© Uxío da Vila |
En veinticinco años, tres mujeres han sido
premiadas, en lo que a poesía concierne, por la Fundación Loewe. Para ser
precisos, dos han conseguido el premio de poesía “a la Creación Joven” (para
menores de treinta años) y sólo una, Cristina Peri Rossi, ha conseguido el
acreditado galardón. Con Chatterton,
se suma a esa breve lista la cordobesa Elena Medel, en la categoría joven, eso
sí, pues nació en 1985. Una poeta, por cierto, muy representativa de la poesía
femenina española. Hasta ahora había publicado dos libros: Mi primer bikini (2002), que creó un significativo revuelo en el
pequeño patio de la lírica patria, y Tara
(2006), ambos en la desparecida, pero no olvidada, editorial barcelonesa
DVD.
Catorce poemas componen Chatterton. Sin necesidad de recurrir a la manida frase de Gracián,
lo importante no es eso. Dividido en tres partes, Medel ha escrito un libro
sobre la identidad en un momento clave de la vida de cualquiera, que,
significativamente, comienza con estos dos versos: “La madurez / era esto:” Por
eso Jaime Siles, miembro del jurado que la premió, ha resumido con acierto que
se trata de “una elegía a la adolescencia”.
Con aguzada conciencia femenina (no sé si
feminista), sin poder evitar la realidad
(“la vida real” a que alude Creeley en la cita inicial del libro), muy
apegada a lo cotidiano (a la cotidianidad, que menciona Mercedes Cebrián en la
nota de la contracubierta, y que ella destaca al nombrar la segunda parte como
“Nueva vida cotidiana”), entre referencias bíblicas y escenas domésticas
reconocibles (padre, madre, hermana, casa, macetas, etc.), se van abriendo paso
los versos, deliberadamente prosaicos, de aire norteamericano (tan al uso en la
poesía española de ahora), abruptamente encabalgados y sujetos al ritmo que
exige el propio discurso, la canción triste de Elena Medel.
Mujeres solteras (“Una plegaria para las
mujeres solteras”), solas, que comen comida rápida, viajan en metro y trabajan
en sórdidas oficinas. Imágenes opresivas en medio de la gran ciudad (un Madrid
nombrado y reconocible: Puerta de Atocha, Ciudad Lineal, Parla…). Soledad. Mudanzas.
Y crisis, claro, que se respira en estos versos del mismo modo, aunque cada
cual lo diga a su manera, que en los de cuantos poetas escriben hoy día en este
castigado país, lo pretendan o no. “Después de crecer / mi hogar lo levanté
sobre las ruinas”, escribe en “Jericó”.
El libro toma su título de Thomas Chatterton,
poeta del XVIII que se suicidó a los diecisiete años, un muchacho que encarnó
el espíritu romántico de su época, creador del monje medieval Thomas Rowley, y al
que Medel dedica un bonito y significativo poema que abre la última parte de la
obra, “Cuando me preguntan si escribo, respondo que ya no”.
A pesar de la extensión de los poemas, largos
en general, la contención, el laconismo y hasta la sequedad, en el mejor
sentido, son aquí norma. No es esta una poesía, digamos, palabrera, tan del
gusto de los poetas estupendos. Por otro lado, nada más normal si tenemos en
cuenta el tono grave que predomina. De ahí, tal vez, la consecuente brevedad
del libro.
Cierra el volumen “A Virginia, madre de dos
hijos, compañera de primaria de la autora”, un paradigmático poema que termina:
“No sé si sabes a lo que me refiero. / Te estoy hablando del fracaso.”
Nota: Esta reseña apareció ayer en ABC Cultural. El texto subsana la errata que se deslizó en el antepenúltimo párrafo de su versión en papel.