El número 40 de la revista sevillana Sibila es redondo en el doble sentido: por la cifra en sí y por lo bien que resulta.
Juan Carlos Marset, director, y Patricia Ehrle, editora, han conseguido, gracias al patrocinio de la Fundación BBVA (sin esa significativa e imprescindible ayuda la revista desaparecería), reunir un buen plantel de escritores; y, más allá de los nombres, unos textos dignos de elogio. Así, entre otros, los poemas del peruano Carlos Germán Belli y los del colombiano Armando Romero (que, por cierto, publican sendos libros en la colección Biblioteca Sibila). O varios compañeros de generación: Jesús Aguado, que nos ofrece el extenso poema "Dice Kabir"; Antonio Moreno, que sigue en su ascendente camino de despojamiento y esencialidad; Jorge Riechmann, "el más grande de los poetas vivos", según Sarrión, autor de un interesantísimo diario sobre su estancia en la Alpujarra granadina, en Bubión, con esas agudas reflexiones a que nos tiene acostumbrado, plenas, éstas sí, de sentido común, y Francisco León, que nos explica la génesis de la composición de su poema "El juego de la locura", fruto de su obsesión por un precioso lugar llamado Teno (en su Tenerife natal).
Más joven, José Luis Rey vuelve a demostrar su capacidad para sorprender y la clave imaginativa de su poética. Mayores, César Antonio Molina y Eduardo Milán dan a la imprenta otro par de anchurosos poemas en tonos, eso sí, bien distintos.
No faltan la prosa (ensayo, relato, etc.), de la mano de Enrique Vila-Matas (con un texto sobre las entrevistas puramente vila-matiano), José Luis de Juan, Mercedes Gutiérrez García y Sivia Nanclares, entre otros; ni el teatro, con una obra breve de Antonio Garrigues Walker.
Rematan esta entrega feliz imágenes de las esculturas, monumentales al tiempo que leves y aéreas, de Jaume Plensa y un ramillete de romances viejos con música (escrita para ocho voces mixtas) de Luis de Pablo.
"Por lo que parece, ya ha pasado, irremediablemente, el tiempo de las revistas literarias en papel", decía aquí atrás Abelardo Linares, que de esto sabe un rato. Después de lo leído en Sibila (y lo por leer), no sé yo. Lo mismo hay cosas que no pasan. Como la buena literatura en deliciosa textura amalfitana.