12.10.13

Tres antologías renacentistas

Las tres de la famosa colección a rayas de Renacimiento
La primera, Presencias y figuras. Antología 1937-1976, de Lezama Lima. La edición corre a cargo de Manuel Neila, que ha escrito una precisa y concienzuda  introducción a la altura de las dificultades que plantea para cualquier lector uno de los poetas más innovadores, originales y atrevidos de nuestra lengua, autor de la obra poética "más enigmática de las literaturas hispánicas contemporáneas", según Neila. Aunque en mi juventud leí al cubano con devoción y paciencia (también en su faceta ensayística), hacía mucho que no releía los versos barrocos del autor de Fragmentos a su imán, su libro póstumo, mi preferido.
  
La segunda, Yo, poeta decadente, de Manuel Machado. A pesar de que uno sea más de don Antonio, nunca me desagradó, al revés, la poesía de Manuel, tan diferente a la de su hermano. Como radicalmente distintas eran sus personalidades.
Para la ocasión se ha desempolvado un ocurrente y certero texto de Felipe Benítez Reyes, "Silueta de Manuel Machado", que le viene que ni pintado. De mi generación, él y Carlos Marzal encabezaron la reivindicación del andaluz, preterido a causa de su filiación franquista, autor de unos versos muy en sintonía con la poesía que ambos escribían por aquel entonces.
La selección de los poemas es de Abelardo Linares y el texto está revisado por Antonio Duque Amusco.

La tercera, Señor de los balcones. Antología poética 1991-2010, de José Luis Vidal Carreras. Poeta de origen vasco residente en Alicante (donde ejerce como profesor de Griego), confieso que, hasta ahora, era para mí un perfecto desconocido, a pesar de sus siete libros publicados. Porque mi caso no es una excepción, Antonio Moreno ha reunido cien poemas suyos con la loable intención de divulgar los versos de un autor digno de ser leído y apreciado.
Uno encuentra en sus versos -poesía del ser, anota Moreno- cierto aire de familia con los de ese grupo central de nuestra poesía formado, además de por el propio antólogo y descubridor de Vidal, por un puñado de poetas levantinos (o allí afincados) como Marzal, Gallego, Cabrera, etc.
Se agradece, en fin, el generoso traspaso de emociones.