6.9.15

Szymborska, una vida

Ya dije aquí atrás que tenía pendiente la lectura de Trastos, recuerdos. Una biografía de Wisława Szymborska, de Anna Bikont y Joanna Szczęsna, que han traducido para Pre-Textos (quién si no) Elzbieta Bortkiewicz y Ester Quirós. Las vacaciones lo han propiciado y mi disfrute ha sido mayúsculo.
Se han repetido muchas veces las palabras de Octavio Paz sobre Fernando Pessoa, aquello de que los poetas no tienen biografía; su obra es su biografía. Tiene razón Paz, pero a veces ayuda a entender mejor esos poemas y a conocer a la persona que los escribió, una biografía, esto es, un libro donde se narra la historia de la vida de una persona. Es el caso, lo que han conseguido, y de qué de ejemplar manera, las periodistas y escritoras Bikont y Szczęsna.
Lo primero que constata el lector de esta obra memorable es precisamente la indisolubilidad entre la vida y la poesía de la polaca Szymborska (Kórnik, 1923-Cracovia, 2012). Cada poco, casi en cada página, se citan versos suyos para apostillar tal o cual afirmación, para verificar tal o cual suceso. Esto, más allá de su pertinencia formal, permite un doble ejercicio: el de leer o releer, según sea el caso, la poesía de la premio Nobel del 96.
No vamos a precisar aquí cómo fue la intensa vida de la poeta, pero sí podemos anotar que se caracterizó, como su poesía, por la modestia, la discreción, todo sin exagerar (lo que remite a uno de sus poemas más conocidos, título a su vez de una de sus antologías en francés: La muerte sin exagerar). Fue enemiga de la solemnidad. Tímida, fumadora y miope, su manera de decir y su forma de ser son dos caras de la misma moneda. Ni siquiera cuando consiguió el Nobel cambió, algo que se explica muy bien en uno de los capítulos más interesantes (al menos para mí) del libro: el de su trato con otra cumbre de la poesía polaca y mundial: Czesław Miłosz, quien dijo de ella que era "sobre todo la poeta de la conciencia".
Ni siquiera su adhesión al comunismo (en su versión estalinista), un perdonable pecado de juventud, consiguió impedir que como persona y como poeta llegara a lo más alto. No sin repudiar, eso sí, sus dos primeros libros. Ella, que decía escribir "para la gente en singular" y "carezco de sentimiento de grupo"; alguien a quien le daba miedo la multitud.
Dos escritores ocuparon su corazón: el poeta Adam Wlodek, del que se separó al poco de casarse, y el narrador Kornel Filopowicz (su "alma gemela"), del que sólo la muerte logró separarla tras veintitrés años juntos en casas separadas.
Autora de postales-collages (que enviaba a sus amigos) y de liméricos (una forma poética de origen inglés formada por cinco versos con rima e intención humorística), de los que hay numerosas muestras en el libro, y de organizar rifas en su casa (siempre vivió, por cierto, en pisos pequeños con muebles poco confortables y una biblioteca pequeña), de objetos feos de escaso valor, baratijas kitch, de esas que ahora encontramos en los chinos, fue, por carácter, poco dada a las confidencias y, por tanto, a hablar de su vida ("Soy mal público para mi memoria"). Las autoras logran levantar esta monumental biografía gracias a lo que decía entre líneas entre los textos de sus Lecturas no obligatorias (publicadas en España, en tres tomos, por Alfabia) y a numerosos testimonios de personas que la trataron, además de lo dicho por ella misma, siquiera sea en contadas ocasiones, en entrevistas o en conversaciones privadas con las periodistas. Con el sentido del humor que la caracterizaba, dijo una vez que algo así "no estaba previsto en mi biografía".
Amiga de los cajones y enemiga de los retratos y fotografías, sorprende comprobar, y para bien, cuántas se han conservado. Lo que ha servido, de paso, para que estemos ante un bonito libro ilustrado. Con la elegancia añadida, muy acorde a la poesía en tonos grises de Szymborska, del blanco y negro.
La claridad, el humor (le agradaba Woody Allen), la ironía (era "escéptica por naturaleza"), la naturalidad ("mis poemas son como la respiración natural"), la falta de cualquier retórica o afectación, al tiempo que la hondura, el aire metafísico (a su pesar) y la inteligencia aportan a sus versos una voz única. La inseguridad y el asombro fueron dos temas fundamentales. Confesó que tenía "cierta tendencia al aforismo y la brevedad". En su poema "Cielo" escribió: "Mis señas de identidad son el frenesí y la desesperación", que siempre alentaba debajo de sus versos, emboscada en el humor. Nunca dejó de tener presente los sueños.
Le encantaba Veermer y muy poco visitar museos. Afecta a los animales, a los que comprendía, (aunque no tuvo mascotas, salvo un papagayo), en especial de los monos, su sensibilidad -múltiple, aguda- sobresale por encima de cualquier otro rasgo.
Le gustaba viajar (hay un capítulo entero sobre sus viajes), pero más con el dedo por un mapa o un globo terráqueo que por otros medios, entre los cuales prefería el coche (mientras viajaba componía liméricos).
Sus ciudad fue Cracovia (como para Miłosz y Zagajewski), aunque nunca dejó de volver a Zakopane, muy cerca de su pueblo natal, lugar donde conoció la noticia de la concesión del Nobel. Estaba escribiendo un poema que sólo pudo terminar tres años después, los que estuvo sin escribir poesía.
Detestaba hablar de poetas (elogiaba a Rilke y Cavafis) y de poesía ("No tengo el don de escribir sobre la poesía" o "La poesía / pero qué es la poesía"), si bien Bikont y Szczęsna, que sabían que reflexionaba en sus poemas sobre ella, logran reunir en un capítulo sus opiniones acerca de la materia, un tesoro para quienes la admiramos.
En otro, se hace recuento de las abundantes traducciones de su obra a otros idiomas lo que me permite puntualizar que se echa de menos algunas líneas más para referirse a las efectuadas al español y a sus relaciones con autores, traductores y periodistas hispanohablantes que la conocieron. Al final, eso sí, tras la exhaustiva "Cronología", se apunta su bibliografía en nuestra lengua.
Lo dijo al morir (conocía desde hacía tiempo su aneurisma de aorta, pero prefería morir rápido y sin sufrimiento) su fiel secretario, Michal Rusinek: "Nos dejó bastante para leer y bastante para pensar". En ello estamos. Ahí seguimos.