21.12.15

Dos reseñas de El Cultural

NADA SE PIERDE. POEMAS ESCOGIDOS (1990-2015)
Jordi Doce
Prensas de la Universidad, Zaragoza, 2015. 170 páginas. 18,00 €

Jordi Doce (Gijón, 1967) es, ante todo, el autor de los libros de poesía Lección de permanenciaOtras lunasGran angular Monósticos. De ellos surge Nada se pierde. Poemas escogidos (1990-2015), antología que incorpora fragmentos de Perros en la playa y algún inédito.
Las citas que abren la obra son elocuentes: de Paz, Valente y Eliot, poetas que inspiran su mejor poética; ésa que, puestos a simplificar, uno situaría en torno a la poesía meditativa, en la tradición que el segundo fijó a partir de algunos de nuestros clásicos, la poesía inglesa (que Doce ha traducido con solvencia), Unamuno o Cernuda.
La muestra está dividida en cinco ciclos y carece de prólogo, lo que da a entender que la apuesta es personal, como se explica en la breve, lúcida “Nota del autor” que abrocha el volumen. Allí habla de esta “raya en la arena”: “Toda escritura es, en sentido estricto, ocasional”. Nos confiesa que es “hija de una etapa muy concreta de mi vida” en la que las pesas del entusiasmo y el desencanto han encontrado “un punto de equilibrio”, que está hecha “hacia atrás” y que ha aprovechado para rehacer, suprimir, enmendar y reordenar (son los verbos que usa) lo ya escrito.
Aunque he frecuentado esta poesía, uno tiene la sensación de que la lee por primera vez. Acaso porque un poema verdadero siempre parece nuevo. Porque cada vez que se relee, es otro.
Sorprende la capacidad de observación de Doce, su permanente estado de asombro ante la vida. Su mirada (“un trato entre el mirar y lo mirado”). Esa que le permite describir con certeza y esmero lo que ve. También su inteligencia, que aquí no estorba, que afina sin alardes su pensamiento.
Poeta del Norte, por la luz y por el tono, más allá de la mera circunstancia geográfica, de la lluvia y del mar de su natal Gijón (que asocia al verano y la infancia), reúne aquí poemas (en verso y prosa) memorables: “Laurel”, “En el jardín”, “Sucesión”, “Tiempo nublado”, “El viajero”, “Móvil” , “Lectura de Margueritte Yourcenar, “Elegía” o “El paseo”, tal vez mi preferido.
A esta rigurosa y nada improvisada “lección de permanencia”, que uno concibe como lograda unidad, se le podría aplicar algo que el propio Doce dice: “al final la palabra siempre gana”. Y cómo. 

CRÓNICA NATURAL
Andrés Barba
Visor, Madrid, 2015. 82 páginas. 10 €

Es normal que un narrador tenga un pasado, más o menos lustroso, de poeta. Más raro resulta que un novelista dé a las prensas y a una edad, digamos, avanzada, un libro de poesía. Eso es precisamente lo que ha sucedido con Andrés Barba (Madrid, 1975), quien tras publicar numerosos libros de narrativa, a los cuarenta de su edad, publica su ópera prima poética, accésit del “Jaime Gil de Biedma”. Hablando de presuntas normalidades, su asunto entra dentro de los clásicos: la muerte del padre, y no en sentido metafórico. De ahí la pertinencia del título. Y de ahí, suponemos, el género elegido, por más que Barba comente en “Agradecimientos” que comenzó a escribir estos poemas sin intención de publicarlos, “sólo para ayudarme a hacer el duelo” y “para no olvidar”; en un lenguaje que le resultaba “ajeno y lleno de dificultades”.
“Como se aprende a leer, / como se aprende un oficio / tú aprendiste a estar enfermo”, dice. Ese “tú” marca el tono de la obra, que es un diálogo. Intenso, cómo no, en el que los recuerdos de uno y otro, o de los dos al tiempo (aquel viaje a Bucarest), van orientando una deriva caracterizada por el dolor, pero en la que no faltan momentos de felicidad que la memoria se empeña en rescatar.
La familia (padres y cinco hermanos) y Carmen (la conexión argentina, tan presente: “Palermitana”) ayudan al protagonista a contar (esta poesía es indefectiblemente narrativa) lo que sucede. “Hasta que llegó la enfermedad, / entonces ese mundo lo invadió todo”.
El lector que haya pasado por parecido trance no podrá por menos que empatizar con Barba en su relato. Acompañarlo en sus evocaciones: la mili del padre en Madrid; las divagaciones del adolecente playero: “Los pinos”; los viajes portugueses: “Vilareal do Santo Antonio”, “Portugal”, y los otros: Nueva York, Salamanca, Buenos Aires; la ciudad perdida: “Huelva”; las anécdotas más personales (del todo extrapolables): “Amago de infarto”, “Operación de rodilla”… No todo es enfermedad aquí, aunque los poemas más hondos tengan que ver con ella. “Impasse”, “Experiencia”: “Quería estar cerca de ti cuando murieras / en la habitación, / contigo”, y el que cierra el volumen y le da título: “ya sabemos cómo va a suceder”, leemos, lo que “hemos temido toda la vida”.
Como en el epígrafe de Flaubert que el autor menciona, no es que Crónica natural “esté bien”, es que “es verdad”. Y basta.



















Nota: Esta reseña se publicó el pasado 18 de diciembre en El Cultural