Ediciones La Rosa Blanca, de Jaraíz de la Vera, cosmopolita desde un rincón de La Vera, acaba de publicar un nuevo título en su exquisito catálogo.
Se trata de El matadero, de Esteban Echeverría, con grabados de Salvador Retana (que ha cuidado la impecable edición del libro) y prólogo de Alberto Manguel. La tirada es de 475 ejemplares (impresos en las jaraiceñas Gráficas Romero) más 25 numerados.
En "Estética del matadero" (título tomado de Stevenson, que distinguía entre matar a un tigre y a un sapo), nos explica Manguel que estamos ante un relato de un autor nacido en Buenos Aires en 1805, que viajó de joven a París y escribió una obra romántica en el sentido más genuino. Se publicó por primera vez en 1871, en Revista del Río de la Plata. Estamos ante "un acabado y lúcido retrato de la época de Rosas, de sus protagonistas y de su pervertida moral". Luchan, en plena dictadura, unitarios contra federales. En 1829, el tirano sube al poder. Primero como Gobernador de Buenos Aires y, en 1835, como Jefe Supremo de la República. Su tiranía es la primera de una larga cadena que llega hasta finales del siglo XX, con otro militar: Videla.
Su dictadura, nos recuerda el prologuista, fue "absoluta y sangrienta". No en vano "el rojo fue su color simbólico". En 1852 le vence otro general, Urquiza. Rosas murió en el exilio inglés.
Echeverría "describe": "quiere ser por sobre todo concreto". Al fondo, escribe contra "la violencia estatal", que abarca a cualquier dictadura o tiranía pasada, presente o futura.
Aunque el protagonista del cuento es un intelectual, Rosas simbolizaba el "anti-intelectualismo". Una de sus decretos más famosos fue el del cierre de las escuelas. Con él vivirían felices "los hombres sin intelecto", como en la anécdota relatada por Márai, aunque aquí hablemos de nazis.
Del relato en sí nada comentaré. Hay que leerlo. Si acaso, por lo curioso, diré que me he reído con esa muerte por atracón debida, entre otros productos, a los "chorizos de Extremadura".
Destacaré también la vigencia del texto, que por eso recatan sus editores. Seguimos, para algunas cosas, en el mismo sitio. Y ya es lástima.
Echeverría anota que la "escena" (una de tantas) es "para vista, no para escrita" y, sin embargo, si por algo es oportuna esta relectura es por la calidad de la prosa y por lo bien conseguida que está en función de lo que cuenta. No me extraña la viveza y el realismo de los excelentes grabados de Retana (que merecerían una entrada aparte): sus descripciones son del todo visuales, podríamos decir, si se nos consiente la redundancia. Casi cinematográficas.
Una lengua poderosa, sí, se pone al servicio de una historia intemporal, humana hasta el extremo. Qué excelente idea han tenido Manguel y Retana al permitirnos (re)conocerla.
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