Explicación de los árboles y de otros animales es el sugerente título del libro de Daniel Faria que es, además, el primero de poesía que publica la editorial Sígueme, dirigida por el operario Eduardo Ayuso. Un libro, por cierto, de factura impecable, impreso en tapa dura e ilustrado con dibujos de Christian Hugo Martín. También es el primero del portugués que se traduce al español, por Luis María Marina.
Faria nació en Baltar (Penafiel) en 1971, estudió Teología y Lenguas y Literaturas Modernas en Oporto. Este libro llegó a las librerías en 1998 y al año siguiente, a los 28 de su edad, moría en un accidente doméstico en el monasterio de San Benito da Vitória, donde era novicio benedictino.
A mediados de 1998 le entrevistó Francisco Mangas para Diário de Notícias. Allí alude a una idea central de su poética: "el mecanismo secreto del amor" que es "ese proceso de diálogo, con el escrito, con los poemas entre sí, en la intertextualidad de los poemas con otros autores". Habla también de su fascinación por la luz, en especial la de las iglesias (no olvida la primera vez que entró en una y la contempló). Para él "la luz esencial es la luz de la mañana" ("Guarda la mañana", escribe en un poema).
El proceso de escritura consiste en "aprender a eliminar", "partiendo de lo que ya está descubierto".
Alude al ambiente rural ligado a la vida monástica y a la infancia. Afirma que "el poema se escucha" y menciona a Pessoa, Heberto Hélder y Sophia de Mello Breyner, aunque confiesa que "apenas leo poesía". Ah, y a Eugénio de Andrade, al que llevó al Seminario para una lectura.
Mangas le pregunta por el «ángel herido en la raíz» que menciona en uno de los poemas y Faria responde: "Antes que «una especie de ángel herido», tal vez sea un ángel «alcanzado» en la raíz, en su doble sentido: un ser que aspira a una vivencia propia de la esfera divina y alguien que acoge su propia fragilidad. Un ángel herido en la raíz se mueve más por la tierra que por el cielo".
Se acoge, en fin, al lema teresiano "sólo Dios basta" y cuando, al final de la conversación, el periodista le pregunta si es "un hombre feliz", el poeta responde. "Sí, y «bien situado»".
Aprovechando esas palabras antes citadas, Marina, el traductor, firma un epílogo titulado "Una especie de ángel herido en la raíz". En él alude, con el tono personal y apasionado que le caracteriza, a una obra "tan breve como definitiva, tan sólida como esencial, tan descarnada como sustanciosa". A sus "tres vocaciones: la tierra, lo absoluto y las palabras". A su infancia. Al sentido de lo sagrado, que cobra sentido gracias a la palabra, a nombrar. "Poeta es el que descubre. Esto es, el que ve primero", precisa Faria. Según Rosa Maria Martelo, "el mundo de Daniel Faria es el mundo del símbolo". Y prima, sin duda, así como lo metafórico: árbol, pájaro, piedra, casa...
En un momento dado, Faria dice que "El silencio se revela como la palabra perfecta al final". En otro habla de "dialogar con el silencio". Lo traigo a colación porque la del monje portugués es una poesía de estirpe silenciaria; sencilla en su ejecución formal, pero nada simple o adánica. A uno le recuerda cierta línea hermética, no tanto por la dificultad de encontrarle sentido cuanto por sus rasgos elípticos, de suma economía verbal. Poesía de aire metafísico. Poesía delicada. Poesía "pobre", sí, pero plena de significados que se acerca a lo que Eliade, refiriéndose a la piedra, definió como "manifestación primigenia de lo divino". Espiritualidad no falta, es obvio. No misticismo. O no el del tópico, por más que se le considere el mayor poeta místico portugués del siglo XX. Y elementalidad, transparencia, brevedad, despojamiento... Y, sobre todo, ligereza: "ando ligero por encima de lo que digo".
Estamos ante iluminaciones o epifanías: "E injerto luz / en todo lo que nombro", escribe. Deslumbramientos de un ser que observa la realidad con la inocencia, la perplejidad y el asombro del que no entiende. O comprende apenas. De ahí lo de "explicaciones", palabra clave que antecede los títulos de todos los poemas del libro y al libro en sí. De las casas, por ejemplo, una de las series más hermosas del volumen, donde describe la celda: "Estoy entre paredes blancas. / Cuatro paredes mi celda, / el frío, la soledad y mi catre. / La luz entra siempre de noche.". Del laberinto, con menciones a héroes y mitos. Ariadna, Teseo, Sísifo, Aquiles, Patroclo...
En estos versos donde nunca aparece una coma, son frecuentes las palabras nada y vacío.
Aflora, cómo no, lo oriental, parte del mismo tono, personalísimo. Así, en "Explicación de la madrugada", que dice: "Agua entre murallas: / el rocío." Si de algo puede presumir esta poesía es de que no suena sino a ella misma.
Hay, en fin, poemas preciosos, como "Explicación de la gravedad" o "Explicación de Ricardo Reis". Ninguno desmerece.
Faria dijo: "Considero que con la lectura de mis poemas, mi autorretrato queda hecho". Eso parece, al menos a alguien que no le conoció, que le conoce ahora gracias a esta oportuna y necesaria edición de Sígueme (el libro fue Prémio Fundação Manuel Leão), que ya anuncia la publicación de toda su obra poética. Seis libros dio a la imprenta el malogrado poeta y religioso portugués, uno de ellos póstumo. No es extraño, y termino, que crezca su prestigio en Portugal. Ojalá suceda algo parecido en España. La poesía de Faria lo merece.