Senabre en Guadalupe, 1974 |
El pasado viernes se publicó en El Cultural la última reseña de Ricardo Senabre, sobre un libro de Cela Trulock, y, a modo de despedida y de homenaje, una serie de textos breves donde un puñado de escritores (Aramburu, Landero, Marzal, Merino, Silva y uno) glosaban la figura del profesor y crítico recientemente fallecido. Ricardo Senabre. El elogio de los creadores lo titularon. También figuraban unas emotivas palabras, "El profesor Senabre", de Ascensión Rivas (una de sus mejores alumnas en la Universidad de Salamanca), así como un artículo de Luis María Anson. Ahí va mi colaboración.
Un hombre con criterio
Recuerda uno bien la llegada a Cáceres de don Ricardo Senabre. Se hizo notar. Pronto, junto a Juan Manuel Rozas (la poesía y la prosa), desde el decanato de Filosofía y Letras, se alió con quienes, a favor de los nuevos aires democráticos, querían la redención cultural de esta Extremadura irredenta. Ya era hora. Y ahí estuvo, en primera línea. Aportó sensatez y prestigio a la empresa. Desde la cátedra y en la calle, presidiendo jurados literarios o animando vocaciones desde la prensa o los congresos de escritores. Uno no llegó a asistir a sus clases, pero tuvo ocasión de tratarlo y de aprovechar su magisterio, pues su inclinación didáctica siempre estuvo presente, dentro o fuera de la universidad. Al riguroso filólogo le acompañó, con la debida naturalidad, el crítico incisivo. El de las "senabrinas", como recordaba Gonzalo Hidalgo; el "severo", como decía aquí mismo Fernando Aramburu. Sus reseñas brillaban por lo bien escritas que estaban, un asunto nada baladí, y por la independencia de su juicio, otra rareza. Era un hombre con criterio. Aunaba la sabiduría del experto con la intuición del lector, que es lo que ante todo era. Siempre entendí que su meticulosidad, la precisión de su lenguaje y el amor por los detalles eran puro reflejo del ejercicio de la crítica responsable que él defendía.