9.11.14

Cataluña escrita

© nebigphoto
Como todo el mundo, al menos en Extremadura, uno también ha tenido un tío emigrante. Tras su paso por Suiza y Londres, recaló en Barcelona allá por los sesenta del siglo pasado. Su piso estaba en la famosa calle Conde de Asalto. Aunque su vida dé para una novela, no entraré en detalles. Unos años después, en plena adolescencia y con más granos en la cara que una paella, llegué por primera vez a la capital de Cataluña. Iba con mis padres y mis hermanos y el viaje lo hicimos, claro está, en un seiscientos. Con él recorrimos la ciudad y los alrededores. Me impresionó Gaudí (sobre todo el de la Cripta de la Colonia Güell), subí en un funicular aéreo a Sant Jeroni (la cima más alta de Montserrat) y comí, cómo no, pa amb tomàquet (pan tumaca) y gambas en un antro de la Barceloneta. Inolvidable.
En mi segunda visita a Cataluña, me recuerdo delante del televisor del pequeño apartamento de Tossa de Mar, donde Y. y yo pasábamos nuestro viaje de novios, viendo y escuchando a Narcís Comadira. Leía poemas en TV3. Los primeros libros que adquirí en su lengua natal fueron suyos. Estábamos en agosto de 1983. Poco después, me encontraba por sorpresa en la 1, entonces TVE, a Álex Susanna recitando su hermoso poema “Casas entre grandes árboles”. En catalán, me parece.
He contado más de una vez la capital importancia que tuvo en mi educación literaria y sentimental el descubrimiento de la antología La nueva poesía catalana, de Joaquim Marco y Jaume Pont, publicada por Plaza & Janés en 1984. Porque conocí la poesía de Margarit, Marí, Parcerisas y un puñado de poetas más que sentí muy cercanos a mis propios intereses; por ejemplo, el Romanticismo y la poesía inglesa. Luego fueron llegando otros, con Vinyoli a la cabeza, uno de mis maestros. Clásicos y modernos, o las dos cosas a la vez, como mi admirado J. V. Foix. Del país, como Salvador Espriu o Gabriel Ferrater, o de las islas, como Marià Villangómez o Ponç Pons.
Desde ese momento, y aun antes, ya se ha dicho, Cataluña, a través de su lengua y de sus poetas, forma parte de lo que uno es; con la debida naturalidad, sin estridencias. Bueno, de sus poetas y, añado, de sus cantantes. No puedo imaginar eso que llaman la banda sonora de mi vida sin las canciones de Lluis Llach o Maria del Mar Bonet.
Sería injusto, con todo, no aclarar que también son para uno poetas catalanes los que han nacido allí y han escrito en español o castellano, empezando por Jaime Gil de Biedma.
He vuelto ocasionalmente a Barcelona. Cuanto he podido, la verdad. Para hablar de la literatura de aquí a los extremeños de allá, para homenajear a José María Valverde (algo que ese grande siempre merece), para celebrar algún aniversario de Tusquets, que para eso son mis editores o, en fin, para visitar a la familia. Pero, sobre todo, no he dejado de leer poesía catalana. Ya sea de Eduardo Moga (que vive en Londres) o de Xavier Farré (que vive en Cracovia), cuyo libro Punt rere punt tengo encima de la mesa. 
Por eso ahora, cuando el independentismo se radicaliza y, o eso me parece, todo se disparata, este extremeño se agarra, como a un clavo ardiendo, a los versos de unos y de otros, porque juntos forman una composición admirable, digna de ese pequeño gran país que Cataluña (o Catalunya) ha sido y es. Caiga quien caiga. 

Publicado en Ricks Magazine, en un número especial sobre el dichoso 9-N.