19.3.18

Manuel Díaz López, i. m.

Me enteré de su muerte por el muro de Fernando Pizarro. Falleció el pasado día 7 a los 95 años de edad. Los últimos de su vida los ha pasado en la placentina clínica Soquimex. Recuerdo bien su casa, en la calle de La Tea, donde acudí de niño, una Semana Santa, en compañía de mi tío Paco, cuando uno era cofrade de la Vera Cruz, a la que estuvo tan vinculado. Un caserón, mejor, atestado de libros y otros papeles propios del bibliófilo que fue; entre ellos, una excelente colección de cómics. Dónde habrán ido a parar esos fondos. 
Éramos parientes (su madre y mi abuelo Vicente eran primos), aunque el roce fue escaso entre nuestras familias. En casa siempre fue Manolito Coronado. Así se le nombraba en general. Por su padre, cuyo segundo apellido, menos común, adoptaron los de aquí para referirse a él cuando llegó a la ciudad para trabajar en el catastro. No, no había en ello, por tanto, un ápice de burla. Al revés, tuvo entre nosotros (y no sólo) fama de persona culta y el respeto hacia su figura, reservada y distante, fue norma.
Era soltero y lento de movimientos. Hablaba despacio y con un tono peculiar. Me trató, cuantas veces cruzamos alguna palabra, con amabilidad y afecto.
Trabajó como funcionario en el Ayuntamiento de Plasencia, en labores de intervención y tesorería, si bien ganó distintas oposiciones. Allí coincidió con mi madre, funcionaria e hija y sobrina de funcionarios municipales.
Una buena parte de los rótulos de las calles de esta ciudad son cosa suya (¿le darán una ahora?). Del erudito y estudioso que en realidad fue. "Lo sabía todo sobre Plasencia", se lee en el obituario que firma el tío citado más arriba, presidente de la Asociación Cultural Placentina "Pedro de Trejo", de la que Díaz López fue fundador, presidente durante 50 años y mucho más. Una rancia (en la tercera acepción del DRAE), tradicional entidad que, como se nos relata en su página web, "nace el día 22 de abril de 1954, cuando veintisiete personas con inquietudes culturales se reunieron en Junta General Constitutiva". Entre ellos, claro, Díaz López. Antes, a finales de diciembre de 1941, desafiando la estricta legislación franquista, "varios jóvenes con inquietudes culturales fundaron el denominado Grupo de Estudios Placentinos que, en noviembre de 1949, cambió el nombre por el de Seminario Placentino de Estudios Extremeños Pedro de Trejo, dependiendo orgánicamente del Seminario de igual nombre que por entonces existía en la universidad salmantina".
Se destaca en la mencionada necrológica (en el Extremadura ha publicado otra) que "lo suyo era conversar, y aquí surgen -dice Valverde- los recuerdos de esas noches y madrugadas de la primavera, verano y otoño placentinos, paseando de manera peripatética por los soportales de la Plaza Mayor de Plasencia escuchándole historias, anécdotas, costumbres... de la Muy Noble, Leal y Benéfica Ciudad de sus amores". Me cuentan que en la clínica mantuvo, hasta donde fue posible, una tertulia.
Don Román Gómez Guillén, cura con veleidades organísticas y taurinas, compañero de claustro en el Seminario Menor y vecino nuestro en San Juan, se refería a los de Trejo como Los Venerables.
Uno, ya lo he contado, duró en esa asociación el mismo tiempo que algunos famosos poetas españoles del 50 en el Partido Comunista: un rato. Y todo, o casi, por incluir unos cuantos poemas vanguardistas en una revista literaria a ciclostil que llevaba su logo. Versos ajenos, por supuesto, que uno siempre ha sido poco dado a los volatines, siquiera fueran literarios.
Acompañé de pequeño a mi tío, eso sí, a la fiesta de Navidad, que celebraban en su oscura sede del rincón de la Plaza del Salvador y, como buen placentino, les he seguido siempre la pista, por más que durante lustros su actividad cultural fuera mínima. 
Don Manuel (o Manolo o Manolito) inspiró, sólo eso, al personaje protagonista de mi segunda novela, Alguien que no existe, algo que habrán advertido quienes le conocieron y, de paso (cosa harto improbable), la hayan leído.
Le recuerdo, en fin, ensimismado y solitario, pegado a su paraguas negro, tal vez por culpa de los dichosos vértigos que, según entendido, también le importunaron. Cosa de familia. No pocos días le nombro en clase, pues confundo su nombre y apellidos con los de un alumno que se llama casi igual.
Descanse en paz.