5.9.15

La vida secreta de JRM

Vida secreta (Tusquets Editores) es el título del cuarto libro de poesía del extremeño Javier Rodríguez Marcos (Nuñomoral, Cáceres, 1970), que antes había publicado Naufragios, Mientras arden Frágil, éste en 2002, premio Ojo Crítico de RNE. Ese ritmo lento se acompasa bien con la brevedad de esta nueva entrega, y ya dentro, de los poemas que la componen. 
En el texto que leyó en el ciclo Poética y poesía de la Fundación Juan March, "De la torre de marfil a la torre de control", Rodríguez Marcos afirmaba: "Por lo que a mí respecta, he de decir que cada vez me da más vergüenza usar en los poemas palabras que nunca usaría en una conversación". Más allá del matiz personal y filológico, encontramos la clave, la "piedra angular" (que él no ha desechado), de una manera de entender la poesía apegada a la realidad de la vida, irónicamente "secreta", y, en consecuencia, al modo de decir, inseparable de la época que le ha tocado en suerte. No es, en fin, sólo una mera cuestión de elegir tal o cual término, sino la de comprender que al cabo sólo han de escribirse las palabras realmente necesarias. O, cuando menos, publicarse. 
Uno añadiría dos rasgos, uno de carácter y otro físico, como es obvio interrelacionados, que tienen que ver con el autor y, por ello, con sus versos: la timidez y la miopía. Lo de las gafas en la cubierta no es casualidad. Ni que una poeta a la que JRM admira (y a la que tuvo la suerte de entrevistar), la polaca Wisława Szymborska, también lo fuera, algo que, como se explica en la impresionante biografía de Bikont y Szczęsna publicada por la valenciana Pre-Textos, tuvo su importancia. (Paradójicamente, la minuciosa observación de seres y objetos está en el origen de buena parte de los poemas que uno y otra, odiosas comparaciones al margen, han escrito.)
Dos rasgos más, estos de escritura, tienen también su debida importancia en este libro: los paréntesis y los encabalgamientos, algo que reconoce el propio autor en uno de los apartados de la Nota final, eloitianamente titulada "Palabras privadas para decir en público" (que no deja de ser una pieza literaria de primer orden). Los primeros dan a la expresión esa mezcla de aclaración y titubeo tan propio de la gente que duda. Los segundos aportan un ritmo conversacional que se acomoda bien a las intenciones del poeta que, si bien controla la métrica, huye del sonsonete o siquiera de la musicalidad trillada y repetitiva que suele acompañar, si uno se descuida, la lectura de los versos. Por otra parte, aunque JRM haya reconocido que no es un poeta de su estirpe, los que "deslumbran" frente a los que "alumbran", la referencia a su admirado Claudio Rodríguez parece pertinente.
Cabe destacar la sólida construcción de los poemas y, por añadidura, del libro; su arquitectura, diría, tan austera como efectiva.
Pero por encima de estas consideraciones, ¿qué encontramos entre las líneas delgadas y sobrias de este libro? Pues lo explica muy bien la nota editorial (que podría haber escrito su hermano Julián, especialista en esas complicadas lides). Hay, como en libros anteriores, "tensión entre naturaleza y ciudad", normal en alguien que nació y vivió durante su infancia en pueblos muy apartados y pequeños para recalar luego en una ciudad provinciana como Cáceres, donde hizo el bachillerato y su carrera de Filología, lugares que han determinado su paisaje, digamos, visual (léase "Agricultura", inspirado en la pintura de Ortega Muñoz) y además el moral (léase "Rito"). También hay "homenaje a los mayores y su memoria". Aparecen los abuelos ("Asilo"), padres, mujer ("Solo en casa"), hijos ("Canción"), hermano ("Los pacíficos"), amigos ("Conversación"). Somos por ellos y en ellos. La nueva entrega "desvela (...) la complejidad sentimental que anida en algunas escenas urbanas, ya sea de hotel ("Jet lag") o de hospital (como el emotivo "Habitación 101"), o en soledad ante el televisor (como en el citado "Solo en casa")".
La exposición del yo es también significativa en Vida secreta, como se dejaba entrever más arriba. Estos versos bastan: "yo / tal como me veis que soy, / un ser desconfiado, un pobre hombre, / un santo sin piedad, / un perro triste, / un loco triste- / mente / razonable".
Me da que eso es la madurez, a la que también se alude en la citada nota. Ya lo dijo Gil de Biedma: que la vida iba en serio. Por eso, tal vez, este lector, que conoce la poesía de Rodríguez Marcos desde que era inédita, se ha sentido tan a gusto entre estas pocas páginas donde, sin duda, alumbra una verdad. No es poco.