Canción del distraído del poeta ibicenco Vicente Valero (1963) no es una antología cualquiera. El libro (que se pone a la venta mañana, aunque uno haya tenido la suerte de tenerlo en las manos con antelación), publicado por la editorial hispanomexicana Vaso Roto, agrupa, como se nos indica en la impecable nota editorial (una reseña en sí misma), poemas publicados, revisados, reunidos y reordenados de distinta manera, por una parte, y, de otra, se puede decir que estamos ante un libro nuevo, "conjunto unitario que aspira a ser mucho más que una antología cronológica al uso y que acoge también, sabiamente integrados, poemas inéditos recientes".
Antes de entrar en detalles, conviene destacar que Valero tampoco es un poeta cualquiera. Es, sin duda, uno de los mejores de su generación, la de 80 o de la Democracia. Y no sólo, por supuesto. También es traductor y ensayista (centrado, sobre todo, en la biografía de algunos ilustres visitantes de su isla) y el pasado año nos entregó su primera obra, en rigor, narrativa: Los extraños, que fue muy bien recibida por la crítica y por los lectores. Avala esa condición que destacaba la calidad de sus libros, su voz personal, perfectamente definida, que ha ofrecido, ya digo, obras autónomas caracterizadas por su particularidad. Un carácter singular y solitario, por cierto, que también atañe a su ir por libre. Una insularidad, en fin, que marca también un territorio, el de su Meditarráneo natal, lo que le permite abrir esta miscelánea con un verso luminoso de Rimbaud: "au réveil il était midi" ("al despertar era mediodía").
Lo demás, poemas que reflejan un mundo lleno también de luz, incluso cuando se interna en las inevitables sombras. Al fondo, maestros como Juan Ramón (no en vano editó para Tusquets su libro La estación total con Las canciones de la nueva luz) o los poetas griegos modernos, como Elytis y Seferis, que cierran, con sendas citas, el volumen.
Dije poemas y es que no hay más. Ni el prólogo habitual, ni la nota o el epílogo del autor. Tampoco se indica de qué libro procede cada uno y, en consecuencia, cuál es inédito o no. Sí, estamos ante un libro distinto, en varios sentidos.
Gonzalo Torné se preguntaba aquí atrás en El Cultural por qué la crítica no señalaba nunca el libro por el que deberíamos adentrarnos en la obra de tal o cual escritor. Suponiendo que uno sea crítico y mi opinión, válida, acaso éste de Valero sea la mejor puerta de entrada a su poesía, el que mejor se acomode a esa iniciación. Eso para quien no haya tenido la suerte de leerlo. Para los que sí, inéditos al margen, imagino que estarán encantados de revisitar esta casa de la vida, esclarecida y habitable, donde viven los versos de Vicente Valero.
Lo demás, poemas que reflejan un mundo lleno también de luz, incluso cuando se interna en las inevitables sombras. Al fondo, maestros como Juan Ramón (no en vano editó para Tusquets su libro La estación total con Las canciones de la nueva luz) o los poetas griegos modernos, como Elytis y Seferis, que cierran, con sendas citas, el volumen.
Dije poemas y es que no hay más. Ni el prólogo habitual, ni la nota o el epílogo del autor. Tampoco se indica de qué libro procede cada uno y, en consecuencia, cuál es inédito o no. Sí, estamos ante un libro distinto, en varios sentidos.
Gonzalo Torné se preguntaba aquí atrás en El Cultural por qué la crítica no señalaba nunca el libro por el que deberíamos adentrarnos en la obra de tal o cual escritor. Suponiendo que uno sea crítico y mi opinión, válida, acaso éste de Valero sea la mejor puerta de entrada a su poesía, el que mejor se acomode a esa iniciación. Eso para quien no haya tenido la suerte de leerlo. Para los que sí, inéditos al margen, imagino que estarán encantados de revisitar esta casa de la vida, esclarecida y habitable, donde viven los versos de Vicente Valero.