2.11.16

De lo poco de vida

Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949) es autor de los libros de poesía Muertos y disfraces, Una seña en la sepultura, Monólogos, La ceniza en la frente, Los adioses del forastero, Viernes en Jerusalén y Dime dónde, en qué país. Además, es aforista, narrador, ensayista y traductor (de Baudelaire, Rimbaud, Artaud, Saba, Cardarelli, Ungaretti, Pavese, Trakl y Drummond de Andrade). Posee numerosas distinciones y premios. Entre los españoles, el Casa de América, el del Tren Antonio Machado y el Ciudad de Melilla.
De lo poco de vida, que publica Visor en su exclusiva colección Palabra de Honor, es, sobre todo, un viaje. Por numerosas ciudades del mundo y por su propia vida. Una suerte de memorias viajeras que realiza un hombre que, por decirlo al modo cervantino, ha puesto ya el pie en el estribo. Siquiera simbólicamente. Porque "la vejez es la muerte o media muerte". Porque "Un hombre solo viaja solo. Sola / ha de llegar la muerte. Llegará". 
No es casual que comience con dos poemas dedicados, respectivamente, a la poesía y a los libros. Y ya que la menciono, ésta es sencilla, clara, de tono narrativo y adjetivación profusa, marcada por abruptos encabalgamientos, sin que por ello estos versos dejen de ser líricos, "-porque / sólo aquello que se vive, sin mira ni propósito literario / (Cesare Pavese dixit), puede convertirse en un poema-". Después, comienza el mencionado viaje, por Lima, y pronto unas palabras que cifran la aventura " al evocar ese ayer convertido en un hoy que ya es / mañana". 
Los poemas, que al rescatar años y hechos hacen balance, suelen ir siempre acompañados de personas. De amigos: "pulí la amistad". No pocas veces, poetas: Margarit, Claudio Rodríguez, J. M. Roca, Amalia Bautista... 
Las ciudades: Amberes, Salamanca, Ávila, Segovia, Acapulco, Granada, Rabat, Fez, Tánger, Bogotá, Roma, Salzburgo, Lisboa ("Huyen, los ojos"), Cáceres ("perfectamente puesta en la piedra medieval")...
Hay poemas centrados en personajes como Nietzsche, Pessoa y Chumacero, el "bebedor", el "bailarín", que le sirve para componer un fresco generacional de los poetas mexicanos de su tiempo. "¡Que se larguen los solemnes!", decía Alí.
Emotivos resultan los de la serie dedicada a su infancia: "Madrina Isabel"o "Hacienda de San José de Guadalupe" (en el verano del '61): "No hay nada más azul que el cielo aguascaletense".
Incisivos y precisos son sus "Epigramas".
Como Eliot, su lema: "No hasta luego, sino adelante, viajeros". "Y yo les hablo del tiempo en que fui", escribe. Casi al final, antes de "Lápida en el aire" (un testamento donde confiesa; "ya viví en demasía"), se pregunta "¿Valió la pena / la vida?" y, tras una coma, se responde: "sí".