5.10.13

C'est la vie

La escritora Laura Freixas (Barcelona, 1958), además de por sus obra narrativa –novelas, libros de relatos- y por ser autora de la autobiografía: Adolescencia en Barcelona hacia 1970, es conocida por su labor como editora (de la colección El espejo de tinta), crítica y traductora, así como por ser una estudiosa de la literatura escrita por mujeres y de la escritura, digamos, memorialística. Hace años, de hecho, coordinó un número de Revista de Occidente dedicado al diario íntimo. Por lo demás, para incidir en su interés por ese género, ha traducido los Diarios de Virginia Wolf y el de André Gide.
Con Una vida subterránea. Diario 1991-1994 se pasa al otro lado y se convierte en protagonista de aquello que analizaba.
En una presentación sucinta, Freixas nos cuenta que hace muchos años que lleva un diario, que desde 1989, cuando se casa e inicia una vida adulta, lo reinicia de “forma mucho más sistemática” y que ya para entonces sabía que “quería publicarlo”. Eso no le impide confesar su “perplejidad” al verlo impreso y se pregunta: “¿Es esto mi diario o se trata de un libro?”
A ella, en todo caso, le interesa porque es “un género de frontera, en el filo de la literatura; eso le hace paradójico y, para mí, fascinante”.
Dos condiciones se impuso a la hora de pasar del secreto a la página impresa: “no publicar el diario íntegro, sino hacerlo reservándome una zona de privacidad” y “que hubieran transcurrido muchos años  -quince o veinte- desde el momento de la escritura”. Debido al primer requisito cambia nombres o se limita a poner iniciales y por culpa del segundo su diario queda entre el muy alejado de, pongo por caso, V. Puig y el más cercano de, por ejemplo, A. Trapiello.
Recién llegada de París, donde ha pasado una temporada con E., su marido, un personaje central en esta historia, F. se instala en Madrid, en “una casa grande y vacía”, dispuesta, sencillamente, a vivir.
Desde el primer momento se establecen una líneas que van a permanecer a lo largo del texto. Puede que ante todas la de su condición de mujer. La femineidad (“algo bonito, cálido, acogedor…”), el feminismo, lo femenino, no sé muy bien cómo calificarlo, es algo medular, ya se dijo, en la vida y la obra de Freixas. Eso tiene que ver, claro, con sus relaciones: las amorosas (con su componente sexual) y las amistosas; las familiares también (sutil, pero decisiva, la sombra del padre). Y ahí, en otro anillo del mismo círculo, la maternidad, o mejor, la aspiración a ser madre y las dificultades para serlo (con final feliz: Wendy), un asunto que ocupa no pocas líneas del diario.
Una mujer con marido, con amigos y amigas, con relaciones sociales, pero, como escritora, sola. O solitaria. Depresiva a rachas, que se psicoanaliza.
Acabo de mencionar la palabra “escritora” y conviene señalar cuanto antes otra idea capital: la obsesión de F. por escribir. Su primera novela. “Escritora y basta”. Escribir y ser madre: dos en uno. O tres, porque “concibo la escritura como femenina”. “Lo femenino -anota- significa cobarde, egoísta, pasivo, insignificante y melancólico”.
Relacionado con escribir, F. se refiere a su frágil tarea como editora (donde tanto hizo por la literatura del yo), a sus encuentros con escritores (prefiere las novelas a sus autores), a obras literarias: de Azorín o Benet, de Delibes o Marsé, de Galdós (al que consigue apreciar). Por encima, algunos nombres imprescindibles. Modelos. Maestras. Sí, qué casualidad, mujeres: Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite y, sobre todo, Virginia Wolf, a quien llama, sin más, Virginia.
Los viajes por España; los miedos (a la crítica, a “hacerlo mal”…) y las angustias (ay, esa imposibilidad de ser feliz); el dinero (o la voluntad de independencia: no quiere ser una mantenida, de nuevo la Wolf); la vida literaria (“¡Oh, qué sensación de falsedad!”); el “placer exquisito” de “superar intelectualmente a los hombres”; y mil detalles más (como el piso de Pez) ahorman este diario de alguien que intuimos ingenua, exigente, de carácter introspectivo, que parece vivir ajena a otra cosa que no sean sus propias obsesiones, sus más cercanas circunstancias. Nunca se hace referencia a la situación política o social salvo en una ocasión, a propósito de una huelga general y para criticar, por cierto, a los sindicatos. “Llevar una vida lo más secreta y subterránea posible, y escribir”, parece ser su lema. No es poco. Uno recuerda unas recientes palabras de Piglia: “el diario es como el borrador de la vida”. Eso parece.

Nota: Este reseña apareció en la revista Quimera, nº 358, septiembre de 2013.