26.11.12

Botín de libros

Por suerte, se amontonan encima de la mesa. De las mesas. Vuelvo a quedarme sin sitio para ellos en las estanterías. Para un tipo ordenado como yo, un problema. Con todo, ya digo, también una alegría.
Los liliputienses del generoso Cumbreño crecen. A las obras de Cristian Gómez Olivares, que anduvo este verano por Plasencia (La nieve es nuestra), Luis Chaves (Asfalto) y David Eloy Rodríguez (Lo que iba diciendo), que por fin recogí en La Puerta de Tannhäuser, se les unen las de Edwin Madrid (Pararrayos) y Mario Arteca (Circulante). De todos ellos, sólo uno es español. Todos, eso sí, escriben en esa lengua, cada vez más fértilmente contaminada con la poesía de allá.
De Sevilla, desde la colección Biblioteca Sibila - Fundación BBVA de Poesía en Español llegan otros dos hispanoamericanos: el veterano Carlos Germán Belli con Los dioses domésticos y otras páginas y Armando Romero que publica Amanece aquella oscuridad, dos libros dignos de ser leídos, anchurosos y llenos de luz como los paisajes ultramarinos de aquellas tierras.
Antonio Reseco, que pasó hace poco por aquí, publica un libro de relatos (el primero, según creo, de los suyos): El conejo, la chistera y el mago sin memoria, en la colección Vincapervinca de la Editora Regional de Extremadura.
Para terminar, Miguel Ángel Contreras (Guadix, Granada, 1968) da a la imprenta Libro de precisiones (Bartleby Editores). Tras un "proemio" inquietante, la obra se divide en dos partes: "En el desierto" y "Variaciones en la piedra". La primera, de tono metafísico (la palabra "desierto" suele llevar irremediablemente a parajes meditativos), contiene una serie de poemas breves y sin título que dan cuenta de la peripecia vital de un hombre por su propio desierto: el interior, el de la soledad. Un "desierto de sombras" donde se encuentra "desterrado". Un desierto que, por eso, puede estar en Samarcanda o en Berlín. Que escribe: "La vida tambien es / aprender a rendirse". O: "Huye de lo que no sea belleza". Que concluye: "Desierto, todo es desierto".
En la segunda parte, vuelve "a la región de la materia". Viaja a Praga ("No hay mayor soledad que la de los puentes"), Roma, Florencia... Vuelve "hacia dentro, donde siempre he estado". Poemas más leves, sencillos inclusos, de turista ocasional a veces, de alguien, en fin, que no olvida su condición de homo viator.