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Hay libros memorables que nos marcan de por vida. En lo que a mí respecta, recuerdo, entre otros, Antología, de Yves Bonnefoy (Tours, 1923), publicado por Lumen, uno de aquellos libros marrones e intonsos de la colección El Bardo. Mi ejemplar está fechado en Cáceres el día 8 de mayo de 1984. En la primera página tiene el sello de la librería Quevedo. Me viene a la memoria al ver en el periódico al poeta francés, uno de mis preferidos, mientras recibe de las autoridades mexicanas el Premio FIL de Literaturas en Lenguas Romances. Tiene 90 años y buen aspecto. Aún conserva parte de su melena. Es de baja estatura, o eso parece, lo que, con permiso de Eduardo Moga y Elías Moro, le hace más humano. Lo dice uno, que siempre ha sospechado que el éxito, lo que quiera que eso sea, está de parte de los altos. En poesía y en todo.
De sus libros, como otros lectores suyos, prefiero Principio y fin de la nieve. En la traducción de Jesús Munárriz (Hiperión) que compré justo diez años después (en marzo) que la mencionada antología, cuyas versiones pertenecen, se me olvidó decirlo, a Enrique Moreno Castillo.
De su discurso de aceptación del premio, pronunciado en Guadalajara, extraigo algunos párrafos traducidos por Dulce María Zúñiga:
"Es verdad que las grandes obras de la poesía –las cuales no son sólo poemas, y sitúo en primer lugar entres ellas a un Shakespeare o un Cervantes- se arriesgan mucho antes por los laberintos de la conciencia de sí mismos. Es en las dudas angustiadas de Hamlet donde la modernidad del espíritu encontró su suelo más fértil."
"Porque la existencia, esta vida humana que nace y debe morir, que es finitud, que se topa incesantemente con los imprevistos del azar, es, antes que nada, una relación con el tiempo; ¿y cómo acceder a la comprensión del tiempo sino escuchando los ritmos, esa memoria del tiempo, actuando sobre las palabras fundamentales de la lengua? Hay en la poesía una relación específica y fundamental con el tiempo, es lo que hace que ella sea el acercamiento más directo con la verdad de la vida."
"Está por debajo, en la vida misma de las palabras, y es en esa profundidad de la palabra donde hay que encontrar la acción de la poesía y, a partir de ahí, comprender su importancia. Comprender que la poesía es el fundamento de la vida en sociedad. Comprender que la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue, poco a poco, en nuestra relación con el mundo."
"Pronunciemos la palabra “árbol” o la palabra “río”, o con Mallarmé, “fleur”, o esas otras palabras que evocan seres y no cosas, y que llamamos nombres propios. ¿Qué veo cuando digo “árbol” o “río”? Ninguna figura precisamente definida que propone el diccionario. Pienso en el árbol tal como existe, con sus ramas, sus hojas, pero también en que está sembrado al borde de un camino, en su posible lugar en mi vida. Y esta idea es evidentemente imprecisa, pero lo que sé, en todo caso, lo que siento en lo más profundo de mí es que ese árbol, cualquiera que sea, está en un lugar donde puedo caminar, él es como yo, como cada uno de nosotros, es presa del tiempo que permite nacer y morir."
Saúl Ruiz |
Como Steiner, que habló de la "bendición de babel", Bonnefoy exclama: "¡Qué maravilla que la Torre de Babel se haya derrumbado!"
"De entrada lo que más me impactó en su lengua -concluye- es la belleza de los grandes vocablos, la piedra, el viento, el fuego, la sierra, soledad, o dolor, para retomar palabras de un soneto famoso del Siglo de Oro sobre las ruinas de Itálica."