13.4.14

La canción triste de Elena Medel

© Uxío da Vila
En veinticinco años, tres mujeres han sido premiadas, en lo que a poesía concierne, por la Fundación Loewe. Para ser precisos, dos han conseguido el premio de poesía “a la Creación Joven” (para menores de treinta años) y sólo una, Cristina Peri Rossi, ha conseguido el acreditado galardón. Con Chatterton, se suma a esa breve lista la cordobesa Elena Medel, en la categoría joven, eso sí, pues nació en 1985. Una poeta, por cierto, muy representativa de la poesía femenina española. Hasta ahora había publicado dos libros: Mi primer bikini (2002), que creó un significativo revuelo en el pequeño patio de la lírica patria, y Tara (2006), ambos en la desparecida, pero no olvidada, editorial barcelonesa DVD.
Catorce poemas componen Chatterton. Sin necesidad de recurrir a la manida frase de Gracián, lo importante no es eso. Dividido en tres partes, Medel ha escrito un libro sobre la identidad en un momento clave de la vida de cualquiera, que, significativamente, comienza con estos dos versos: “La madurez / era esto:” Por eso Jaime Siles, miembro del jurado que la premió, ha resumido con acierto que se trata de “una elegía a la adolescencia”.
Con aguzada conciencia femenina (no sé si feminista), sin poder evitar la realidad  (“la vida real” a que alude Creeley en la cita inicial del libro), muy apegada a lo cotidiano (a la cotidianidad, que menciona Mercedes Cebrián en la nota de la contracubierta, y que ella destaca al nombrar la segunda parte como “Nueva vida cotidiana”), entre referencias bíblicas y escenas domésticas reconocibles (padre, madre, hermana, casa, macetas, etc.), se van abriendo paso los versos, deliberadamente prosaicos, de aire norteamericano (tan al uso en la poesía española de ahora), abruptamente encabalgados y sujetos al ritmo que exige el propio discurso, la canción triste de Elena Medel.
Mujeres solteras (“Una plegaria para las mujeres solteras”), solas, que comen comida rápida, viajan en metro y trabajan en sórdidas oficinas. Imágenes opresivas en medio de la gran ciudad (un Madrid nombrado y reconocible: Puerta de Atocha, Ciudad Lineal, Parla…). Soledad. Mudanzas. Y crisis, claro, que se respira en estos versos del mismo modo, aunque cada cual lo diga a su manera, que en los de cuantos poetas escriben hoy día en este castigado país, lo pretendan o no. “Después de crecer / mi hogar lo levanté sobre las ruinas”, escribe en “Jericó”.
El libro toma su título de Thomas Chatterton, poeta del XVIII que se suicidó a los diecisiete años, un muchacho que encarnó el espíritu romántico de su época, creador del monje medieval Thomas Rowley, y al que Medel dedica un bonito y significativo poema que abre la última parte de la obra, “Cuando me preguntan si escribo, respondo que ya no”.
A pesar de la extensión de los poemas, largos en general, la contención, el laconismo y hasta la sequedad, en el mejor sentido, son aquí norma. No es esta una poesía, digamos, palabrera, tan del gusto de los poetas estupendos. Por otro lado, nada más normal si tenemos en cuenta el tono grave que predomina. De ahí, tal vez, la consecuente brevedad del libro.
Cierra el volumen “A Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora”, un paradigmático poema que termina: “No sé si sabes a lo que me refiero. / Te estoy hablando del fracaso.”

Nota: Esta reseña apareció ayer en ABC Cultural. El texto subsana la errata que se deslizó en el antepenúltimo párrafo de su versión en papel.