23.11.12

Pablo d'Ors medita

Biografía del silencio. Breve ensayo sobre la meditación es el título del último libro de Pablo d'Ors. Lo ha editado Siruela en su Biblioteca de Ensayo, que dirige Ignacio Gómez de Liaño. Como se ve, que nadie espere una nueva novela del autor de Las ideas puras. Ya en su anterior obra narrativa, El amigo del desierto, d'Ors se apartaba de su camino habitual. Quiero decir que se acercaba a otro territorio, más despojado e inhóspito, acaso también más verdadero. "El desierto, el vacío, el silencio..", decía en mi comentario. Pues bien, en Biografía del silencio, dedicado a la memoria de su madre, María Luisa Führer, y compuesto por 49 breves fragmentos, intenta acercar al lector a una experiencia que le ha cambiado la vida (o que le ha ayudado a empezar a vivirla): la de la meditación en silencio y quietud. A esa práctica de autoconocimiento, a esa aventura interior ha dedicado el último lustro y sobre lo acontecido, casi a modo de diario, escribe, a sabiendas de lo limitado de su esfuerzo. Es difícil dar cuenta con palabras de ese apasionante vaciamiento. Son poco más de cien páginas de inaudita intensidad que nos ayudan a comprender, o cuando menos a atisbar, la importancia, la grandeza incluso, de esa humilde pero profunda forma de atención, inmemorial pero vigente, a esa santa lección de paciencia, que nos permite ir más allá de lo que cualquiera acostumbra. Hacia dentro, no hacia fuera. Más cerca, sin embargo, que lejos.
Confiesa d'Ors que se inició en la meditación porque un imperioso deseo se le imponía a cualquier otro: "el de triunfar como escritor". 
Sacerdote católico, cita como maestro al monje benedictino Elmar Salmann y a otros tres maestros zen, una escuela del budismo mahāyāna de la que se considera discípulo.
Podría entresacar numerosas citas del libro, pero a costa de simplificar y hasta desvirtuar su espíritu. Es una obra para leer y releer, línea a línea, para meditar, nunca mejor dicho, por más que el concepto de meditación clásico u occidental tenga aquí poca o nula relevancia. Sorprende incluso que un cura se atreva a decir según qué cosas y no, ay, porque escandalicen, sino por su genuina radicalidad, tan al margen de las reglas y las doctrinas.
Dan ganas de acompañar, sí, a este peregrino en su viaje. De ser tan audaz como él a la hora de abandonar los miedos que nos atenazan o, cuando menos, de ser capaces de asumirlos y de convivir con ellos. Ganas de adentrarse en ese "rincón", en ese "refugio", en esa "ermita", en ese "reducto", en ese "territorio interior", en fin, que todos tenemos "dentro de nosotros". De aventurarse por entre sus múltiples moradas. Sin misticismos. Para vivir.
"Lo que he escrito en estas páginas es un pálido reflejo de mi experiencia", dice al final del libro, que es, por cierto, donde la obra cuaja hasta un grado admirable. Hay páginas muy bellas, donde el escritor que d'Ors es no puede disimular su estilo. Tampoco le importaría a uno obervar, ser testigo (un término clave), de una de esas reuniones de su seminario de entrenamiento espiritual, Buscadores de la Montaña. 
Lanza del Vasto, fundador de la Comunidad del Arca, ha sido lo más parecido a un maestro que uno ha tenido. Además de leerlo, lo conocí y escuché de su boca enseñanzas muy cercanas a la meditación, pues no en vano era discípulo de Gandhi, practicante de yoga y había peregrinado a pie hasta el Himalaya (como d'Ors) y la India. Ahora, como cualquiera, puedo presumir de otro. Más asequible y cercano. Ojalá, como recomienda, se atreviera uno a dar el paso siguiente: deja de leer y ponte a meditar. Y hacer "sentadas", como las llama él. Predisposición no me falta. Para empezar, soy "pájaro solitario" (aunque, como explica d'Ors, para meditar sea bueno rodearse de otras aves esquivas). Y paseo, que no deja de ser, para mí, una forma de recogimiento. Por otra parte, escribir poesía se me antoja otro modo de meditación. Es más, hace mucho, antes de que me la impusieran, decidí elegir, entre otras tradiciones, la de la poesía meditativa o "de la meditación". Supongo que por algo.
Como dice Simone Weil, a quien cita al principio del libro, "El deseo de luz produce luz". Después de lo leído, no me cabe la menor duda.