19.12.15

Neila lee "Tánger"

ÁLVARO VALVERDE: OTRA VUELTA DE TUERCA

Cuando Álvaro Valverde publicó Territorio (1985), su primera colección de poemas, la estética culturalista, experimental y suntuaria de los poetas denominados novísimos había perdido su pujanza. El lugar que dejaba libre iba a ser ocupado por una amplia variedad de tendencias que continuaría desarrollándose hasta el momento actual. Recordemos, entre las propuestas más destacadas de los años ochenta y noventa, el tradicionalismo irónico de Jon Juaristi, el irracionalismo hiperrealista de Fernando Beltrán, el minimalismo conceptista de Andrés Sánchez Robayna, la meditación metafísica de José Gutiérrez, el realismo confesional de Luis García Montero, la épica narrativa de Julio Martínez Mesanza o el simbolismo impresionista de Andrés Trapiello. Seducido en un primer momento por el decir reticente y elusivo del minimalismo y de la poesía del silencio, el autor placentino derivó enseguida hacia una lírica personal de índole meditativa o metafísica, que ilustraron entre nosotros Miguel de Unamuno y Antonio Machado, y que llevaron hasta sus últimas consecuencias Luis Cernuda y José Ángel Valente, a la que ha permanecido fiel hasta el presente.  
La trayectoria poética de Álvaro Valverde muestra un sentido unitario, lo cual no excluye, antes al contrario, una evolución progresiva, fiel a una voz personal que ha ido ganando en hondura y sencillez con el paso del tiempo. En la reseña de Un centro fugitivo (2012), su última antología poética, tuve ocasión de discernir dos épocas en la evolución del poeta. Tras un breve periodo de aprendizaje, que se concretó en el volumen Territorio (1985) y en los folletos titulados Sombra de la memoria (1986) y Lugar del elogio (1987), la época de juventud estaría formada por Las aguas detenidas (1988), Una oculta razón (1991) y A debida distancia (1993). La época de madurez se hallaría representada por Ensayando círculos (1995), con el complemento de El reino oscuro (1999), Mecánica terrestre (2002) y Desde fuera (2008), que se alternan con libros de diferentes géneros. Después de tres décadas de dedicación ininterrumpida al oficio de poeta, Álvaro Valverde da a las prensas Más allá, Tánger (2014), una serie de breves composiciones, escritas con anterioridad al año 2012, en la que recrea un viaje compartido, interior y exterior, a la mítica ciudad norteafricana.
Más allá, Tánger, la última entrega de Álvaro Valverde, es un largo poema de carácter narrativo, o dicho de otra manera, una suite poemática constituida por cincuenta fragmentos o piezas de diferente tono, timbre y extensión, que van desde los dos versos (el fragmento 4) hasta los sesenta (el fragmento 47), con predominio de los más breves. El libro relata el viaje compartido de dos personas a la ciudad de Tánger: un periplo que, para el narrador del poema, se presenta como un viaje de reconocimiento a la ville de plaisir, exótica y cosmopolita, mientras que, para el personaje femenino, viene a ser un regreso a los orígenes, a la ciudad donde nació, pasó su niñez y de la que fue separada a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Y lo que pudo convertirse en una indagación exótica y culturalista en torno al mito de Tánger —la ciudad de Jane Bowles y Paul Bowles, de Djuna Barnes y Paul Morand, de Ángel Vázquez y Sanz de Soto, entre otros personajes del siglo— le sirve a nuestro poeta para ahondar en el destino personal y en el sentido incierto de la vida humana, a través de los recuerdos compartidos con el personaje femenino de la narración poemática.
Los fragmentos del poema se suceden a la manera de un dueto en el que las voces se alternan gradualmente. La voz cantante corre a cargo del narrador, que unas veces monologa en primera persona, mientras que otras veces se dirige al personaje femenino en segunda persona y en tono levemente apelativo: “Has tardado media vida en volver. / En esta encrucijada, lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso” (17). Cuando el personaje femenino toma la palabra, lo hace preferentemente en primera persona y tono evocativo: “Mi Tánger es real. Está trazado / sobre un rastro preciso de recuerdos / que han ido rescatando con nostalgia / personas que vivieron su verdad. / Un puñado de almas incapaces / de dejar ese sitio fronterizo” (15). Otras veces, tanto el narrador como el personaje recurren a la tercera persona, en composiciones de tono enunciativo o meditativo. En cualquier caso, y sea cual sea la persona del verbo elegida, algunos fragmentos cristalizan en acendrados poemas, susceptibles de ser leídos de manera independiente, como los números: 1, 18, 19, 20, 47, 48, 49 y 50.
Aunque Valverde ha cantado a veces desde el cuerpo y, en algún caso, desde el inconsciente, con imágenes ora sensoriales, ora oníricas, el espacio referencial preferido por el poeta es la conciencia y, en menor medida, la memoria. Por medio de la primera, se pone en contacto con las luces y sombras del paisaje exterior; con las calles, las casas, las afueras de la ciudad de Tánger: “Aquí y allá, antes y ahora, / casas edificadas cubo a cubo. // Sus cimientos se hunden en el mar. // Se alzan sus azoteas hacia el cielo. // El blanco se serena entre lo azul” (8). A través de la segunda, se acerca a los recuerdos y olvidos de los paisajes interiores, a los paisajes del alma: “Sola, en el mirador, / has fijado una imagen / para llevar contigo. / Una vista de la ciudad / que es, además, eso que llaman / un paisaje del alma” (49). Pero poetizar es, ante todo, un problema de estilo. Y Valverde lo hace con pulcritud verbal, sencillez léxica y cierto rebuscamiento sintáctico. Aunque sigue a veces al modelo del haiku oriental o al de la canción modernista, su forma preferida es el verso libre, salpicado de alegorías (el jardín, la ciudad, el viaje) y de símbolos (la casa, las avispas, el barco).
A lo largo de treinta años de aventura poética, Álvaro Valverde ha perseverado en su actitud de poeta pensador, de poeta filósofo o metafísico, que de todas esas formas puede llamarse. Todos y cada uno de sus libros responden, en mayor o menor medida, a una escena cósmica o metafísica primordial: la búsqueda de uno mismo a través del mundo animado o inanimado que le rodea. Se trata de una escena conocida, que Ernesto Sábato, para quien la novela, no lo olvidemos, era una forma de poesía, así como de conocimiento, formuló de manera insuperable: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo”. Un efecto secundario de esa búsqueda es sin duda la topofilia del poeta, es decir, el valor humano que confiere a los espacios defendidos contra las fuerzas adversas, a los espacios amados. Pudo ser esta búsqueda lo que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de los poemas que componen Una oculta razón “se escondía una novela, un argumento novelesco que provenía de alguien que ha vivido mucho”.
Su último libro, esa suerte de autobiografía personal o diario de una crisis que se titula Más allá, Tánger, presenta una novedad respecto a los poemarios precedentes: la búsqueda de uno mismo a través de la mirada, la conciencia y la memoria del otro, en este caso concreto, de la otra. El hecho de que el personaje femenino sea la esposa del poeta en la vida real no añade ni quita nada al alcance y el significado de la obra. En momentos anteriores de creación, nuestro poeta pudo experimentar con insistencia la oposición entre identidad y otredad, entre uno mismo y lo otro, o mejor dicho, la incurable otredad que, según Antonio Machado, padece lo Uno. Ahora, durante el tiempo que dura este viaje a Tánger, a la metrópoli actual y a la ciudad perdida en la memoria de la protagonista, el autor explora minuciosamente una zona poco frecuentada de esa oposición, bien a través de sí mismo, bien a través de su personaje: la otredad resuelta en la identidad. El libro se convierte, a fin de cuentas, en un canto o lamento de amor, entendida la pasión amorosa a la manera de Francisco Petrarca y Octavio Paz, como compathía, es decir, participación en el sufrimiento del otro.
Más allá, Tánger, el libro que motiva estas líneas, representa un momento de inflexión en la trayectoria del poeta. El carácter fragmentario del mismo, trasunto de la naturaleza radicalmente fragmentada de la memoria, puede verse como un regreso a los orígenes, al momento en que el autor se inició en el poema escueto; es decir, una vuelta al poema breve, al espíritu elíptico del haiku. Pero el poeta que, desde la altura de la madurez, vuelve a sus orígenes, al decir reticente y elusivo de sus comienzos, lo hace con la sabiduría acumulada al correr de los años: el apego a lo real, la hondura meditativa, el rigor expresivo y la calidez comunicativa. Aunque no alcanza la variedad y la riqueza de los libros anteriores, Más allá, Tánger representa, en su conjunto, otra vuelta de tuerca en torno a los temas del desarraigo y la memoria; un balance vital y literario sincero, en el que el autor de Ensayando círculos vuelve a dejar unos cuantos poemas destinadas a permanecer en la memoria de los lectores.

Manuel Neila

Nota: Esta reseña se ha publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, número 786, diciembre de 2015.