Nada que ver con "la gran vida social" de la famosa canción de Alaska y Los Pegamoides, pero reconozco que es esa la música que me ha venido a la cabeza al titular esta entrada. Se refiere uno al par de días o tres que ha salido de casa, contra lo que es costumbre, para mezclarse con la gente, más allá de alumnos, compañeros de trabajo, el que me vende el pan y los que saludo en el paseo.
El día 29, para empezar, se inauguró la Feria del Libro de Plasencia (no sé qué edición, no consta en los carteles) y acudimos a la plaza, entre otras razones, por aquello de que para ese fin venía al pueblo Luis Landero. Y bien que hicimos. Santiago Antón, la bibliotecaria Felisa, Milagros (había muchos docentes, no pocos de ellos jubilados) y Felipe, que estaban a mi lado, y, en fin, todos los que le escuchamos en la calurosa, abarrotada carpa instalada para las presentaciones de libros y otros actos feriales. Flanqueado por Juan Ramón Santos, coordinador de la cosa (habrá que conceder a este hombre una medalla), y por el alcalde, Fernando Pizarro (y su móvil), Landero no defraudó. Por lo que dijo acerca de la pasión de leer y de escribir y por cómo lo dijo, con el jeito debido, como le habrían pedido sus padres que hiciera, tan presentes siempre en cuanto dice y escribe el de Alburquerque. Su breve charla resultó amena y uno volvió a sentir la necesidad de defender la perplejidad que surge de lo cotidiano, un modo de vida; por ejemplo, esa noche, que tal vez no estaba llamada al descubrimiento de nuevos asombros.
Seguimos la velada (no sin esperar un rato largo a que atendiera con la amabilidad y el afecto que le caracterizan a sus lectoras, sobre todo, y a sus lectores) en la terraza del Torero y allí fluyó la conversación (con las debidas calas en la situación del partido Real Madrid-Almería) entre amigos: María José, Juan Luis (el "landeriano alto"), Yolanda, Marciano (y los de Hervás)... Echamos de menos, cómo no, a Gonzalo, presidente de un jurado literario en Cáceres.
De esa noche, me quedo con el abrazo que nos dimos a la entrada de la caseta. Pocos tipos conoce uno más cariñosos. Y menos en este gremio, donde tanto abunda la impostura. En esto de los afectos, soy poco ferlosiano. No me molesta la simpatía, cuando es natural. Volvió a repetirme que sentía no haber acudido a la presentación madrileña, en la Alberti, de Tánger (un libro que recomendó, lo conté, en una entrevista del programa televisivo Página 2), pero estaba tan enfrascado aquella tarde en la lectura que... Tú me entiendes, remató.
El día 29, para empezar, se inauguró la Feria del Libro de Plasencia (no sé qué edición, no consta en los carteles) y acudimos a la plaza, entre otras razones, por aquello de que para ese fin venía al pueblo Luis Landero. Y bien que hicimos. Santiago Antón, la bibliotecaria Felisa, Milagros (había muchos docentes, no pocos de ellos jubilados) y Felipe, que estaban a mi lado, y, en fin, todos los que le escuchamos en la calurosa, abarrotada carpa instalada para las presentaciones de libros y otros actos feriales. Flanqueado por Juan Ramón Santos, coordinador de la cosa (habrá que conceder a este hombre una medalla), y por el alcalde, Fernando Pizarro (y su móvil), Landero no defraudó. Por lo que dijo acerca de la pasión de leer y de escribir y por cómo lo dijo, con el jeito debido, como le habrían pedido sus padres que hiciera, tan presentes siempre en cuanto dice y escribe el de Alburquerque. Su breve charla resultó amena y uno volvió a sentir la necesidad de defender la perplejidad que surge de lo cotidiano, un modo de vida; por ejemplo, esa noche, que tal vez no estaba llamada al descubrimiento de nuevos asombros.
Seguimos la velada (no sin esperar un rato largo a que atendiera con la amabilidad y el afecto que le caracterizan a sus lectoras, sobre todo, y a sus lectores) en la terraza del Torero y allí fluyó la conversación (con las debidas calas en la situación del partido Real Madrid-Almería) entre amigos: María José, Juan Luis (el "landeriano alto"), Yolanda, Marciano (y los de Hervás)... Echamos de menos, cómo no, a Gonzalo, presidente de un jurado literario en Cáceres.
De esa noche, me quedo con el abrazo que nos dimos a la entrada de la caseta. Pocos tipos conoce uno más cariñosos. Y menos en este gremio, donde tanto abunda la impostura. En esto de los afectos, soy poco ferlosiano. No me molesta la simpatía, cuando es natural. Volvió a repetirme que sentía no haber acudido a la presentación madrileña, en la Alberti, de Tánger (un libro que recomendó, lo conté, en una entrevista del programa televisivo Página 2), pero estaba tan enfrascado aquella tarde en la lectura que... Tú me entiendes, remató.