En el número 100 de la revista literaria Clarín se publica una reseña de El centro fugitivo firmada por Rafael Morales Barba, crítico y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
Desde el territorio al extravío
Las
poéticas de los últimos años del siglo XX extrañaban una antología sobre Álvaro
Valverde (1959). Lo merecía su poesía y atención a un cruce de caminos tras la nueva sentimentalidad, el realismo de
varia mirada y la evolución de la poesía esencial hacia el sincretismo de los
lenguajes. La peculiaridad dentro de un orden entre promociones, desde Claudio
Rodríguez y José Ángel Valente hasta Andrés Trapiello, Sánchez Rosillo, Antonio
Moreno o García Martín y los siguientes
en el tiempo, Felipe Benítez Reyes, García Montero o Juan Lamillar, por
ejemplo. Y desde los clásicos como modelo: Antonio Machado, Jorge Luis Borges,
o poetas ingleses como Tomlinson, entre
otras miradas. Se propone desde este
ángulo su poética del mundo íntimo y clasicista, atenta al paso del tiempo, la
fidelidad a un lugar real, la contemplación y la memoria desde la claridad
elocutiva, que no es sinónimo de la línea clara. La poesía de Álvaro Valverde
se hace así un espacio entre promociones, un tránsito, con ciertas novedades
como la reaparición de una circunspecta naturaleza (Antonio Moreno) vinculada a
la sensación, junto a otros espacios más habituales, la intimidad pensativa, la
infancia desde el contrapunto necesario con la poesía urbana. Todo tras el
telón de la melancolía ensimismada,
especular, retraída y delicada. El placentino se muestra desde esos terraplenes
como un cruce de caminos de la modernidad española en la fusión de trayectorias e influencias del 80 y
90 desde el mundo de los años 50. Desde el territorio
al extravío. Desde la propiedad de un
lugar innominado (Aquí, en el huerto
sombrío/ donde las horas son luz tamizada/ y del limón aroma./ Hagamos de este
lugar un territorio.) a la incertidumbre existencial, pensativa.
Ensimismada en el decir reflejado en el espejo de los hiperestésicos.
Del territorio al extravío, del
reconocimiento de un ámbito físico y su memoria, a la meditación sobre el paso del tiempo. La
poética de los libros iniciales, desde Territorio
(1985) hasta Ensayando círculos (1995),
tan explícitamente descritos en el título, ha ido trocando paulatinamente la
intranquilidad existencial, a duras penas amansada por una naturaleza y un
lugar de la memoria, Plasencia, por la agónica presencia del viaje hacia la nada. El camino poético
del desasosiego, cada vez más angustiosamente explícito, se ha deslizado o
construido imperceptiblemente de la mano de una diosa pagana: la melancolía.
Jordi Doce ha sabido escoger y hacer perceptible este viaje a través de los
ocho libros de Valverde. No estamos por tanto ante una antojolía, sino ante una antología, que ha sabido describir las
correspondencias con esas obsesiones descritas a las que guarda fidelidad, las
lecturas, ciudades y espacios que alguna vez han sido exponente de un momento
lírico como Lisboa (pero también Tánger,
Yuste, Plasencia). Jordi Doce ha sabido mostrar y escoger, acercarlo en
definitiva, con un prólogo realmente útil al lector. A todas esos senderos
trazados por el prologuista se podría añadir
el quietismo (se pierde la quietud
que contemplaras/ la que te dio sentido frente a todo), la actitud de recogimiento de quien navega sin moverse apenas de
sitio. Un mundo de interiores imanta su deseo de permanencia donde la más leve
perturbación inquieta o altera, pues en Álvaro Valverde es fundamental el deseo
de apacibilidad, de escena quieta zurbaranesca, como resistencia. Doce ha repasado muy bien lo fundamental, la memoria, la infancia idílica, la angustia,
la naturaleza, el viaje, el mundo
cultivado y lector, muy intelectual y mitómano de Álvaro Valverde, las
filiaciones. Pero esa resistencia o
deseo de quietud es es clave cuando el
ábrego arrecia, y se reconocen
vacuos los antagonistas: el viaje (o huida), o el deseo de permanencia, pues la
tranquilidad es efímera. Mera ficción: la calma indescifrable de las cosas/y su
terror innúmero, no salvan. Sobre
todo porque el poeta indaga cada vez más dentro de sí, y esa sombra que hacia adentro se alarga. Él y su
circunstancia ensimismada, temerosa, son el objeto del poema. De toda su
poética.
Le hacía falta una antología al
placentino. Su capacidad de crear poemas
escena y recrear circunstancias y sensaciones, su pulcritud y legibilidad lo
merecían. Su atención al poema en prosa.
Además ha perdido en su evolución maniera
leopardiana o clasicista en su peor sentido. Su delicadeza y capacidad de
transmitir ensoñación, comedimiento, sobriedad sin solemnidades, criterio en el
el ornato, su sentido de la contemplación y un mundo de lecturas (y técnicas
como la del personaje) típica de casi
todos los poetas entre 1980 y 2000 precisaban este trabajo que tan
cuidadosamente ha editado La isla de Siltolá, en su colección Arrecifes. Ha
merecido la pena esperar para ver resumida una época en el ramo de sus versos.