Marta Agudo (Madrid, 1971), doctora en Filología (con una tesis acerca de los géneros del poema en prosa y el fragmento en la literatura española del Novecientos), especialista en la vida y la obra de Valente (autora de un estudio sobre la estancia del poeta en Madrid: Valente vital, y, junto a Jordi Doce, de Pájaros raíces. En torno a José Ángel Valente), coeditora, con Carlos Jiménez Arribas, de Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005)), crítica literaria y traductora de Vinyoli (de su libro Tot és ara i res), había dado a la imprenta dos libros de poesía: Fragmento y 28010. Llega ahora Historial, publicado por Calambur, que supone, al menos para este lector, un salto cualitativo en una obra concienzuda que se caracteriza, sí, por la lentitud y el rigor.
El título del libro es elocuente. Por el tono (y algunas pistas más: fechas, horas...), estamos ante las páginas de una suerte de diario, de la "reseña circunstanciada de los antecedentes de algo o de alguien", en este caso, de un expediente médico y sus anexas circunstancias, digamos, que vendría a coincidir con el de la autora. Aunque esto es literatura, y más exactamente poesía, no parece ocultarse lo testimonial. Sin título, los poemas, casi siempre en prosa, conforman fragmentos de un poema único, una impresión que se refuerza por la constante aparición de los puntos suspensivos.
Tres bien escogidas citas de Susan Sontag, Thomas Mann y Miguel Hernández acotan perfectamente el territorio: "La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara", escribió la primera. Todos somos, en un momento u otro, ciudadanos "de aquel otro lugar". Agudo sabe bien de qué habla. Por eso escribe: "Si vivir ya implica morir, para qué estos sorbos de nada precedida".
De la estirpe de su admirado Valente, cercana en sus posiciones líricas a poetas como Clara Janés, Julieta Valero o Ada Salas, su poesía es elíptica, cortante, silenciaria, por momentos hermética. Tampoco el asunto de la falta de salud, y su inevitable relación con el sufrimiento y la muerte, da para alegrías. Por eso su lenguaje es seco, sentencioso, cercano a lo aforístico: "Ninguna muerte se canjea por otra, ningún muerto representa a otro". "Hecha la persona, hecho el silencio".
Medicamentos, enfermedades y, sobre todo, enfermos (ella ante todo) protagonizan esta historia. Una historia que tiene mucho de dolor y una parte de esperanza. Adiestrado "en el arte de la desaparición", el enfermo "o la entrega paulatina, ese fugarse sin alas".
Poeta del pensamiento, no hay aquí sólo relato o descripción, también se reflexiona acerca de ese proceso que (casi) nunca sabemos ni cómo empieza ni cómo termina: "cuando quiso darse cuenta ya tenía la densidad del enfermo". "¿Cuándo empezaste a enfermar, región ya para siempre inapelable?" Y: "Aquí no se comparte nada. Y digo «aquí» porque el cáncer es un espacio". O cuando alude, en fin, a la genética para expresar: "De los otros, no de la memoria viene la muerte". Su "oficio puntillista".
La melancolía prima. Porque "estar enfermo es un continuo sobreponerse".
Y otra presencia: la del hospital, "único territorio con trincheras imposibles, con balas y siempre en una sola dirección". "El hospital: monumento a la segunda oportunidad".
Y otra presencia: la del hospital, "único territorio con trincheras imposibles, con balas y siempre en una sola dirección". "El hospital: monumento a la segunda oportunidad".
Y la escritura como sístole y diástole, haz y envés: "¿Cómo olvidarte, enfermedad..."
Mencioné antes a Janés y vuelvo a hacerlo porque, como Agudo, es de de los pocos poetas españoles que adoptan en sus versos un aire científico, aquí ineludible por la misma temática.
Poesía de la experiencia, pero de la verdadera, de la que sirve, de la que da señales de vida y no se limita a describir, de manera anodina, frívolas anécdotas.
"El mérito, se sabe, es resistir, pero yo no nací para odiseas", leemos con la debida crudeza. O "Ya sólo queda esperar". Por eso se hace "del miedo, viveza". De ahí que aflore, a pesar de los pesares, la esperanza.
Una "Coda", diálogo con la serie fotográfica "Altas soledades" de Cano Erhardt, cierra este libro intenso, logrado y crudo a su manera, aunque para mí la obra finalice en el significativo "Mientras..." de la página 73.
Así el melancólico, ¿eslabón
perdido de qué cadena? Así la muerte asistida, para caer en el momento exacto. Así
el enfermo, con su carne tanteando una demora.
Dadme el punto exacto, las
coordenadas de la felicidad, y construiré una casa grande donde aliviar
derrumbes, cuerpos zurcidores de una cruz y su símbolo.
Así, dadme las siglas de una
ajustada duración porque en el signo «más» el germen de los significados, las raíces
del árbol que se empeña...