2.10.15

El diario de Pepys

Tres flamantes ediciones ha publicado ya Renacimiento de los famosos Diarios del inglés Samuel Pepys (Londres, 1633-1703), en los años 2003, 2004 y 2014. Se utiliza, según Xavier Laborda Gil, el texto de la publicada por Lautaro en Buenos Aires a principios de los cuarenta, la primera en castellano. Hay también referencia a dos ediciones más, que deben ser, aunque distintas, una sola: en la Colección Austral, de Espasa-Calpe Argentina, y en Espasa, ambas bajo el título Diario, si bien en la segunda se señalan las fechas en que fue escrito.
En lo que a uno respecta, hacía tiempo que perseguía su lectura, algo que he culminado, entre chapuzón y chapuzón, en sucesivas y placenteras sesiones veraniegas de piscina. 
Fechado entre 1660 y 1669, y por tanto escrito en plena juventud, se trata de lo que podríamos denominar un diario íntimo. Con todo, como destaca la premiada Wikipedia, "es una de las fuentes primarias más importantes del período de la Restauración inglesa", durante el reinado de Carlos II, al tiempo que nos advierte que "fue descifrado, ya que se hallaba copiado taquigráficamente". No se publicó en su totalidad hasta 1893, más de un siglo después de haber sido escrito. 
Pepys (léase Pips) fue alto cargo de la Armada británica, político y parlamentario. Más allá de su interés histórico, que a uno le pilla un poco lejos, con hitos como la descripción pormenorizada de la Coronación del rey, la peste que arrasó Londres durante años y del devastador, pertinaz incendio que asoló la ciudad en ese tiempo, acaso los capítulos más trascendentes del volumen (remito a la citada página de la enciclopedia), he disfrutado sobre todo de las anotaciones sobre su vida privada. De sus preocupaciones por el dinero, por la moda o la decoración, por sus problemas de salud (el diario se cierra porque "mis ojos están casi perdidos", "pienso que perderé la vista"), por sus críticas teatrales (de obras de Shakespeare, por ejemplo) y, por encima de todo, de los párrafos que dedica a las mujeres, a la suya (que muere unos meses después del abrupto cierre de su diario: "Detengo, pues, este curso; es un poco como si descendiera a la tumba") y a las demás, que no son pocas; señoras de distinta condición social cuyas relaciones, más o menos importantes, le trajeron sin duda de cabeza. Deb, pongo por caso, que trabajaba en su casa y que provoca páginas entre divertidas y dolorosas por culpa de la reacción de su esposa al enterarse del lío que había entre ellos. 
Cabe destacar también el estilo de Pepys, propio de un hombre culto que nunca dejó de ser un bibliófilo; estilo claro y sencillo, por otra parte, como se corresponde a lo tratado. Y ya que lo digo, resulta deliciosa esa mezcla de idiomas, una jerga propia usada en los momentos más delicados para referirse a sus libidinosos contactos con el género femenino y a otras intimidades. Así, en la anotación del 12 de septiembre de 1666 leemos: hice tout ce que je voudrais avec elle, tuve ce que je voudrais, la cose, para me lever, con palabras, ya se ve, en español y francés. El 6 de julio del 67, para decir "que no estaba embarazada", escribe: que elle ne est con child.
Y una sorpresa: su relación, siquiera fuera a distancia (no sé si llegó a visitarla), con la ciudad de Tánger (que aparece mencionada con frecuencia), y a cuya Comisión perteneció.  
Destaca Paul Morand en el prólogo de la obra (en nuestra edición) que Pepys "es toda la Inglaterra del siglo XVII" y que sus diarios son, por su sinceridad, una "lección de verdad". Y no miente.