"Era día de orquesta. La orquesta venía dos veces por semana de una playa vecina. Los músicos eran jóvenes y delgados y llevaban smokings viejos, ligeramente reverdecidos por el uso y por la humedad de los inviernos marítimos. Eran músicos fracasados: sin gran arte, con poco dinero y sin ninguna fama. Debían de ser gente resignada o rebelde. Me gustaría pensar que eran rebeldes: es menos triste. Un hombre rebelde, aunque lo sea de forma poco gloriosa, nunca está completamente vencido. Sin embargo, la resignación pasiva, la resignación por ensordecimiento progresivo del ser, es el fracaso más irremediable y absoluto. Pero los rebeldes, incluso aquellos a los que todo -la luz de los candelabros y la luz de la primavera- les duele como una navaja, aquellos que se cortan en el aire y en sus propios gestos, son la honra de la condición humana. Son aquellos que no se han resignado a la imperfección. Por eso su alma es como un gran desierto sin sombra y sin frescura en donde arde el fuego sin consumirse".
Sophia de Mello Breyner Andresen, "La playa". Sibila, número 47. Traducción de Ana Márquez.