Imponderables de última hora -¡qué racha!- me impidieron incorporarme a las jornadas Las Hurdes desde Buñuel como estaba previsto, esto es, a primera hora de la tarde del viernes. Eso tuvo su parte buena y su parte mala. Ésta, porque no pude escuchar a los ponentes del primer día: Lara, Barbáchano, mi paisano Aparicio o Chano Fernández. La otra, porque me perdí el disparatado discurso del camarada Parejo y el paseíllo del resto de autoridades.
El sábado salí temprano de casa. Mientras me preguntaba cómo era posible que uno fuera a trabajar hasta Cambroncino, a diario, desde Plasencia, durante años o que recorriera semana sí y semana también aquellos remotos contornos, disfrutaba de un paisaje único que siempre parece inaugurarse para ti. El culmen de la contemplación aconteció en la bajada hasta el cruce de Las Mestas, donde la niebla daba al bosque de pinos un inevitable toque romántico.
Por una carretera de un solo sentido (debido a los desprendimientos), llegué a la hospedería Hurdes Reales antes de que diera comienzo la primera mesa sabatina. Lo primero, saludar a antiguos compañeros (José María -hijo del ahijado de Alfonso XIII-, José Luis, Mariángeles...), a viejos conocidos (como Hilario Jiménez, profesor del IES de Caminomorisco, que acaba de publicar Exprimiendo limones de madrugada, o Juan Pedro Domínguez, del Centro de Documentación) y, por fin, a los más cercanos, María José, Gonzalo, Antonio y Fernando. También al coordinador de las jornadas, Jesús M. Santos, al que hay que felicitar por el alto nivel conseguido y la excelente organización del encuentro que conmemoraba el ochenta aniversario de la película de Buñuel.
Aprendí no poco aquella mañana: de las intervenciones, por ejemplo, de Antonio Franco (inolvidable la exposición del MEIAC sobre las Hurdes) y Fernando R. de la Flor (sabio y batueco, vecino de la sierra de al lado, la de Francia). Y de las del dibujante Fermín Solís (cuya novela gráfica sobre Las Hurdes de Buñuel publicamos en la Editora antes que en Astiberri, lo mismo que el archicitado clásico de Legendre: Las Hurdes. Estudio de geografía humana, traducido por Barcia, un proyecto que inició Fernando Pérez y que por desgracia no pudo culminar), el profesor Santos Unamuno (que trajo a colación otro libro de mi etapa en la Editora: Freinet en Las Hurdes, y que me ganó para su causa apenas pronunció la palabra "lugar", para hablar a continuación de lo geoliterario y lo cartográfico sin por ello dejar de citar a Leopardi y a los lakistas ingleses en un perfectísimo inglés) o David Matías, becario de la UEX, cuya tesis Las Hurdes imaginarias (dirigida por el citado Unamuno) dará que hablar.
Aprendí no poco aquella mañana: de las intervenciones, por ejemplo, de Antonio Franco (inolvidable la exposición del MEIAC sobre las Hurdes) y Fernando R. de la Flor (sabio y batueco, vecino de la sierra de al lado, la de Francia). Y de las del dibujante Fermín Solís (cuya novela gráfica sobre Las Hurdes de Buñuel publicamos en la Editora antes que en Astiberri, lo mismo que el archicitado clásico de Legendre: Las Hurdes. Estudio de geografía humana, traducido por Barcia, un proyecto que inició Fernando Pérez y que por desgracia no pudo culminar), el profesor Santos Unamuno (que trajo a colación otro libro de mi etapa en la Editora: Freinet en Las Hurdes, y que me ganó para su causa apenas pronunció la palabra "lugar", para hablar a continuación de lo geoliterario y lo cartográfico sin por ello dejar de citar a Leopardi y a los lakistas ingleses en un perfectísimo inglés) o David Matías, becario de la UEX, cuya tesis Las Hurdes imaginarias (dirigida por el citado Unamuno) dará que hablar.
En la comida me senté al lado de Gonzalo, María José, Antonio y Fernando y llegué a la conclusión de con algunos amigos la conversación es interminable y que estar con ellos nunca cansa.
Por la tarde, a la intempestiva hora española de la siesta, nos tocó el turno a nosotros: el mencionado Bayal, asiduo de la hospedería, Atxaga, tan cariñoso como siempre, y uno, el poeta (aunque ellos dos también lo sean). Estuvieron muy bien, para eso son narradores de fuste, y uno hizo lo que pudo, que fue poco. Eso sí, leí a petición del coordinador de la mesa -la Barceló voló a Lampedusa- un poema de El reino oscuro, mi libro hurdano. Algo es algo.
Tras un paseo por los alrededores de la antigua factoría, desaparecí, según costumbre. Venía la mesa sobre los posicionamientos y las marcas y uno ya tuvo bastante con Marca Extremadura.
El viaje de vuelta fue tan sorprendente como el de ida. Mientras caía el sol (y a ratos me cegaba), le di algunas vueltas a un posible texto sobre "mis" Hurdes. A modo de memorialístico diario. Veremos.