Para Miguel Floriano (Oviedo, 1992), Quizá el fervor es su tercer libro publicado. Aquí comentamos el anterior: Tratado de identidad.
Perteneciente al inquieto grupo de la revista Anáfora (si bien no fue incluido en la reciente antología de la joven poesía asturiana Siete mundos), Floriano nos entrega una obra cargada de amor y de literatura, que va desde la imitación de los clásicos (Lope, por ejemplo) a las variaciones (en la sección "Ofrendas") y homenajes (a Ángel González, pongo por caso). Ello da a sus versos un aire muy particular, arcaico a veces, intempestivo siempre, que no se arredra ante los excesos de la retórica y de la adjetivación. Ni de los metros y estrofas tradicionales, como el soneto. Más allá, se alza una potencia y un fervor dignos de alguien que, como poco, ama la poesía y se entrega a ella con armas y bagajes. "Desconoces el miedo. Eres valiente", leemos en el poema que da título al libro, que termina: "Apiádate de mí. (...) / De mí, que no conozco / más que el don abyecto de la fragilidad / y el lujo avaro de la cobardía".
Poemas logrados, como "Todo es lejanía" o "Método de canto", nos dan la mejor medida de este envite. Se adelgaza su voz en "Pavesas", la parte que más me ha gustado.
"La vida es tan solo / una manera más de estar perdido", dice. O: "Todo hombre / es títere y estafa de sí mismo". Y, a modo de conclusión: "He aquí, pues, / el hombre que, cercado / por la vida, sobrevive".
Para Joaquín Fabrellas (Jaén, 1975), este es su quinto libro, República del aire, publicado como el anterior y el que sigue por La Isla de Siltolá. Lleva un prólogo-espejo de Sergio R. Franco y en él se recalca la importancia de ese objeto que es, ante todo, un símbolo. En un momento dado leemos: "Y se dio cuenta de que la realidad era solo el espejo". Así, la primera parte se titula "Speculum vitae" que, a su vez, para que no haya dudas, incluye poemas con títulos como "Yo mismo" y "Entonces yo".
Fabrellas escribe en distintas medidas, que van del poema breve o brevísimo, de un solo verso (léase la sección "Breviario", la que uno prefiere), a otros bastante más largos y discursivos ("La estación rota" o "Adoradores"), sin descartar el poema en prosa ("Salmo de la caída" o "Telegrama"). A ratos, torna aforístico: "El cuerpo de las mujeres sabe a abismo". El conjunto se cierra con un atinado poema en dos partes, "Colofón", donde logra acertar con el tono, entre meditativo y metafísico: "El centro es la quietud de la mirada".
Para Nicolás Corraliza (Madrid, 1970), éste es su tercer libro. Viático se abre con una cita de Eliot (en concreto de la sección "Una partida de ajedrez", de La tierra baldía) que remite a "la calleja de las ratas", "donde los muertos perdieron sus huesos".
A base de sequedad (en el mejor sentido) y exactitud, de anotaciones minuciosas que describen deslumbramientos y sorpresas, de pensamientos cargados de sensatez, en un tono monocorde y ajeno a la experimentación o al aspaviento, Corraliza va dando cuenta de lo que le sucede y pasa. De esta manera, su libro no deja de ser el cuaderno de bitácora de esa procelosa travesía por la cotidianidad que todo hombre realiza; cada cual, eso sí, a su modo. Con la debida sutileza, sin descuidar nunca la expresión y el lenguaje, Corraliza consigue dar fe de esa suma de enigmas que se ocultan detrás de la existencia de cualquiera.
Para Joaquín Fabrellas (Jaén, 1975), este es su quinto libro, República del aire, publicado como el anterior y el que sigue por La Isla de Siltolá. Lleva un prólogo-espejo de Sergio R. Franco y en él se recalca la importancia de ese objeto que es, ante todo, un símbolo. En un momento dado leemos: "Y se dio cuenta de que la realidad era solo el espejo". Así, la primera parte se titula "Speculum vitae" que, a su vez, para que no haya dudas, incluye poemas con títulos como "Yo mismo" y "Entonces yo".
Fabrellas escribe en distintas medidas, que van del poema breve o brevísimo, de un solo verso (léase la sección "Breviario", la que uno prefiere), a otros bastante más largos y discursivos ("La estación rota" o "Adoradores"), sin descartar el poema en prosa ("Salmo de la caída" o "Telegrama"). A ratos, torna aforístico: "El cuerpo de las mujeres sabe a abismo". El conjunto se cierra con un atinado poema en dos partes, "Colofón", donde logra acertar con el tono, entre meditativo y metafísico: "El centro es la quietud de la mirada".
Para Nicolás Corraliza (Madrid, 1970), éste es su tercer libro. Viático se abre con una cita de Eliot (en concreto de la sección "Una partida de ajedrez", de La tierra baldía) que remite a "la calleja de las ratas", "donde los muertos perdieron sus huesos".
A base de sequedad (en el mejor sentido) y exactitud, de anotaciones minuciosas que describen deslumbramientos y sorpresas, de pensamientos cargados de sensatez, en un tono monocorde y ajeno a la experimentación o al aspaviento, Corraliza va dando cuenta de lo que le sucede y pasa. De esta manera, su libro no deja de ser el cuaderno de bitácora de esa procelosa travesía por la cotidianidad que todo hombre realiza; cada cual, eso sí, a su modo. Con la debida sutileza, sin descuidar nunca la expresión y el lenguaje, Corraliza consigue dar fe de esa suma de enigmas que se ocultan detrás de la existencia de cualquiera.