Hace tiempo que tengo aparcada la lectura de un libro que prejuzgo de mucho interés. Me refiero a El lugar de la palabra. Ensayo sobre Cábala y poesía contemporánea, de Elisa Martín Ortega. Me sabe mal y hasta me siento culpable, pero aún no lo he empezado. Por eso he leído con tanto interés Alumbramiento, el tercero de poesía que publica la autora vallisoletana (1980), hija de una poeta y un novelista, pulcramente editado por Cálamo, como el antes citado.
La palabra del título es hermosa y, además, efectiva para esta obra. Su tema general es el amor. El de pareja (con Giancarlo) y el filial (por el hijo: Gabrielle), dedicatarios de la obra.
«Los niños llegan al mundo cuando ya hemos vivido, vienen a colmar un
deseo y a la vez a destruirlo con su sola presencia, se encuentran con
nuestra pasión y nuestras heridas: nada está de verdad preparado para
recibirlos», dice con tino Martín Ortega.
En "Preludio de amor", siempre a modo de diario, se alude a la búsqueda. En la segunda, "Espera", a la gestación; semana a semana, desde la sexta al parto. En la tercera, "Infancia", al inicio de la vida de la criatura: "Eres solo deseo".
No es fácil hacer buena poesía con estos mimbres. Tratándose de amor... Más complicado aún cuando se trata del que sentimos por una madre o por un hijo. Aquí, sin embargo, se ha conseguido. No hay ñoñería ni el tono es empalagoso. Mediante un lenguaje claro y despojado, sobrio y natural, muy intenso, se van desgranando sensaciones, pensamientos, temores, impresiones, deseos... Siempre al amparo de la fragilidad. Frágil es un adjetivo aplicable a lo que sucede en la vida de estos seres, pero también a la escritura que aquí se levanta. Como leemos en "Agradecimientos", estos poemas «hablan de la intimidad, de esa estancia invisible que solo a
veces somos capaces de convocar, de la intimidad de una mujer con su
amante; de la intimidad con el propio cuerpo; de la intimidad de una
madre con su bebé (…) La verdadera intimidad es frágil como la más
efímera de las flores. Saber protegerla es un arte». En ese sentido,
para Martín Ortega, «la escritura necesita un cuidado similar, un
espacio vacío, una distancia».
Una palabra clave aparece con insistencia: manos. Está en el verso de Cummings que sirve de cita inicial al libro.
El libro, en fin, me ha parecido precioso. Por dentro y por fuera. La nítida blancura exterior y la calidez que desde su interior alumbra. Como sólo la poesía sabe. O puede.
VIII
El libro, en fin, me ha parecido precioso. Por dentro y por fuera. La nítida blancura exterior y la calidez que desde su interior alumbra. Como sólo la poesía sabe. O puede.
VIII
El amor es un ladrón de palabras.
Tu mudez
es el espejo
en que mi voz se escucha.
Tu mudez
es el espejo
en que mi voz se escucha.
Te cuento que ahí arriba
está la luz,
y que tus ojos
son pura luz
incandescente.
Cuento los dedos de tu mano,
nombro la palma de tus pies.
Te nombro
para que sepas acudir
a tu llamada.
Y tu mirada se posa en mi rostro
como un pájaro en la rama más alta,
y atisba el cielo.
Nuestro amor es un cielo
a punto de decir su primera palabra.
está la luz,
y que tus ojos
son pura luz
incandescente.
Cuento los dedos de tu mano,
nombro la palma de tus pies.
Te nombro
para que sepas acudir
a tu llamada.
Y tu mirada se posa en mi rostro
como un pájaro en la rama más alta,
y atisba el cielo.
Nuestro amor es un cielo
a punto de decir su primera palabra.
(De "Infancia")