3.2.18

La geografía poética de Lamillar

Con el precioso título de Extraña geografía, Juan Lamillar (Sevilla, 1957) publica un nuevo libro y no en un sitio cualquiera: en La Cruz del Sur de Pre-Textos. Todo un síntoma, según creo. Sí, porque, aunque ya estaba en el catálogo de la editorial valenciana, nunca hasta ahora había publicado en esa colección tan selecta como bonita. No sé si también me lo parece sólo a mí, pero me da que tampoco es este un libro más en la dilatada trayectoria del sevillano. No me gusta decirlo y, sin embargo, afirmaría que es uno de los mejores de cuantos ha escrito. No pretendo dar a entender que haya un cambio significativo en su poética. A estas alturas... Constato, eso sí, tras la intensa lectura, que ahonda en sus temas favoritos, en sus conocidas obsesiones y que, por tanto, da un paso adelante lo que no es poco a determinada edad. Y ya que lo menciono, que nadie se equivoque. Si bien se publica ahora, cuando Lamillar entra en los sesenta, el libro está escrito, como consta en la portada, entre 2005 y 2008, justo cuando inauguraba la cincuentena. Poco importa ese desfase de fechas. Como uno suele decir, malo si un libro pierde actualidad porque no se publique en cuanto se da por terminado. No se escriben los poemas para eso. O no todos. Para el ahora, digo; y para la moda, añado. Lamillar no es de esos, del grupo de los vates rampantes. Su tiempo es otro. Como su vida al margen, discreta, dedicada en cuerpo y alma a la poesía. Y eso se nota. En estos poemas, sin ir más lejos.
El libro (del que anticipó poemas en la antología Entretiempo) de divide en varias partes. De "Uno" a "Seis", sin más historias. Cada una agrupa a una serie de poemas relacionados entre sí. En la primera se atiende al hecho de escribir. Desde el asombro de lo cotidiano. Nada más lejos de Lamillar que el aspaviento o la impostura. Lo hace como un extranjero, título de un precioso poema que incide en esa condición, consustancial al poeta, como la de exiliado o judío.
En la segunda, el asunto es el tiempo: "Nadie pierde más vida que la que vive", dice con Marco Aurelio. "Sé que estoy vivo", precisa. Aquí adopta el soneto como medio de composición poética. No en vano. Al leerlos, a uno le resuena aún más la música de los clásicos; del Quevedo metafísico, por ejemplo. Las luces y las horas (que habrá que rescatar). La luz (del Sur: "La luz nos hace fuertes") y el tiempo. "El país del pasado".
En la tercera, la clave es la memoria. De nuevo el pasado que regresa. Ante la inevitable presencia de la muerte. Ante la herida abierta del vivir. Significativos son los poemas dedicados a los "actos sociales" y a las "fiestas de cumpleaños", donde el tono autobiográfico se subraya y también una manera de ser, melancólica, que no deja de escucharse en sordina a lo largo de este libro elegiaco. Por la edad, tan significativa.
En la cuarta, Lamillar alude al ahora. Al "aquí", que tanto me recuerda al de Larkin, más que una palabra.
En el viaje se centra la quinta, que empieza con "Volver": "Ya hemos llegado a la costumbre". La de los días laborables que vuelven después del verano. Fuera: Pérgamo, Hierápolis ("Cumplo mis años hoy: / ¿Cuántos me quedan..."), Cabo de Gata (y la "belleza áspera" de ese "confín severo", "un paisaje que inventa su memoria")... Dentro: la Casa de Pilatos. Y de nuevo el día a día: "En el mercado". Lo extraordinario que se oculta detrás de lo común.
La sexta y última parte da cuenta de otras de sus obsesiones. O, mejor, de sus temas favoritos: la fotografía, a la que dedicó ya un libro entero: Música de cámara. Y de nuevo la vista atrás, siquiera sea por aquello que dijo Alberto García-Alix (al que cita): "La fotografía es siempre pasado".

Nota: Esta reseña ha aparecido en el número 5 de la revista jerezana Cal