11.2.18

Con Luis Pastor

Sentimientos encontrados, como suele decirse, le embargaron a uno la otra noche durante la lectura o recital de Luis Pastor en el Club del Verdugo, invitado por el Aula de Literatura 'José Antonio Gabriel y Galán' de Plasencia. El lleno era total. Como bien dice con ironía mi amigo Gonzalo, sólo deberían invitar a cantautores al Aula. Por lo del éxito. La cosa empezó de la mejor manera: entró en la sala cantando con Lourdes Guerra, acompañado de un timple. Me contaba Bernardo Atxaga que él suele comenzar sus actos literarios, sobre todo ante un público joven, soltando, por ejemplo, una frase en latín, con el fin de que la extrañeza de los presentes se ponga de su parte. Los músicos lo tienen más fácil. Que se lo cuenten si no al poeta Mestre, acordeón en ristre.
Decía lo de los sentimientos porque la velada fue de eso. De nostalgias y melancolías. De tiempos pasados e ilusiones vencidas. De recuerdos como los que relató Nicanor Gil en su presentación.
Como su amigo Pablo Guerrero (al que sí recordaba en el Verdugo, cuando entonces), Luis Pastor también publica libros. “Para los que tenemos una edad, hay un placer en el libro que no existe en otra cosa”, ha comentado. Ya van dos: De un tiempo de cerezas y ¿Qué fue de los cantautores? Uno no diría que son de poesía, sino de versos. Más letras de canciones que otra cosa, sin que eso suponga crítica o demérito. Autobiografía (“Cuento mi vida hasta 1979, hasta mis 27 años, cuando me retiré dos años de la canción, durante el primer desencanto político que vivimos después de las primeras elecciones”) a ritmo de octosílabos, como bien dice Sacha Hormaechea, que, por momentos, sólo por momentos, a uno le parece en realidad, ya digo, poesía. En rigor, quiero decir. De la que está en los poemas y no en otra parte. En su boca, con su gracia, que no es poca, suenan bien, por más que la métrica desfallezca a veces. No sé si al leerlos a solas y en silencio el efecto será el mismo. Más que poesía popular, que también, entre el romance y Galán, se le antojan a uno ocurrentes juegos rimados a los que, por suerte, no les falta ni sentido ni verdad. El testimonio por encima de la literatura.
El público, entregado, se emocionaba con el relato -memoria dicha de memoria- de la infancia del Joselito de Berzocana, el chico de los recados de Navalmoral o el botones de una siniestra oficina de Madrid, esto es, el Luis Pastor anterior al cantante que luego hemos conocido y admirado. El muchachino humilde de procedencia rural y campesina que emigró con su familia a las afueras de la capital del reino y que sufrió, como casi todos, los duros golpes de la vida. El de Vallecas, sobre todo. Un símbolo de la eterna Extremadura emigrante. Su biografía es la de toda una generación. De los de aquí, pienso de inmediato en Landero. Esto por una parte. De la otra, aparece el resistente, el ciudadano comprometido con la izquierda al que la propia izquierda ha tratado tan mal. “En la izquierda siempre hemos sido cinco y tenemos seis partidos políticos”, dijo hace poco en Barcelona. Alguien que cree en la democracia, pero desencantado por el retroceso político de los últimos cuarenta años. Muy crítico, en fin, con lo ocurrido. Por lo callado. Y a pesar de eso, se confiesa feliz por ser, y no por tener. Por el simple hecho de haber podido dedicarse a lo que le gusta, que es cantar. Cantarín y coplero desde chico, como su padre. 
A la hora del coloquio, que estuvo muy animado, me quedé con las ganas de pedirle que evocara el recuerdo, con Portugal al fondo, de nuestro amigo Ángel Campos, al que conoció bien, ahora que va para diez años que el sanvicenteño nos dejó. 
Estuvo como es. "Tan natural, tan hondo y tan expresivo como siempre", que diría el mencionado Hormaechea. Contento y triste salió uno del Aula a la noche y al frío, no sabría decir si de este o de otro febrero.