9.6.13

Seferis, luz griega

La colección de Poesía de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores no podía cerrar mejor la etapa del que fuera su director, Nicanor Vélez, que publicando la obra poética completa de Yorgos Seferis (1900-1971), Premio Nobel en 1963, en ejemplar traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia.
Griego de Esmirna, ciudad turca desde 1913, ese hecho va a marcar decisivamente su vida que es tanto como decir su poesía, pues ambas transcurren inseparables hasta su muerte. Por si fuera poco, ese sentimiento de permanente regreso, ese constante dolor por su querida patria, su desarraigo, se acentúa debido a su condición de diplomático, representante de un país golpeado por los mil avatares de su siglo: guerras, exilios, golpes de estado, dictaduras… Viajero por Europa (en París se formó y en Londres vivió largas temporadas), Asia y África, Seferis busca en vano el regreso, siempre a medio camino, entre dos puertos, como nos explican en el ajustado prólogo los traductores. Esa su condición, ese su destino: “Hemos vuelto / partimos siempre para volver a la soledad, a un puñado de tierra, a las manos vacías”.  No es extraño que escribiera: “No sé ya dónde he nacido”.
No es Seferis autor de una obra extensa. Reunida bajo el certero título de Mythistórima, los versos de Estrofa, La Cisterna, Novela, Gimnopedia, Cuaderno de ejercicios, Bitácora y El Zorzal dan cuenta de un perfecto engranaje vital entre mito e historia, un lugar “donde se funden el drama antiguo y la tragedia moderna”. Y al fondo, Grecia. El helenismo de Seferis (un humanismo) se funda en torno a su patria perdida: “Dondequiera que viaje, Grecia me duele”. Un dolor que es, además, gozo ante el paisaje en ruinas de su tierra (“eres tú la ruina”; “porque las estatuas ya no son añicos, / lo somos nosotros”) y la luz, metáfora perfecta (como la del mar, otro elemento indispensable para él), que todo lo domina: “En el fondo soy cosa de la luz”, escribió. Sobre la literatura griega, precisamente, levanta su meticuloso edificio de sonido y sentido, ya en lengua demotikí, y en sus poemas hay constantes alusiones, deliberadas referencias a textos de Homero, Eurípides, Esquilo, Erotócrito… También a los filósofos. Y a la Odisea y la Ilíada. Se da un diálogo constante con el teatro, la poesía y la filosofía griegas pero no como ejercicio retórico sino como vivo procedimiento lírico de alguien que es, ante todo, es un poeta moderno. Su culturalismo es genuino. Temprano traductor de Eliot (al que dedicó ensayos penetrantes), miembro de honor de la mejor estirpe de poetas europeos del siglo XX. Eso sí, desde el clasicismo: “En el fondo –anotó en sus Diarios- debo ser incurablemente antiguo”. Algo que no entra en contradicción, ya digo, con su manera de entender la poesía como “sentimiento de irrealidad del individuo” (Alcira/Segovia) y dar cabida en ella a otras voces en un juego de heteronimias que le emparenta con contemporáneos suyos como el citado Eliot, Pessoa o Machado. Fruto de ese proceder, Matías Pascal y Stratis Marinero, protagonistas de algunos de sus más logrados poemas: él y el otro, su álter ego. Y ahí el uso del monólogo dramático, otro recurso propio de la modernidad.
Sobrevolando, lo trágico, ese sentimiento griego por excelencia que le hace expresarse como ser doliente. Usa para ello un vocabulario esencial: mar, isla, luz, vientos, verano, sol, ruinas, Mediterráneo, pozo, aljibe, cisterna, estatuas, piedras… Su persona verbal favorita, el “nosotros”. Los griegos. Voz “vuelta hacia el foro”. Shelley afirmó: “Todos somos griegos”, y Borges matizó: “en el exilio”.
Por intertextualidades y otras elaboraciones que contenga, su tono es natural, cercano a la conversación: “Sólo quiero hablar sencillamente, que se me dé ese don”.
Poesía musical, en el más alto sentido (en sus diarios declara su amor por la música), con tendencia a la composición del poema extenso. También, por su proceder, cercana a lo popular y sencillo.
Ya disponíamos de ediciones con los versos, ensayos y diarios de Seferis. Esta nueva traducción de su poesía completa renueva el valor de las esclarecedoras palabras de Eliot quien, tras un encuentro con él que tuvo lugar en Londres en 1952, comentó: “He conocido muchos poetas o a personas que decían ser poetas. Me siento feliz de haber conocido a un verdadero poeta”.

(Reseña publicada en el nº 354 de la revista Quimera)