En el mejor sentido de la palabra. Lo son como poetas, con poéticas muy distintas entre sí, y como diaristas, si ése es el término que les corresponde, algo que pongo desde el principio en duda.
Cuidados paliativos, de José Antonio Llera (Badajoz, 1971), autor de los libros de poemas Preludio a la inmersión (1999), El monólogo de Homero (2007), El síndrome de Diógenes (2009) y Transportes de animales vivos (2013), así como de otros de ensayo sobre el humorismo español, Camba, Lorca o Cernuda, no es un diario más. Ni al uso, ahora que la moda impera. Publicado por pepitas ed. (donde publica los suyos Iñaki Uriarte) y en una cuidada edición, lo leí el pasado mes de julio en unas condiciones muy particulares, dentro de una habitación de hospital, mientras alguien estaba a punto se ser sometido a lo que el título, en sentido literal, indica. Ya anticipamos aquí un adelanto de estos diarios que vieron la luz en la veterana revista Cuadernos Hispanoamericanos hace cuatro años. Hacían presagiar lo mejor.
Lo primero que destacaría de este libro es la fuerza de su lenguaje. Uno le explica a sus alumnos, no sin dificultad, que la literatura es, sí, un arte que utiliza las palabras como medio de expresión, pero insiste en la deliberada voluntad que ha de ejercer quien se dedica a ella para elevar a esa categoría el uso común de la lengua. Aquí esa voluntad de estilo, unida a un alto grado de exigencia, es evidente y me atrevo a decir que se antepone a cualquier otra consideración. No es tanto contar como hacerlo de ese modo personal con el que Llera lo hace.
La primera palabra del libro es "escribir" y la cita que lo abre, de Louise Glück. En sus páginas, reflexiones sobre la escritura y la poesía (siempre desde la conveniente humildad de la duda), la enfermedad, los padres y el hijo (Tristán), Extremadura ("la realidad corrosiva de la luz extremeña") y la infancia, los sueños (acaso "la forma más elaborada de la autoficción"), el cine y la lectura. De numerosísimos escritores que van de Rosario Castellanos a Kafka, pasando por Cernuda, Miguel Labordeta (entonces escribía Vanguardismo y memoria: la poesía de Miguel Labordeta, el libro con el que ganó hace unos meses el XVII premio internacional Gerardo Diego de Investigación Literaria), Cirlot, Lezama Lima, Azúa e, insisto, mil más. Que es un lector, no se puede negar. En el más amplio y hondo sentido. Con criterio, de ahí sus invectivas contra el reseñismo y los reseñistas (que se limitan "a planchar la ropa del autor"), contra la crítica literaria académica (la página que dedica a García Berrio no pasa desapercibida) y periodística. "Lo esencial es el hecho estético", dice citando a Berkeley. O: "Se habla de amor, pero se piensa en la escritura", a propósito del soneto V de Garcilaso. Sostiene que el crítico "bueno" de poesía "se pregunta de qué está hablando en realidad". "Irritables: el colon, el canon".
Aparecen aquí y allá compañeros, profesores (como César Nicolás, profesor suyo en la Universidad de Extremadura, donde Llera se formó) y amigos. Y su primer editor, Fernando Pérez, en la Editora Regional de Extremadura.
No faltan, es imposible, la ironía e incluso el humor, así cuando comenta que el líder de la línea clara, Luis Alberto de Cuenca, firma un prólogo de la obra de Heráclito... el Oscuro.
Se cuelan entre líneas los aforismos: "La atención es la primera forma de amor", "Toda entrevista, la miremos por donde la miremos, es un allanamiento de morada", "Los mejores cobradores del frach: las palabras que hemos dicho", "El Orden siempre lleva una camisa de fuerza", etc.
Elogia, como uno de sus diaristas preferidos, a Miguel Sánchez-Ostiz, toda una pista.
Afirma, en fin, que "Un cuaderno como este también debería contener los moldes de las cosas, solo los moldes y nada más". "Vivir -concluye- es solo un hábito".
Este es un diario que sólo se puede entender, insisto, como artefacto literario, como obra concebida en ese sentido y no como mero acarreo de desahogos, chismorreos, confesiones y anécdotas. Para eso ya están otros.
Lo primero que destacaría de este libro es la fuerza de su lenguaje. Uno le explica a sus alumnos, no sin dificultad, que la literatura es, sí, un arte que utiliza las palabras como medio de expresión, pero insiste en la deliberada voluntad que ha de ejercer quien se dedica a ella para elevar a esa categoría el uso común de la lengua. Aquí esa voluntad de estilo, unida a un alto grado de exigencia, es evidente y me atrevo a decir que se antepone a cualquier otra consideración. No es tanto contar como hacerlo de ese modo personal con el que Llera lo hace.
La primera palabra del libro es "escribir" y la cita que lo abre, de Louise Glück. En sus páginas, reflexiones sobre la escritura y la poesía (siempre desde la conveniente humildad de la duda), la enfermedad, los padres y el hijo (Tristán), Extremadura ("la realidad corrosiva de la luz extremeña") y la infancia, los sueños (acaso "la forma más elaborada de la autoficción"), el cine y la lectura. De numerosísimos escritores que van de Rosario Castellanos a Kafka, pasando por Cernuda, Miguel Labordeta (entonces escribía Vanguardismo y memoria: la poesía de Miguel Labordeta, el libro con el que ganó hace unos meses el XVII premio internacional Gerardo Diego de Investigación Literaria), Cirlot, Lezama Lima, Azúa e, insisto, mil más. Que es un lector, no se puede negar. En el más amplio y hondo sentido. Con criterio, de ahí sus invectivas contra el reseñismo y los reseñistas (que se limitan "a planchar la ropa del autor"), contra la crítica literaria académica (la página que dedica a García Berrio no pasa desapercibida) y periodística. "Lo esencial es el hecho estético", dice citando a Berkeley. O: "Se habla de amor, pero se piensa en la escritura", a propósito del soneto V de Garcilaso. Sostiene que el crítico "bueno" de poesía "se pregunta de qué está hablando en realidad". "Irritables: el colon, el canon".
Aparecen aquí y allá compañeros, profesores (como César Nicolás, profesor suyo en la Universidad de Extremadura, donde Llera se formó) y amigos. Y su primer editor, Fernando Pérez, en la Editora Regional de Extremadura.
No faltan, es imposible, la ironía e incluso el humor, así cuando comenta que el líder de la línea clara, Luis Alberto de Cuenca, firma un prólogo de la obra de Heráclito... el Oscuro.
Se cuelan entre líneas los aforismos: "La atención es la primera forma de amor", "Toda entrevista, la miremos por donde la miremos, es un allanamiento de morada", "Los mejores cobradores del frach: las palabras que hemos dicho", "El Orden siempre lleva una camisa de fuerza", etc.
Elogia, como uno de sus diaristas preferidos, a Miguel Sánchez-Ostiz, toda una pista.
Afirma, en fin, que "Un cuaderno como este también debería contener los moldes de las cosas, solo los moldes y nada más". "Vivir -concluye- es solo un hábito".
Este es un diario que sólo se puede entender, insisto, como artefacto literario, como obra concebida en ese sentido y no como mero acarreo de desahogos, chismorreos, confesiones y anécdotas. Para eso ya están otros.
Un mundo en miniatura, del poeta José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) no es en rigor un diario, pero, en su rareza, ostenta también esa condición. Ya nos entregó hace poco el celebrado Un año en la otra vida, publicado en su editorial habitual, Pre-Textos, un libro híbrido donde los géneros se entremezclan. Ahora es Renacimiento (el libro está dedicado a sus editores, Marie-Christine del Castillo y Abelardo Linares) quien pone en las librerías, para la inmensa minoría, esta delicia ilustrada con once dibujos originales de Pedro Serna (más murciano y gayesco que nunca). ¿De qué trata? Pues de la vida. Y de su revés: la muerte. De la enfermedad y la lectura, "una manera de activar el pensamiento". "Como pasear", otro ejercicio que practica. Aquí, la poesía y su misterio, los amaneceres y los crepúsculos, la pintura y la música, las cosas y el amor, la felicidad (que "es ahora") y el perdón, el dolor y la angustia, el sueño y la vigilia, la religión y uno mismo. Y todo compuesto a la luz de la lentitud. Tal vez porque "En el trabajo gustoso, constante y sin recompensa encuentro destellos de santidad".
Más sentencias y aforismos que diario, esta miniatura del mundo no decepcionará a los lectores de Mateos ni, me atrevo a decir, a los que nunca se han acercado hasta ese refugio. No en vano, es verdad (la que aquí habita), "la poesía colecciona milagros".
CODA. Otro diario espera. Me refiero a La vida a medias, de Avelino Fierro, de profesión fiscal, publicado por Eolas, como las dos entregas anteriores: Una habitación en Europa y Ciudad de sombra. Lleva un prólogo de otro leonés, Andrés Trapiello. Tras lo ya leído de este escritor escondido y singular (algunas páginas se dieron en la revista Suroeste), no es difícil suponer que nos deparará unas horas agradables de lectura. Seguro.
Más sentencias y aforismos que diario, esta miniatura del mundo no decepcionará a los lectores de Mateos ni, me atrevo a decir, a los que nunca se han acercado hasta ese refugio. No en vano, es verdad (la que aquí habita), "la poesía colecciona milagros".
CODA. Otro diario espera. Me refiero a La vida a medias, de Avelino Fierro, de profesión fiscal, publicado por Eolas, como las dos entregas anteriores: Una habitación en Europa y Ciudad de sombra. Lleva un prólogo de otro leonés, Andrés Trapiello. Tras lo ya leído de este escritor escondido y singular (algunas páginas se dieron en la revista Suroeste), no es difícil suponer que nos deparará unas horas agradables de lectura. Seguro.