3.9.16

Verano del 16

Murallas de Plasencia
Odio el calor. El verano, por eso, me gusta cada vez menos. Sobre todo desde que, dizque a causa del cambio climático, las temperaturas suben de año en año. Éste ha sido, en Plasencia, tórrido y agobiante. Las noches, tropicales (queda bonito) e inclementes. De tapadillo, un meteorólogo lo ha confesado: la ola de calor, temperaturas por encima de los veinte grados en las madrugadas, ha sido permanente desde finales de junio. Ya lo sabíamos. La hemos sufrido. Sólo el paseo matutino al lado del río y con la fresca me aliviaba. Y los baños a mediodía en la piscina. A veces, también por la tarde. Y el aire acondicionado de casa, claro, para contento de nuestra compañía eléctrica. 
Una de las pocas ventajas del oficio de maestro de escuela son las vacaciones. Por cierto, están sobrevaloradas. Son necesarias, sin duda. Más para los muchachinos que para los docentes. Pero se desaprovechan, al menos en mi caso, y, por culpa, sobre todo, del mencionado calor (que condiciona en estos lugares su duración, añado). Eso y que uno no es rico y, en consecuencia, no puede pasarse un par de meses viajando por ahí. Cuanto más al norte, mejor.
Por razones familiares (avalancha de sobrinos y una boda, de otra sobrina, el mismo día que se cumplían treinta y tres de la de uno), ni siquiera ha habido playa. En parte hemos ganado: el levante no ha cesado de soplar con fuerza en Conil. Sí hemos hecho algunas excursiones: a piscinas naturales de los alrededores (un lujo al alcance de cualquiera), a Trujillo (con parada y cena en su preciosa plaza y observación de estrellas en Monfragüe), a Sevilla (qué día mejor que el de San Lorenzo), a Cáceres y Salamanca...
Hablé de la piscina y acaso los mejores ratos de la canícula los hayamos pasado, entre cañas y veras, charlando con dos curas: Pepe Hermoso y mi hermano Fernando. Y con los hijos, claro. Aunque nos han salido de secano, uno los vuelve a ver un poco más de lo corriente entre julio y agosto. Al menos a Alberto.
Como los de Facebook no avisaron y los del periódico Hoy tampoco sacan ya mi fotino, este año me han felicitado por mi cumpleaños cuatro íntimos: la familia más cercana y dos amigos. Gracias. A eso hemos llegado. Es divertido y humaniza bastante. Además, como tampoco gasto whatsapp...
De las lecturas veraniega iré dando cuenta aquí. Han sido menos de las previstas (el calor es incompatible, pongo por caso, con la poesía hermética y con el ensayo), pero le han deparado a uno momentos felices. No es poco.
A pesar de todo, seguimos. Con el blog, digo. He vuelto, como cada poco, a replantearme si esta aventura merece la pena. Parece que sí. Para uno, al menos. Por ahora.