Es Palma. Podría ser Palermo
o cualquier otro sitio de Sicilia.
O Nápoles, una casa de campo
de las muchas que pueblan
las faldas del Vesubio,
como aquella que vimos
en Viaggio in Italia,
el film de Rosselini.
Una
terraza amplia
y
dos palmeras.
Al
fondo, las montañas.
El
mar, que no se ve,
se
intuye por la luz;
una
atmósfera, un tono
que
es mediterráneo.
Quien
posa es de muy lejos.
Sus
rasgos lo delatan.
En
su rostro, no obstante,
el
color, la mirada
pasarían
por nuestros.
Y
la melancolía, tan latina.
Alguien
que ha muerto
eligió
este lugar
para
pasar el resto
de
lo que fue su vida.
Ella
recuerda.
Desde
esa barandilla
-la
mirada difusa-,
triste le piensa.
Nota: Este poema ha sido publicado en el número 7 de la revista Anáfora. Lo ilustra un fragmento de una fotografía de Samuel Sánchez.