Ya se dijo hace poco que Mario Martín Gijón era un hombre trabajador y buena prueba de ello, y de su capacidad para manejarse en diferentes géneros, son estos dos nuevos libros que acaba de publicar.
El primero, un ensayo, ganó el Premio Arturo Barea de la Diputación de Badajoz, que edita su veterano Servicio de Publicaciones, y lleva por título La Resistencia franco-española (1936-1950). Una historia compartida. Una frase impulsa la investigación histórica: "En ningún país se vivió como en Francia la guerra de España." Dedicado al que fuera su profesor y amigo, Gregorio Torres Nebrera, el exhaustivo análisis del docente de la Universidad de Extremadura nos permite conocer un periodo capital de nuestra historia común; la de dos países vecinos que salieron de dos guerras, una civil y otra mundial, de manera muy distinta.
El segundo nada tiene que ver con el ensayo, si bien, teniendo en cuenta su manera de proceder, podría ser calificado, en cierto sentido, por el lado experimental, como ensayístico. Es un volumen de poesía, Tratado de entrañeza, y hace el nº 47 de la colección el levitador de la editorial Polibea. Con prólogo, claro está, del crítico, traductor y poeta canario Rafael-José Díaz cualquier intento de explicación de esos poemas por mi parte está condenado de antemano al fracaso. Esta poesía, ya se dijo, radicalmente experimental, basada en el juego de palabras (que, diría, en sentido estricto, tiene de todo menos de juego), sólo se revela leyéndola. Con la paciencia y la atención que la compleja operación requiere, cabe añadir. Un colega y sin embargo amigo, Eduardo Moga, sí lo ha conseguido y a su reseña remito.
El segundo nada tiene que ver con el ensayo, si bien, teniendo en cuenta su manera de proceder, podría ser calificado, en cierto sentido, por el lado experimental, como ensayístico. Es un volumen de poesía, Tratado de entrañeza, y hace el nº 47 de la colección el levitador de la editorial Polibea. Con prólogo, claro está, del crítico, traductor y poeta canario Rafael-José Díaz cualquier intento de explicación de esos poemas por mi parte está condenado de antemano al fracaso. Esta poesía, ya se dijo, radicalmente experimental, basada en el juego de palabras (que, diría, en sentido estricto, tiene de todo menos de juego), sólo se revela leyéndola. Con la paciencia y la atención que la compleja operación requiere, cabe añadir. Un colega y sin embargo amigo, Eduardo Moga, sí lo ha conseguido y a su reseña remito.
Las más de quinientas páginas del primero y las escasas cincuentaytantas del segundo darán para unos cuantos días de ocio vacacional. Eso sí, ninguno es para llevárselo a la piscina. No estamos ante lecturas de las de pasar el rato.