25.4.14

Dos libros dos

Luis Santana (Medina del Campo, 1957), autor de Mirador, Una lengua extraña y Sombra mínima, no publicaba un libro de poesía desde 1999. Quince años después, de la mano de Ediciones Vitrubio (Colección Baños del Carmen), nos entrega Carta no enviada.
El negro premonitorio de las cubiertas, tan intenso, se adapta perfectamente a lo que podemos leer en su interior: una poesía grave, desolada, áspera (en el mejor sentido), que gira en torno a la amargura, el dolor, la pena, la enfermedad, el sacrificio, las pequeñas desdichas y la muerte, parca en el tono, desnuda y elíptica, sin concesiones.
A uno le recuerda, a debida distancia, la poesía de Olvido García Valdés (presentadora de su libro, por cierto) y, en general, el aire, cierta poética (generalizo) de algunos poetas de Valladolid; por ejemplo, los capitaneados por Miguel Casado en torno a proyectos varios y revistas como El signo del gorrión, o los que reunió Antonio Piedra en su antología Sentados o de pie. 9 poetas en su sitio, "un grupo poético de afinidades coyunturales", según el editor, y donde aparece, claro está, Santana, que, por cierto, es traductor del catalán para distintas editoriales.

Otro es el tono de Lluvias continuas, de la viajera Verónica Aranda (Madrid, 1982). Lo publica Polibea en su colección el levitador. Se trata de un libro de haikus, "el cine mudo de la poesía", como dice María Antonia Ortega en su prólogo. El haiku, sigue, "que es a la poesía lo que la acuarela a la pintura".
Camino, bosque, aldea, montaña y mar son las palabras que utiliza Aranda para titular los bloques que componen su libro.
Ilustran sus versos -hondos, frágiles, logrados, sencillos- un dibujo de David Escalona e ilustraciones de Ángel Aragonés y Fumie Ito (en forma de ideogramas).
Las epifanías e iluminaciones de estos haikus, que tanto calman el espíritu, vuelven a recordarle al lector el largo recorrido de esa ancestral e incesante forma poética, tan japonesa como, ya se ve, de todas las culturas.