8.2.15

Lo de PLP en La Puerta

Por tercera semana consecutiva asiste uno a un sarao literario, ya sea como mero espectador o como participante activo. El viernes volvimos a La Puerta de Tannhäuser, en esta ocasión para presentar Cero, el último libro del madrileño Pablo Luque Pinilla, como se anunció aquí en su día. A pesar del frío y de José Manuel Soto, que cantaba a esa hora en el Alkázar, delante, un público suficiente, atento y cómplice, aunque desconocido para mí, o casi. En lugar de en Plasencia, uno se imaginaba en cualquier parte. Son muchos años en la brega y las caras, sí, suelen repetirse; sin embargo, ya digo, quienes nos escuchaban eran, en su mayor parte, rostros distintos, lo que dio al acto, al menos en lo que a uno respecta, un aire diferente. No lo fue el trato cariñoso, de perfectos anfitriones, de Cristina y Álvaro quienes, por cierto, habían divulgado la noticia a través de las redes sociales y los medios de comunicación con la solvencia y profesionalidad que les caracteriza. Por esto y por todo los demás, Pablo Luque estaba gratamente impresionado. La provincia depara estas agradables sorpresas y por cosas así esta ciudad tiene por ahí fuera la fama que merece.
La velada transcurrió con la tranquilidad debida y, a través de una sinuosa conversación en la que hablamos de muchos asuntos (casi todos relacionados con el libro en cuestión), creo que todos disfrutamos de una poesía rigurosa y exigente explicitada en la selección de poemas que Luque leyó estupendamente. Como nos comentó Cristina, la prueba del éxito se justifica, entre otras razones, por la venta de ejemplares. Antes de la lectura o presentación, se suelen vender unos cuantos. Si la sesión no cuaja, ahí termina todo; si lo contrario, se venden más después, que es lo que sucedió esa noche. Libreros, editores y autor, contentos. 
No sin charlar un rato con algunos jóvenes asistentes mientras los demás curioseábamos las novedades, Pablo, Cristina, Álvaro, Yolanda, mi hijo Alberto y yo nos fuimos a tomar algo. Refugiados del frío en los bares, los placentinos seguían dándole al palique. Como nosotros que, entre caña y tapa, celebrábamos con alegría el éxito obtenido.