16.10.16

Allí, con Doce

Desde 2005, cuando apareció Gran angular, y si no tenemos en cuenta Nada se pierdela antología que vio la luz el pasado año, Jordi Doce (Gijón, 1967) no publicaba un libro de poemas. Bueno, él mismo se ha encargado de explicar que eso, en rigor, no es del todo cierto pues Perros en la playa (2011) bien puede calificarse, a pesar de su carácter híbrido, de eso mismo. De hecho, allí los poemas formales abundan y no digamos la poesía. Llega ahora, al canónico modo y en la preciosa colección La cruz del sur de la editorial Pre-Textos (con un delicado dibujo en la cubierta de Melquiades Álvarez), No estábamos allí, que es todo menos un libro de poesía al uso. De "poemas poemas", vamos. 
Leemos en el lúcido texto al que he aludido más arriba: "el tipo de creatividad que me permitía escribir un libro de poemas cada tres o cuatro años estaba asociada a una forma de vivir la literatura que había terminado por hacerme daño. Era, por decirlo en pocas palabras, una actitud contraproducente, que iba en contra de aquello mismo que se suponía que debía ser la escritura: un aprendizaje moral e intelectual, una forma de hacer mejor –más intensa y plena, más benéfica– la vida. Perros en la playa, como se dieron cuenta los pocos lectores que tuvo, fue el fruto y el testimonio de esa puesta en cuestión. Y este libro, No estábamos allí, es la prolongación de ese mismo impulso, de esa etapa, que viene durando ya unos diez años". Y añade: "Tengo la sensación de que todo lo que escribo es una misma sustancia verbal, la lengua de hielo de un glaciar que va abriéndose paso muy lentamente, y que sólo el azar de la oportunidad o de ciertas decisiones formales va creando con el tiempo, en algún margen de esa lengua, este o aquel volumen".
De la lectura de éste (escrito entre 2007 y 2015), uno destacaría algunas cosas. Para empezar, la pertinencia de la cita inicial, del Diario de Goethe -tan bien traída, tan iluminadora-, que Doce publicó en su blog en febrero de 2011: "Puesto que la mitad de la vida ha pasado ya, cómo en este momento no he recorrido ningún camino, sino que, más bien, estoy ahí solamente como uno que se salva del agua, y al que el sol empieza a secar benéficamente". Para seguir, su condición unitaria. La perfecta construcción o ensamblaje de los poemas de las diferentes partes que dan al conjunto esa solidez que sólo es capaz de manifestar lo que se ha pensado y escrito sin plazos marcados ni otro agobio que no sea el de la propia creación, que ya es bastante. Incluso el arriesgado Monósticosque se publicó exento, encaja.
Por su naturaleza narrativa, cabría hablar de relato, algo que vendría a reforzar esa unidad que sugiero. Consistencia que no se comparece, sólo aparentemente, con la "ligereza" e "ingravidez" perseguidas, dos formas de la elegancia en la poesía de Doce. Pero aquí la paradoja -como en la vida- es una constante.
Si bien no estamos ante fragmentos de un poema único, tampoco podemos afirmar que cada uno vaya a su aire y esté planteado a su manera. Como mera colección de versos, quiero decir.
Parte de esa sensación, que no deja de ser la de este lector particular, se debe al tono, claro está, pero también al clima en que se desenvuelven los poemas. Una atmósfera inquietante, basada en el misterio, como le cabe a la poesía genuina, y en la extrañeza ("La extrañeza es una forma de atención, / una distancia desnudada"). Un tanto alucinatoria y onírica, diría. Algo que, a debida distancia, me recuerda una poesía que Doce conoce bien, porque la traduce: la de Simic. O la de Strand, que él mismo ha traído a colación. A todo esto habría que sumar el personal genio imaginativo que da al lenguaje una fuerza añadida digna de encomio. A pesar de lo dicho en el poema "Una vida" (que junto a "Notas a pie de vida" marca una transgresión de lo común poético): "Para qué la imaginación. Los monstruos se volvieron demasiado reales". 
Dije extrañeza y como "un extraño" se califica el protagonista de estos versos. Un explorador en busca de su identidad: "Seguí viaje hasta la frontera de mí mismo". Alguien desconcertado y en crisis que vive en medio de la crisis. Sí, hay mucho de esta época convulsa en este libro; una radiografía, por cierto, nada realista. Y otra paradoja: no por eso deja de tener un aire intemporal, de cualquier tiempo; pasado, presente o futuro. Así, cuando leemos: "Todo el mundo salía con maletas, / estábamos en tránsito sin ganas de viajar". En "Notas y agradecimientos" lo expone Doce muy bien a partir de uno de los poemas claves: "Suceso". Allí habla de "una historia de exiliados perpetuos" a través de "las llanuras de Europa" (una palabra, un concepto, inseparable del sentido profundo del libro), en "una fuga constante". Desconcierto, cansancio ("De vita beata") o perplejidad del que afirma: "No sabes dónde estás, / por qué ruta llegaste". Del que dice: "Aquí estoy, con las ruinas". Y: "Siempre lejos, siempre volviendo a casa".
"Aquí, ahora, en ningún sitio" se titula precisamente otro de los grandes poemas del libro y esa deriva geográfica y existencial marca también su carácter poético. "Queremos una vida / pero la vida está donde nos huye", escribe. O "Noche adentro / todo es cruz".
De esta encrucijada de la que Doce da fe, palabras como "Nada es nunca como lo concebimos". Y: "Perseguimos respuestas / pero vivimos sin porqué".
En contraste, el amor, esa suerte de esperanza. Y lo contrario. En "Contrapunto" y "Epílogo", respectivamente. 
Con un lenguaje seco y despojado, en torno a un ámbito, pongamos, de matizada luz nórdica, entre la sombra y la penumbra, cuando no insomne y nocturno, se podría decir que Doce ha logrado mostrarnos ese "entonces" genesíaco ("Esto quiero: vivir en los comienzos"), "cuando el mundo se convirtió en el mundo", verso que inicia y finaliza el primer poema del libro, "Entonces".
Uno, que ha leído algunos libros de poesía, cree detectar más pronto que tarde, si se me permite la presunción, qué obra o artefacto tiene delante. No sé si éste es el mejor de su autor, diría que sí, pero estoy seguro de que estamos ante uno de esos libros -raros, esporádicos, ajenos al viejo dilema recuperado oportunamente por el crítico Ignacio Echevarría sobre las "obras maestras"- que engrandecen nuestra poesía. La poesía. De eso se trata. No es poco.