13.9.18

Carta de Castelo Branco

De nuevo, cinco años después, nos acercamos a Castelo Branco. A., Y. y yo teníamos muchas ganas de volver. Se unió al grupo B., la novia del primero.
Como la última vez, coincidió con el Día de Extremadura. Al fin y al cabo, uno también es de allí. Se puede celebrar a esta tierra desde aquella, quiero decir, porque La Raya no es una  frontera. 
Resultó fácil aparcar en una calle al lado de la Sé Catedral, donde vimos, por cierto, dos bodas en la misma jornada, ambas muy elegantes. Hacía calor y nos dirigimos en busca del fresco, esto es, al Jardim do Paço, más concurrido que otras veces (había una excursión de mayores) pero no por eso menos hermoso. El sonido y la vista del agua de las fuentes, el verde intenso de los setos que dan forma a los sucesivos laberintos, el estanque, la zona alagunada... Motivos suficientes, ya digo, para encontrar el sosiego y la frescura. Para contemplar la belleza.
Como me habían anunciado la prematura llegada de los primeros ejemplares de El cuarto de siroco (detalle de Juan Cerezo, un lujo de editor), no pude por menos que recordar el poema que dediqué a ese sitio (publicado en la revista Turia) y que se incluye, con ligeras variaciones (gracias, Hilario Barrero), en el mencionado libro. 
Fuimos pronto a comer. A un restaurante que ya conocíamos: Retiro do Caçador, a un paso de la catedral. Bacalao de la casa, jabalí (teníamos su cabeza disecada encima), salmón y secreto fueron los platos elegidos. Comida rica y abundante a precios asequibles. Ah, y un trato cordial y exquisito, tan portugués como la cozinha.  
Tomamos luego un café en la terraza de la Hamburgueria da Baixa. Corría por la plaza una mareína agradable.
Fuimos después al Centro de Cultura Contemporânea. Esta era una esperada. Es verdad que desde que abrió no habíamos regresado a la capital de la Beira Baja, ciudad hermanada con Plasencia.
El edificio (del estudio del arquitecto Josep Lluís Mateo), al lado del renovado Cine Teatro Avenida, impresiona por fuera, pero es mejor por dentro. No es un museo, así que no tiene colección permanente sino exposiciones temporales.
Desde 2003 y tras pasar por Lisboa, Gondomar, Ghent y Madrid, el CCCB ha sido el lugar elegido para la última edición de Ilustrarte, Bienal Internacional de Ilustração para a Infância. Este año (al certamen se han presentado casi tres mil ilustradores de 105 países), el ganador ha sido Yuxing Li (de Alemania, vive entre Hamburgo y Essen) y han obtenido menciones especiales el mexicano David Álvarez (su obra en blanco y negro impresiona), la española Cinta Arribas y la portuguesa Carolina Celas. La belga Ingrid Godon, que formaba parte del jurado, tiene su propia muestra y sólo por eso merece la pena visitar ese lugar. Hasta el 7 de octubre están a tiempo. 
Tampoco había abierto sus puertas en nuestra última visita la Casa da Memória da Presença Judaica em Castelo Branco, a dos pasos del Jardim, en Rua das Olarias. Es modesta, sin duda, pero digna. 
A modo de museo y para familiarizarse con la cultura judía, se exponen en la planta baja objetos asociados a la vida, las fiestas y los ritos de quienes practican esa antigua religión tan ligada al libro, algunos muy lujosos, bonitos y elaborados.
Una habitación oscura, cerrada con cortinas negras, recoge unas cuantas imágenes luminosas donde se reproducen grabados de aquellas terribles torturas inquisitoriales. Sirve de transición a la segunda planta, donde se recuerda a las víctimas albicastrenses de la nefasta Inquisición. A la entrada de ese misterioso, inquietante espacio, un cartel recuerda el nombre de las veintiuna personas que fueron ajusticiadas.
Ya arriba, un gran panel de acero nombra a todos los que sufrieron persecución por sus creencias y, más en concreto, las vidas de unos cuantos de esos judíos ilustres nacidos en Castelo Branco, como Amato Lusitano, Maria Gomez o Afonso de Paiva. Al lado, dos coloridos sambenitos recuerdan aquellos duros trances. No hace falta decir que la judería albicastrense fue muy importante. La fundó en 1214 Pedro Alvito. Hay numerosos puntos de información, tanto en rótulos como en pantallas digitales. Se proyecta, además, un vídeo dramatizado. Más allá de las impresiones que esa visita provocó, me pregunté en voz alta al salir por qué en Plasencia -que tuvo, como la rayana de Belmonte, otra judería de renombre- no existe algo semejante. Como se dice ahora, ahí lo dejo. En un buen momento para planteárselo, añado, cuando se conmemora aquí el mes de la cultura judía.
No dejamos de dar un paseo por la arbolada Avenida 1º de Mayo, más vacía que de costumbre, como el resto de la ciudad. Nos explicaron que se celebraba la Baja de Idanha, razón por la cual encontramos por el camino tantos miembros de la Guarda Nacional Republicana. Y ya que lo menciono, qué grato resulta, a pesar de las curvas y de la estrechez de la vía, el viaje desde Monfortinho hasta Castelo Branco, siquiera sea por esos árboles (eucaliptos, plátanos) que flanquean la carretera y la tiñen de nostalgia. Y que la asombran, evitando en parte los rigores estivales. 
A la vuelta, paramos en el hotel Fonte Santa, del recién citado enclave termal, para tomar algo. En una terraza con vistas al jardín y a sus envidiables piscinas, poco después de que cayera una potente tormenta. A la altura de Coria nos pilló otra y otra más a la altura de Montehermoso, de esas que hacen época y que uno ya ni recordaba. Por la autovía, más que circular, navegábamos.

Nota: Las dos primeras fotografías son de mi hijo. De las otras no he encontrado autor en internet.