Pablo
Anadón
Pre-Textos,
Valencia, 2017. 98 páginas.
El
poeta, profesor, ensayista y traductor argentino Pablo Anadón (Villa Dolores,
Córdoba, 1963), autor, entre otros, de Lo
que trae y lleva el mar, La mesa
de café y otros poemas, El
trabajo de las horas y Estudios
de la luz, así como de antologías y estudios sobre la poesía de su país, escribía
a propósito de la lírica de Rodolfo Godino: “la modulación de los textos es
llana, conversacional incluso, sin perder su distintivo carácter enigmático”.
Hablaba después de “depuración y estilización”, de confidencias y secretos.
Podría aplicarse a su propia obra. También él ha sido capaz de “tomarse el
pulso a sí mismo”, por seguir a López Velarde. Sistema poético en consonancia
con el crítico. A pesar de que el uso de la rima y el rigor métrico (que da en
espléndidos sonetos entre clásicos y borgeanos) pueda parecer anacrónico. Para
contrarrestar esa impresión está el encabalgamiento. O la escéptica ironía. Y
la intención, moderna a carta cabal.
“Siempre escribo a partir de mí”, confiesa Anadón, quien
podría decir, con Fernández Moreno, “no me repito, me aumento”. En torno a la
cincuentena, hace balance. Los recuerdos: “Recorres lentamente tu pasado / Como
el dedo la herida”. “Lo que es, lo que no ha sido, lo que fue”. Aunque “La vida
siempre sigue, y no hay regreso”. “Tiene raras reliquias la memoria”. “Y crece
a nuestra espalda lo perdido”.
A lo largo del libro, además del poeta (que se autodenomina el
“dividido”, el “sobreviviente”), sus hijos, sus padres y la mujer que ama (y a
la que ya no), la casa familiar (donde se guarda “la luz dormida de la
infancia”) y el paisaje, el miedo, las lecturas y la soledad, encontramos un
asunto central: la culpa: “No es el tiempo que pesa, sólo pesa / El dolor que
causamos en la vida”. “Hizo sufrir. No halla perdón. / Olvido busca: no sentir,
no ser”.
Con todo, sobre el recuento de “culpas, logros y derrotas”,
prevalece el “raro privilegio de existir”: “Ha amado, ha sido amado y a otras
vidas / Ha dado vida. No hay lamento”.
“El poema tiene un poco / De oficio, pero mucho de problema /
Matemático”. Por eso desea “Que otros sigan haciendo divertidos/ Malabarismos
con la poesía”. “Jugando al juego de olvidar la vida. / Yo no puedo”. Eso que
ganamos todos. Con versos luminosos por su claridad y profundos por su
sencillez.
José Luis Piquero
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017. 94 páginas.
Piquero (Mieres, 1967) suma
este libro a Autopsia (su poesía
reunida), El fin de semana perdido y la
antología Cincuenta poemas. En la “Nota
final” explica que está escrito de “un tirón de ocho años”. Si bien se trata de
“un discurso continuo”, se divide en partes: “Merma”, o la “rendición” y el
“despojamiento”; “La visita”, o el “desamor”; “Quemaduras”, o el desgarro y la
muerte; y “Nolugar”, o la inquietud y el miedo. Sigue fiel al “uso de máscaras
y escenario”. En efecto, estamos ante una poesía de la ficción, sin que por
ello el autor y su vida no queden reflejados en ella. Se trata, advierte, de manipular
la escena y los personajes. Así, el vidente, el insomne, el héroe, el abducido,
el inmortal...
A esto cabe añadir, de una parte, el lenguaje coloquial y el
tono narrativo. De otra, la ironía (con visos de humor y sarcasmo) y la
desolación existencial; una rebeldía que no elude cierta agresividad. Más que “realismo
sucio”, veraz malditismo; no como el
impostado de tantos. Su estilo es cortante, inmediato, directo.
Con preguntas y respuestas: “¿En qué me he convertido?”. “Ya
sé quién soy ahora: el que ha olvidado / su secreto: el fervor”.
Hay algo de fantasmal y misterioso en el movedizo personaje
central de un libro que juega con la realidad sin prescindir de la imaginación.
En busca de la identidad. De la encontrada o de la perdida. Porque “Ser irreal
también es un estado”. “Lo único cierto en mí es que soy mentira”, leemos. O:
“He desaparecido de mí mismo”. Y: “ahora soy un extraño, un eremita. / Alguien
que está viviendo en mi lugar”.
“Un hombre necesita una tarea, / como contar su historia”.
Es lo que hace aquí Piquero. O cualquiera de los seres que le habitan.