11.10.13

El viaje y Pessoa

"¿Qué es viajar, y para qué sirve viajar? Cualquier ocaso es el ocaso; no es necesario ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación deliberación que provocan los viajes? Puedo tenerla al salir de Lisboa hacia Benfica, y tenerla con más intensidad que quien va de Lisboa a China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte. “Cualquier carretera”, dijo Carlyle, “hasta esta carretera de Entepfuhl, te lleva hasta el fin del mundo.” Pero la carretera de Entepfuhl, si la seguimos hasta el final, vuelve a Entepfuhl; de modo que Entepfuhl, donde ya estábamos, es el mismo fin del mundo que íbamos buscando.
Condillac empieza así su célebre libro: “Por más alto que subamos y más bajo que caigamos, nunca salimos de nuestras sensaciones”. Nunca desembarcamos de nosotros mismos. Nunca llegamos a otro, sino otreándonos a través de la imaginación sensible de nosotros mismos. Los verdaderos paisajes son los que creamos nosotros mismos, porque así, siendo dioses suyos, los vemos como verdaderamente son, que es como fueron creados. No es ninguna de las siete partidas del mundo la que me interesa y puedo verdaderamente ver; la octava partida es la que recorro y es mía.
Quien ha cruzado todos los mares ha cruzado solamente la monotonía de sí mismo. Ya he cruzado más mares que todos. Ya he visto más montañas de las que hay en la tierra. He pasado por más ciudades de las que existen, y los grandes ríos de ningún mundo han fluido, absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Si viajase, encontraría la copia mala de lo que ya he visto sin viajar.
(...)
¿Qué me puede dar la China que no me haya dado ya mi alma? Y, si mi alma no me lo puede dar, ¿cómo me lo dará la China, si veré la China, si la veo, a través de mi alma? Podré ir a buscar riqueza a Oriente,
pero no riqueza para el alma, porque la riqueza de mi alma soy yo, y yo estoy donde estoy, sin Oriente o con él.
Comprendo que viaje quien sea incapaz de sentir. Por eso son siempre tan pobres como libros de experiencia los libros de viajes, que solamente valen por la imaginación de quien los escribe. Y si quien los escribe tiene imaginación, tanto nos puede fascinar con la descripción, minuciosa y fotográfica, de paisajes imaginados, como con la descripción, forzosamente menos minuciosa, de los paisajes que creyó ver. Todos somos miopes, excepto hacia dentro. Solo el sueño ve con la mirada.
(...)
En el fondo, en nuestra experiencia de la tierra solo hay dos cosas: lo universal y lo particular. Describir lo universal es describir lo que es común a toda alma humana y a toda experiencia humana: el vasto cielo, con el día y la noche que suceden desde él y en él; el correr de los ríos, todos de la misma agua originaria y fresca; los mares, montañas temblorosamente extensas, guardando la majestad de la altura en el secreto de la profundidad; los campos, las estaciones, las casas, las caras, los gestos; el traje y las sonrisas; el amor y las guerras; los dioses, finitos e infinitos; la Noche sin forma, madre del origen del mundo; el Hado, el monstruo intelectual que es todo…
Describiendo esto, o cualquier cosa universal como esto, hablo con el alma el lenguaje primitivo y divino, el idioma adánico que todos entienden. Pero ¿qué lenguaje astillado y babélico hablaría cuando describiese el ascensor de Santa Justa, la catedral de Rheims, los pantalones de los zuavos, la forma como se pronuncia el portugués en Tras-os-Montes? Estas cosas son accidentes de la superficie; pueden sentirse con el andar pero no con el sentir. Lo que es universal en el ascensor de Santa Justa es la mecánica que facilita el mundo. Lo que es verdad en la catedral de Rheims no es la catedral ni Rheims, sino la majestad religiosa de los edificios consagrados al conocimiento de la profundidad del alma humana. Lo que es eterno en los pantalones de los zuavos es la ficción coloreada de sus trajes, lenguaje humano, creando una sencillez social que es, a su modo, una nueva desnudez. Lo que es universal en las pronunciaciones locales es el timbre casero de las voces de personas que viven espontáneamente, la diversidad de los seres en conjunto, la sucesión multicolor de sus maneras, el límite de los pueblos y la vasta variedad de las naciones.
Transeúntes eternos por nosotros mismos, no hay más paisaje que lo que somos. Nada poseemos, porque ni a nosotros mismos nos poseemos. Nada tenemos porque nada somos. ¿Qué manos tenderé hacia qué universo? El universo no es mío: soy yo." 
Fernando Pessoa, en traducción de Antonio Sáez Delgado. Muito obrigado.