obsesiones descritas a las que guarda fidelidad, las lecturas, ciudades y espacios que alguna vez han sido exponente de un momento lírico como Lisboa (pero también Tánger, Yuste, Plasencia). Jordi Doce ha sabido mostrar y escoger, acercarlo en definitiva, con un prólogo realmente útil al lector. A todas esos senderos trazados por el prologuista se podría añadir  el quietismo (se pierde la quietud que contemplaras/ la que te dio sentido frente a todo), la actitud de recogimiento de quien navega sin moverse apenas de sitio. Un mundo de interiores imanta su deseo de permanencia donde la más leve perturbación inquieta o altera, pues en Álvaro Valverde es fundamental el deseo de apacibilidad, de escena quieta zurbaranesca, como resistencia. Doce  ha repasado muy bien lo fundamental,  la memoria, la infancia idílica, la angustia, la naturaleza, el viaje,  el mundo cultivado y lector, muy intelectual y mitómano de Álvaro Valverde, las filiaciones. Pero esa resistencia o deseo de quietud es es clave cuando el ábrego arrecia,  y se reconocen vacuos los antagonistas: el viaje (o huida), o el deseo de permanencia, pues la tranquilidad es efímera.  Mera ficción: la calma indescifrable de las cosas/y su terror innúmero, no salvan.  Sobre todo porque el poeta indaga cada vez más dentro de sí, y esa sombra que hacia adentro se alarga. Él y su circunstancia ensimismada, temerosa, son el objeto del poema. De toda su poética.
Le hacía falta una antología al placentino. Su capacidad de crear poemas escena y recrear circunstancias y sensaciones, su pulcritud y legibilidad lo merecían. Su atención al poema en prosa.  Además ha perdido en su evolución maniera leopardiana o clasicista en su peor sentido. Su delicadeza y capacidad de transmitir ensoñación, comedimiento, sobriedad sin solemnidades, criterio en el el ornato, su sentido de la contemplación y un mundo de lecturas (y técnicas como la del personaje) típica de casi todos los poetas entre 1980 y 2000 precisaban este trabajo que tan cuidadosamente ha editado La isla de Siltolá, en su colección Arrecifes. Ha merecido la pena esperar para ver resumida una época en el ramo de sus versos.