6.2.18

Librerías

La masiva llegada de libros a casa, que se ha incrementado hasta el delirio en los últimos tiempos, ha cambiado una de mis costumbres favoritas: la de visitar librerías. Acaso un vicio. Recuerda uno las tranquilas mañanas de los sábados fatigando estanterías en la zona abuhardillada de Cervantes o en la confortable planta alta de El Quijote. Horas y horas felices de búsqueda y descubrimiento. 
Lo habitual, en alguien rutinario como yo, era llegar a Madrid y patear unas cuantas. No había visita a Salamanca sin que uno pisara, por ejemplo, Víctor Jara. O en Gijón, Paradiso. Pues eso se acabó. Hace mucho. Ayer mismo, sin ir más lejos, de paso por la ciudad del Tormes, opté por tomar un café con periódicos en el Novelty. 
Es verdad que podría limitarme a entrar y hojear (u ojear) ejemplares, pero soy débil: saldría con alguno debajo del brazo. Y aquí ya no caben más. Compro lo justo, o menos. Lo siento por mis amigos libreros. 
Para cuando se inauguró en Plasencia La Puerta de Tannhäuser uno ya se estaba quitando, o casi. No soy un buen cliente. Con todo, he dedicado a ese sitio, que es más que una librería (al menos de las de antes), un breve artículo en la revista griega Φρέαρ/Frear. Habla de ella y habla de todas. No deja de ser un modesto homenaje a esos lugares del alma. Lo publicaré pronto aquí. Antes, o eso creo, era necesaria esta triste confesión.